domingo, 13 de agosto de 2017

PROCESOS

Once años. Yo tenía quince, y estuve con él hasta cumplidos los veinte. 
Era un hombre once años mayor que yo. Me enamoró con bromas, palabras bonitas y manos suaves, grandes, y a veces duras. 
Me enseñó que lo de las películas sí existe; y también me enseñó que eso es lo peor que puede pasarte. Me hizo feliz durante algún tiempo. Me enseñó el camino; aquello que no quería, no podía seguir a mi lado. Aprendí también que por amor se pueden hacer locuras tan grandes como dejarte violar, perdonar cada noche las mismas opresiones. Ser y no ser era con él simplemente una locura más, me hice responsable, ya como siempre, equivocándome sin más. 
Era negro, en el sexo, primero ayudó a mi piel a superarse, luego la obligó a hundirse en la mierda; me hizo daño hasta no se sabe dónde, y tardó años en darse cuenta, no sé si ya se habrá perdonado. 
Yo le perdoné, le deseé siempre lo mejor, y algunas noches le soñé bonito, sin las lágrimas y las pieles rechazándose. Hoy, once años después, cada año, el mismo día, inunda mis manos, mis letras y mis neuronas, mi pensamiento. 

2014. Le conocí entre las más bellas flores, miradas, sonrisas sinceras, niños. Follamos como si se fuese a acabar el mundo, a veces durante más de doce horas seguidas. Escribí tanto sobre él, que cada vez que lo hago tengo la sensación de estar repitiendo constantemente lo mismo. Le amé. Le amé como a nadie y le amaré siempre como a él mismo. ¿Que si acepté el reto? No, yo propuse el reto. Me acariciaba con todo el alma puesto en las manos, me besaba con los labios, las manos y la mirada a la vez. Jamás me sentí tan deseada como a su lado. Era un amor salvaje, animal, perfecto, sexual. 
Forzamos el mundo, y el mundo nos devolvió, de nuevo, salvajismo: no podemos cambiar la vida a nuestro antojo. Aún así, durante algunos meses más, seguimos amándonos con las pieles. Hace cinco meses que no le beso, no quiero volver a hacerlo, pero ojalá algún día pueda abrazarle, seguir queriéndolo, entenderle. Lo más puro. 


Tres meses. Me tiene loca la cama, llena de sonrisas, juegos, sexo y quejas. Me lleva sobre sus manos, me manda, me ordena. ¿y yo? Normalmente, increíblemente, le obedezco. Sonrío al verle sonreír  y guiña un ojo para indicar su acuerdo. Dudo porque es pequeño, firme, maduro e inmaduro, mancha y limpia. El resto. No pierde jamás, pero yo sí. Dudo y me da miedo, y contenta a veces, a días triste, enfadada... Embobada. Noche tras noche, caricias, ojos azules, el mar, de nuevo amanece, la virgen de Guadalupe, peces que son pescados muertos... Y tengo miedo. 

... Porque mi proceso continúa, porque sigo amando, queriendo, follando, bailando, disfrutando, y llorando, pensando, tomando decisiones... Viviendo. Y tengo miedo, pero todo, siempre, saldrá bien.