lunes, 18 de diciembre de 2017

¿Fracaso?

Borrar fracasos deja de ser importante cuando entendemos que el fracaso no existe como tal. Cuando entendemos que el único fracaso del que debemos huir es de sernos infieles a nosotros mismos; a nuestros principios, a nuestras valoraciones morales, a nuestra manera de ser. 

Perder un amor no es un fracaso si ese amor nos conducía a noches sin dormir, no por hacerlo sino por odiarlo.
No es un fracaso perder un trabajo si siempre hay la posibilidad de ser la mejor versión de ti mismo en el siguiente curro que encuentre. Tampoco es fracasar tardar un poco más en conseguir tus sueños, siempre  y cuando no pierdas de vista los objetivos... Que por otro lado también podrán cambiarse por el camino, puesto que la vida es capaz de enamorarte de nuevo de cualquier ser, y cambiarte de nuevo el rumbo. 

Una de mis personas más queridas desde la auténtica adolescencia, me escribió una vez que no hay fracasos, que tan sólo hay cambios de camino. 
Y es que cambiar no es fracasar, es aprender. Aprender a veces circunstancias que no esperabas en tu día a día, aprender de vez en cuando que los amores imposibles, aunque ya estés más cerca de los treinta que de los veinte, siguen siendo imposibles. 

No fracasa el gusano que nace gusano, ni la mariposa que lo fue. No fracasa la tortuga que pierde la piel por el camino. No fracasa Curra, que vive ya entre mantas y quejas. No fracasa Shica, que empieza la vida enamorada del olor de Lixi, y de mis manitas. No fracaso yo, al seguir intentando flotar, volar y reír en las nubes, creyendo que Aba Isieni es para siempre, que el amor debe y sabe bien. No fracasa el que suspende, sólo por haber suspendido. No fracasa el que se prepara, pero tampoco el que no lo hace. Ni el que baila, ni el que canta, se droga, bebe o fuma. No fracasan si la vida sigue para ellos de la mejor manera posible, al siguiente amanecer. 

No fracaso  yo, no fracasa él. No fracasamos, sobrevivimos, todos, uno a uno, cada uno a su manera, flotando en maderas, sentimientos, sueldos ínfimos y estudios enanos, bicicletas subiendo escaleras. 
No fracasan. No hay fracaso. 

martes, 14 de noviembre de 2017

Apuntes sobre la magia.

Llegábamos juntos de un lugar al que yo asocio mi adolescencia, mis primeros amores y desamores, mis relaciones familiares más cercanas; mi manera de acercarme al mundo en casi todos los aspectos. Llegábamos pues, él y yo, de un lugar muy cercano para mí, muy conocido. Llegábamos a Palma, pensábamos cenar algo -yo, puesto que él se había zampado en Inca tres tacos y una hamburguesa-, y escapar rápido a Mitucasa, el nuevo lugar donde creábamos un hogar con más animales que personas, felices siempre todavía. Felices llegábamos a Palma, volando entre las calles del centro, saltando de cielo en cielo.
De repente, dos señoras se dirigen a nosotros, que no paramos en ningún momento de saltar, volar y seguir soñando. Le prestamos toda la atención que podemos, a pesar de seguir saltando, y ellas me hablan mirándome a los ojos, y nos explican que están invitando a gente a realizar una plegaria y acción de gracias en la iglesia de Santa Margarita, y que estarían encantadas de que fuésemos con ellas. Hubo dos cosas, dos, que me hicieron prestar atención, preguntar... La primera eran las voces tenues, cálidas y angelicales de las dos señoras. El resto... Mi hermano.
José Carlos es el prioste de la hermandad de esa misma iglesia.
Miré a mi compañero, más con la mirada que con los labios le dije que acompañásemos a las dos señoras que venían de las nubes. Él me hizo caso, y hasta creo que había decidido lo mismo que yo.
Las seguimos y por el camino les dije a las señoras que lo normal sería que él estuviese allí.

