lunes, 27 de octubre de 2014

Rendir.

Las tres de la mañana. Ella se veía con ojeras, en su cama. Su portátil sobre sus rodillas, su espalda sobre la almohada y su cuello un poco doblado, su cabeza apoyada en la pared. 
Tenía mil secretos que desvelar, y no sabía cómo hacerlo. Todo el mundo cabía ahora en su desesperación. Pensaba y pensaba que no hacía tanto tiempo, todo era perfecto. 
Recordó cuando dejó atrás aquellas cosas que no quería en su vida. Aquella cosa. Aquella persona. Lo pasó muy mal. Aún hoy piensa -sabiamente- que no lo ha superado. Sin embargo,  ha aprendido a amar de nuevo. Sin embargo, a aprendido a besar y a que la besen, tan cerca y tan lejos que da miedo pensarlo. 

Veamos, ruptura, ruptura no es. No. Él está conmigo, y yo estoy con él. Es más, ellos y ellas están conmigo y yo estoy con ellos y ellas. El problema aquí es que yo no he soltado su mano. Suéltala. Suéltala ya porque no puedes estar a miles de kilómetros y sujetar una mano sin amputarla. Pero es que no puedo... Nadie lo entiende, y no es necesario. Nunca me ha servido que alguien lo entienda; me basta con saber que lo siento. Me esfuerzo en explicarlo, pero a veces mi propia libertad no lo entiende. Hoy necesito sacarlo, hacer saber de mí. 
Veamos, he de soltarla. He de entender que tenía que irme. He de entender que ya no soy allí. Que ya no estoy. Me da igual que nadie lo entienda, pero debo entenderlo yo. Me brotan aún las lágrimas cuando sigo mi vida sin ellos, y tal vez sea normal. Pero ¿Sano? Sano no es, chica. No. Entiendo que estés mal, que necesites saber de ellos... Pero van a cumplirse dos meses. Y aún son las 3 de la mañana y tú aún no dejas de pensar y de escribir sobre ellos. Te fuiste. Sin más. No porque ya no sentías ese amor. De hecho siento el amor cada día. Y quiero salir de aquí. Huir, escapar. Ser cobarde y pensar en mí. Ser egoísta y dejar los problemas tan sólo en una cabeza abandonada. Lo sabemos. Pero no se puede. ¡Entiéndelo! 
Veamos, lo entiendo. Pero mi cabeza me lo explica y mi piel me lo hace rechazar. Te cuento que lo entiendo, pero que es mi piel la que se eriza cuando piensa en ellos, que son mis ojos los que se derraman cuando les veo hablarme en aquel vídeo, que son mis manos las que llaman una y otra y otra vez a esas manos que dejé de sostener hace ya algunas semanas. Que es mi cuerpo el que extraña dormir entrelazada con una piel canela oscura, que son mis piernas a las que no les importa estar llena de heridas y picaduras con tal de ver sonrisas. Que extraño esas olas en mi mente y en mi cuerpo. El vaivén, a ellos. A las argentinas, las de Toledo, parejas que vienen de Palestina y parejas fraguadas en medio de mi vida; parejas que vienen de lejos a la distancia, parejas que se conocieron bajo mi mirada. Personas que conforman la pareja y personas que lo dan todo, también, por ellos. Porque a mi lengua le sigue sabiendo a verdad, aunque ahora parece que soñada. Es mi mente aún la que imagina y alucina una vida allí, con todos... 
Veamos, lo sé. Cuando digo siento no hablo sólo de mí. Estoy viva. Sigo estando viva. A ver si puedo explicármelo. Yo pensaba que todo era un paréntesis, y ahora deseo que el paréntesis sea mi presente. Despertar allí y no recordar que me fui. 


Pero mi vida aún no sabe mentir tan bien. Y es la no-ruptura más dura de mi vida. Y es la vida más difícil de mi tiempo. Y son las sonrisas... Y es el mundo. De nuevo. El vivo. El mundo vivo, ahora tan sólo recordado. E incluso el recuerdo es más vivo que ésto... y... 
Mi vida aún no sabe mentir tan bien. Y nunca me siento tan sola como cuando, de pronto, la vida me dice a gritos que no... Que no. 

Su vida no sabía mentir, aún. Pero ella sabía luchar. Y sonreír. 
Los leones nunca se rinden. Ella, tampoco.