viernes, 21 de septiembre de 2012

Preciosidad.

Hoy parecía ser un día cualquiera. Me levanté, 'con más sueño que una espuerta de gatos chicos', me duché y cogí el coche. Por el camino iba cantándole a la vida, agradecida de haber conseguido muchas cosas. Llegué a mi destino bastante más rápido de lo que me hubiese gustado (GC, le he cogido el gusto a esto de conducir... Quién te lo iba a decir), y pronto vislumbré unos ojos azules por los pasillos de la universidad. Llevaba un libro bajo el brazo, pero no pude ver cuál era. Estuvimos hablando un buen rato; recortes, lógica, optativas, reuniones, burocracia... Y sin embargo yo tan sólo pensaba en lo bonito que es trabajar con alguien así. Alguien con tantísima pasión. Es un tío pasional, sobre todas las cosas. Llega, sonríe -o no-, saluda, explica... Ratifica, sentencia, gesticula, hace cultura de las culturas y pasión de los signos de parentesco. De repente, mientras pienso todo esto, llegan unos ojos azules, más claritos, quizá un poco más apagados, también. Hoy él viste completamente de negro, me llama mucho la atención que vaya así vestido. Nos saluda y me pide que le busque más tarde. Los dejo solos; el temido monstruo de los ojos blanquiazules me espera. 
Bueno, pues no ha sido para tanto; me quedo con lo mismo y ya. Salgo de allí todo lo sonriente que puede salir una de una revisión de examen con aquel hombre. Me dirijo a buscar al melenas, que hoy va de negro. Me sale a camino el "padre" de nuestra promoción. Me saluda, sonriendo y me informa de que alguien por el que yo no he preguntado (o sí? En mi cabeza..?) no está, y de que se alegra de verme. 
Llego. Está hablando por teléfono sobre el último tema académico por excelencia, y en seguida empezamos a hablar de otras cosas, también académicas. 
Salgo de allí y llamo a la chica del portátil pequeño, que parece esperarme siempre que lo hago; hola, guapilla!! y sonrío al sentir su enérgica alegría. Sé que sonríe, y ¡Qué bonito es!  Pocos metros después la encuentro, esperándome junto a una parada de bus, y vamos a la que será nuestra primera concentración juntas. Además de gritar luchando, cotilleamos y hago que le ponga cara a chicos de los que ya le había hablado. Uno de esos chicos, que está muy bien hecho y tiene una sonrisa espectacular, me pregunta si estoy bien, porque alguien que no conozco me ha empujado a su lado. Claro que estoy bien, sigo gritando. Me enamoro de él, mil veces más en menos de un segundo, como cuando le oí por primera vez. También están por allí algunas personas muy importantes en algunos momentos, y que para nada quisiera obviar; Pero hoy ése no es el tema. Marchamos la filóloga-filósofa y yo en el coche, mientras hablamos de palestinos que enamoran con su arte y de recortes que nos van a quitar la vida. Llamo a mi ex-rasta preferido; nos ponemos un poco al día y quedamos para más tarde. T'estim! Duermo... 
Despierto y, en la misma carretera de siempre, entre los mismos carteles azules de siempre, recibo un mensaje. La rubita vuelve a necesitarme. Tengo sentimientos encontrados: ¡¡Por fin me necesita de nuevo!! Pero ahora no puedo atenderle... Le llamo, oigo su voz, serena. Me recuerda que tiene la mirada más cruda que jamás he visto en mi vida. Pido perdón mil veces y sigo mi camino, sintiéndome mal por ella. 
Llegamos. Exposición de arte. Camisa y mirada verde, siempre. Tres razones de vivir que a veces son cuatro. Un niño que juega con un corcho  me hace sonreír viendo en él la vida. Ella. Impresionantemente ella. La había imaginado tantas veces que era imposible que fuese tal como era en mi mente. Sí la había imaginado con el pelo rizado. Sí, es ella. Él. Embelesado, enamorado, ilusionado... Él. Siempre sonriente, loco, apasionado, trabajador, poeta... Con sus pestañas dibuja en el aire las ilusiones que a mucha gente le falta, y grita con sus manos que necesita algo más que la vida para ser feliz. Miro sus ojos. Todos tienen ese claro brillo que tiene él. Sonrío de nuevo pensando en corcho, en rama, en cuadros y en colores que no combinan; en artistas. Me marcho... enamorada, de nuevo. 
