jueves, 15 de octubre de 2015

Hasta la vista, Rúe...

Un día, Rúe se fue. Se fue y no avisó a nadie. Estaba enfadado, tal vez. Seguro que sentía muchas cosas en su interior. Pero desde fuera, sólo eso: se fue. 

Píe salió del baño, también con enfado en su piel, y ya no lo encontró. Pensó que lo mejor era dejarlo tranquilo, que se buscara a sí mismo, como hacía normalmente, y que después de su rutina diaria, se encontrarían en aquel hogar lleno de recuerdos, y lo hablarían. Pero no fue así. Píe marchó, con su carpeta llena de sinsentidos. Dio una clase en la que habló más de religiones que de filosofía, y recibió otras tantas sobre docencia y pedagogía. Cuando volvió a casa, allí no había nadie. 


No voy a pedirte que vuelvas, no voy a buscarte más. Pasé la noche del martes haciéndolo y tú evitándolo. No voy a intentar convencerte de nada.  Lo único que voy a hacer es vivir. 
Vivir porque nadie puede quitarme el privilegio de ser yo misma la que tome mis propias decisiones, al igual que tú. Vivir, porque a pesar de que tú también hayas caído en la trampa de la indiferencia hacia el dolor ajeno (¡¡¡el mío, ajeno a ti!!!), yo, también merezco la pena. 
Y merezco la pena porque yo también te quise, y te quiero, y seguramente te querré. Porque me he equivocado mil veces en la vida y he rectificado 1001. Porque te cuido con el sabor del amor en los labios y la vida en las manos, porque te cuido con mis ganas, con mi propio cuidado. Porque aprendí que un ser no depende nunca de otro, y aprendí que yo, tampoco. 

Tampoco porque soy capaz de dormir sola, sin ti y sin nadie. Capaz de hacer brillar otros ojos en otras nubes y en otros cielos, capaz de brillar sin ti, sin necesidad de que me contestes el teléfono después de un millón de llamadas perdidas. 

No voy a volver a llamarte porque me dejaste claro quién manda aquí. Aquí, dentro de esta piel, no manda alguien que no contesta el teléfono. Manda alguien que contesta las llamadas, las caricias y los besos, incluso, a mi Nube, los pensamientos. Aquí manda una tortuga verde y gigante que me guía en la vida y me apoya en las caídas; que me cura las rozaduras de las rodillas, de los muslos y de las ganas de que vuelvas. 
No vuelvas. No vuelvas si es lo que quieres, no vuelvas.  Yo aún no sé qué siento ni qué voy a hacer cuando te vea. No vuelvas, pero cuídate, que tú sabes, yo ya no lo haré más, porque yo también tengo que cuidarme a mí.