sábado, 1 de septiembre de 2018

Bosque de sororidad

Leí, escuché, vi, conocí, viví, toqué, bailé... Releí, pensé desde todos los puntos de vista que me cabían en la mente, viajé. Creé. Escribí. Canté. Fui feliz, me enamoré, casi odié, repudié, eché a patadas de mi vida, recuperé. Perdí mi sonrisa algunas veces, la recuperé poco a poco, no sé si en la totalidad. Trabajé, mucho y en muchos lugares diferentes. Descubrí, después, la felicidad de trabajar en lo que te apasiona. Seguí leyendo, me formé, me informé, enseñé también y aprendí de ellos. 


APRENDÍ.


Y, de repente, una tarde cualquiera, apareciste tú. Ese día llevabas las uñas azules, tu moño recogido sobre tu cabeza rapada. En el trabajo, con el mismo uniforme que yo [¿o no?]. Fui al almacén a dejar mis cosas y vi las tuyas, entendí en la piel algo entre nuestros intelectos. El primer día trabajamos juntas como si lo hubiéramos hecho cada día durante los últimos veinte mil años. Y las dos nos sorprendimos, la una a la otra y a cada una a sí misma. 
Tiene un nombre acorde con su personita; es diferente, auténtico, propio. Desde entonces sólo hemos descubierto cosas en común, o diferentes pero compatibles. Como tu viaje latinoamericano, el mío centroamericano... Tu encuentro de mujeres en México, mis jornadas de estudios Feministas, las multitudinarias miradas que recibo explicándolo a mis chicxs. Mis perretes, tu lenguaje inclusivo hasta con ellos. Tus gestos, mi aprendizaje sobre ti. Nindé es una palabra curiosa, Nindé es una mujer increíble.
 Ayer, yo decidí tatuarme un bosque mientras ella lo diseñaba para sí. Ninguna de las dos sabía de los pensamientos de la otra -no llegamos a la telepatía!-. Cuando lo descubrimos, nos preguntamos los motivos y... oh, se componen de las mismas palabras!

Querida Nindé:
Hubo una época, cuando yo era pequeña (algo más pequeña que ahora, quiero decir), en que, cuando alguien me molestaba un poquito, bromeando les decía "cómprate un bosque y piérdete". 
Una vez, me quedé pensando en esa idea y estuve toda una tarde describiendo el bosque en cuestión. De repente me di cuenta que mi manera de decirle a los demás niños que me dejaran en paz era lo que yo quería hacer, y de hecho era lo que hice, dibujando con palabras cada característica de mi bosque imaginario. 
Crecí con ese relato a mi lado, mientras hacía todo lo que escribí al principio de este escrito. Y aprendí algo crucial: en el bosque, como en la vida, la diversidad es absoluta. La diversidad lo es todo. Sin la diversidad, el bosque no sería un bosque. Sin ella misma, las personas no seríamos personas, las sociedades no existirían. Vienen a mi cabeza autores como Martin Buber (obviously), Emanuel Lévinas o incluso Fatema Mernissi. 
Nin, luego aprendí que los bosques no se compran ni se venden. Se imaginan, se dibujan, se describen, se viven. ¿Se dibujan? ¿Se inventan? ¿Se diseñan? ¡y se tatúan!
No hay que olvidar, pequeña y grande, que nos enseñaron caperucitas que huyen de lobos en bosques. Que los bosques esconden también lobos malvados y perversos, pero también contienen la lucha contra ellos, la inteligencia que nos ayudará a cambiarlo y que nuestro bosque sea el más sororo del mundo. Sororidad... Absoluta

Eres un arbolito más de los que quiero dentro de mi bosque, querida, y aunque deseo con fuerzas reales tu felicidad en Argentina, extrañaré aprenderte más, aprendernos juntas el mundo entero lleno de bosques. 

La historia de nuestra vida,
la escribimos nosotros
pero no desde cero
sino con las herramientas 
que la propia vida nos da
y los compañeros
que encontramos 
durante el camino 
(por el bosque)