Risas, más exposiciones, algún beso de alguien que se sienta a mi lado sin avisar, haciéndome ver que la echo de menos. Su pelo parecía enmarcar la suave manera en que parpadea cuando bromea. Está preciosa, pienso, y beso su mejilla. De repente, sin saber muy bien de dónde sale, veo unos labios rojos que rondan por una exposición de fotografías, nos saludamos y promete cosas. A Laszlete no le gusta, creo. De vez en cuando, el alemán-rumano-mallorquí viene, sonríe, me acaricia sin pensarlo la mirada y marcha junto a su amigo. De nuevo la chica del portátil pequeño. No está emocionada, porque no le gusta demasiado el mundo del arte, pero se emociona al contarle a su amiga cómo nos reímos en clase de lógica. Yo también me emociono mucho, y río recordándolo. La abrazo nuevamente. Es un bálsamo de ternura, pero de cordura. 
Más risas, aceitunas, galletas, hambre... Risas, kebabs, rafel's... Seven up. Llega ella.
La preciosidad hecha humana. La ternura y la madurez suficiente como para poder tener algo así con quién sea. La abrazo en cuanto la veo; no puedo evitarlo y tampoco tengo que hacerlo. Se acomoda junto a mí, me habla. Me cuenta, narrando poco a poco lo lindo y lo desagradable de su particular cuento, de la vida. Vivo a cada segundo un ramalazo de su propia vida, de su historia, de lo que me cuenta, y la siento muy cerca. No sé cuánto tiempo llevamos andando ni lo que nos queda por contarnos. Le miro la mirada, aunque casi no me deja; todo el rato se tapa los ojos, frotándose las lágrimas que aún no le han salido; ella sabe que están ahí. 
Me explica algo de un trato maravilloso y de una valentía que aún hoy no sabe de dónde salió; son mis lágrimas las que asoman tímidas. Nos miramos e, inmediatamente, nos derretimos en un abrazo tan efímero en el tiempo como eterno en mi piel. Acaricio su nuca; siempre lo  hago, ni siquiera sé por qué. Supongo que el camino está a punto de acabar y hay mucho más que contar. Espero que aún esté dispuesta a dedicarme todo ese sentimiento de su historia, al contármela. Su tiempo vale mucho, muchísimo  más que el de los demás -aunque el tiempo no exista!-, y ha decidido, hoy, dedicarme algo de ese tiempo a mí. Siento en mis dedos la necesidad de tocarla, de sentirme ahí, y volvemos a abrazarnos. Es algo maravilloso. Es, cual piedra preciosa, algo que temes romper, que temes quebrar, pero que necesitas tocar. Viene a mi cabeza aquella espectacular frase de la mirada verde "cómo sujetar una mariposa sin dañar sus alas". Talmente es así. No se va a romper, claro que no... Ella no es ninguna mariposa y de hecho es la más valiente de todas las mariposas que revolotean por el mundo. Pero que no se vaya a romper no implica que no pueda hacerlo en cualquier momento. Es preciosa. Ella, toda ella. No hay un sólo ápice de su persona que sea capaz de molestar a alguien; Es preciosa. La miras  y sólo puedes pensar que te alegra el día. Su voz es capaz de imbuir una tranquilidad que en realidad no tienes, ni tú ni ella. Es algo excepcional. Es un ejemplo  y a la vez alguien a quien quieres cuidar a cada momento. Es alguien que necesita ayuda, que no la pide, y que inconscientemente la atrae. Es genial, es maravillosa, es pequeña y especial, también. Su mirada es también verde, aunque a ratos parezca muy opaca. Sufre, como todos y más, pero también disfruta y, sobretodo, hace disfrutar y sonreír a los demás. Es, simplemente, preciosa.
Nos vamos de allí. Llegamos a casa. Me siento en la cama, enciendo en ordenador y pienso... No puedo dormir con esto dentro... tengo que escribirlo. Universidad, lógica, concentración, sonrisa de la chica del portátil pequeño, miradas de los profes, cuadros, vuelta a la mirada verde y  a tres miraditas más pequeñas, de colorines, abrazos geniales y anhelados, risas, la inmensidad  y preciosidad del mar hecha humanidad... Marina. 

martes, 4 de septiembre de 2012

Me has encantado...

Suena algo. Descuelga el teléfono.
-¿Sí? 

-Sherezade... 
Arena de un desierto. Voz dulce, suave, risa. La eterna sonrisa del eterno profesor en la mirada y en la mente de la alumna infinita. Tarde de cielo abierto, mientras ella "flipa" y sonríe, mirando a la nada, sintiéndose feliz, afortunada de que le brinden tantas oportunidades; de que le permitan vivir tantas situaciones mágicas. La palabra mágica suena más mágica desde sus labios. Le imagina hablándole, mientras su pequeña razón de vivir juega con algo que se enchufa en la pared, sonriendo. Sonríe, lo sabe; él sonríe. Le pide que no le haga reír, y ella no sabe nada. No sabe qué quiere pedirle, ni por qué le ha dado el privilegio de oír su voz aquella tarde de septiembre. Se emociona oyéndole hablar de su obra, casi tanto como leyéndola; se siente parte de su felicidad, aunque sea una tontería pensarlo. 
Accede sin saberlo a su íntima carcajada, saudade de una clase, de un profesor; se le encoge el corazón cuando piensa en ello ligado a la palabra fin. Se lamenta de la alegría un corazón que ya fue llanto al despedirse mil veces, al tener ciberproblemas, al explicar sus encantamientos con otras personas, al ser él. A estar él. Vive en él no sólo la alegría de aquella maravillosa sonrisa, sino la voz de la condena y de la tristeza de no poder enamorar más de lo que ya lo hace, de no permitírselo. Alegres guitarras lloran al verle así, ella le pide, casi le suplica en una carta improvisada, en una conferencia sobre algo de filosofía política, que no intente cambiar; que todo lo contrario, que lo explote, que explore su sensibilidad al máximo, que lo exprese a las personas que él quiera, sin que deba importarle nada más. Sabe que ni él ni nadie que le rodee podría ser feliz si cambiase sus me encantas y sus abrazos de agua, sus mariposas de luz y sus siempre todavía. 
Porque es tan especial que ve la especialidad en cualquier persona que pasa por su alrededor, incluso en aquella alumna de ojos exclamativos, aquella Sherezade pequeñaja. Y todo lo especial que él percibe, que nota, no lo sería si no fuese por su mirada, por su brillo verde y su achicamiento al ver la vida, al oler el sol y al oír sonrisas. Se duele cuando se encuentra solo, y piensa en compuertas cerradas, en finales de felicidades que jamás acabarán. 
Jamás acabarán, porque seguirán ahí y aquí siempre -quién sabe si también seguirán sucediendo en la realidad, en otras aulas y otras miradas contigo como protagonista!- en él y en ella, en ellos y en ellas; en su experiencia al conocerlos, en la experiencia de sus alumnos al llegar a sus manos.
Una oscura noche fría que hubo de parar en una cuneta para leer una dedicatoria, una foto entre alumnas sonrientes, una cena de cuarto de ESO y una profesora que es alma gemela. Un compañero que engorda mientras ve cómo él hace feliz a la humanidad. Una felicidad en abrazos, de agua, y también de seco sol, sin sonrisas. De lejos, unos labios que, sonrientes, dejan entrever la bondad excesiva de alguien que se olvida de pensar en sí mismo. Regala jazmín a gente que no se lo merece y merece jazmines que nadie le regala.  Y llora, ríe, piensa, cría y ama... Y hace feliz. Ahora, y siempre, en sus mares de ternura. 

En las playas del te quiero
el cariño descansaba. 
Luis Pastor.