Fuimos a la iglesia, nos dieron unos papelitos, unas velas y unos bolígrafos. Alguna magia venida de las estrellas se había dedicado a obligarme a pensar en mi hermano desde que saltaba de cielo en cielo, y de repente, frente a mí, una palabra que se me antojaba preciosa; lentejito/a.
De nuevo mágicamente, de nuevo de repente y de nuevo llegábamos, a la iglesia por primera vez de aquella manera, yo con mi hermano en el pecho, lentejito en los deditos, él conmigo en las manos, en la mirada y en el papel. Dejo mi vela encendida, escribo por él, por mi hermano, lentejito, la mujer de mi hermano -la mamá de lentejito/a-, por nuestra familia. Magia.

Magia porque me pasa en este momento de mi vida, porque hace días que pienso que llega el momento de resolver todos los conflictos pasados, porque no se trata sólo de mí, porque yo soy todo esto por todo lo que viví- vivimos...
Es mágico porque suena música de nuestra infancia y de repente recuerdo que nos defendíamos pese a las diferencias, que te odiaba y te amaba a la vez, que fuiste el hombre más importante de mi vida durante tanto, tanto tiempo. Porque muchas veces no te entendí, intenté respetarte siempre, pero a veces dudé. Esperé una disculpa que jamás tuve, pero te perdoné. Es magia porque no nos conocemos ya, porque somos muy adultos, aunque a todo el mundo le seguimos diciendo que somos muy diferentes. Lo fuimos, lo seremos, seguramente lo somos, pero dudo que haya un amor más puro. ¿Por qué? Porque aún sin entenderlo, te apoyé y lo hago, entiendo tus disgustos y por supuesto celebro tus triunfos. Sé que tienes otras maneras de sentir, pero que sientes. Me costó entenderlo cuando nuestros caminos irremediablemente se separaron drásticos, pero terminé aprendiéndote. De la misma manera que explico mis perdones, también debo pedirlos. Perdona, José Carlos, por haber sido siempre tan exigente, por no haber entendido y, a la par, hacerte culpable. Por no haber estado, quizá, cuando me necesitaste, por haberme ido. Perdona por ser distinta, por pensar con el lado contrario al de tu hemisferio predominante, por no abrazarte lo suficiente, por tardar en aprenderte. Perdón.
Entré a la iglesia pensando en ti y salí de la iglesia necesitando escribirlo.

Después de eso, él y yo fuimos a cenar-yo, porque él se había zampado... ya sabéis-, cenamos y dimos un paseo hasta Mitucasa. Le expliqué a él, este hombrecito que empieza a acompañarme en todas mis aventuras, todo lo que sentía en aquel momento. Él me explicó que su magia le había llevado hasta agradecer el presente año; por su trabajo de encargado, por el amor de su vida. Me he ruborizado. Empiezo mil millones de etapas nuevas, muy inconformista y casi insaciable, pero sólo me guío por el amor, de veras. Y ahora, la magia, el amor, la vida, me ha traído hasta aquí.

Hasta casa, hasta Mitucasa. A contároslo; a ti.  

sábado, 2 de septiembre de 2017

El piano de mi memoria

Cuando suena el piano de Clayderman mi mente siempre me trae recuerdos olvidados. 
Él es un hombre maduro, acaba de cumplir sesenta y cinco años y me ha enseñado muchísimas cosas. Tiene los ojos verdes, sin límites. Algunas arrugas ya en su piel, la espalda llena de lunares, el hombro lleno de trabajo. Esa espalda siempre enamorada de las manos de mi madre, de las mías propias. Pide a gritos "cosquillas" que no son más que caricias, piel erizada, amor fraternal. 
Ese hombre, moreno, de baja estatura, con un treinta y seis de calzado, es mi padre. 

Es un hombre alcohólico. Me gustaría decir ex-alcohólico pero eso no es posible jamás. Alguien enfermo de alcoholismo siempre sigue siendo un enfermo; debe prestarle especial atención al alcohol, por muchos motivos. A mi padre tendré que reprocharle siempre que no fue capaz de hacernos feliz durante muchos años, pero también he de agradecerle toda la vida por cambiar todo lo necesario, y convertirse de verdad en marido, compañero, papá. 
Ese hombre tiene una personalidad muy complicada. Se enfada rápido, desde hace unos años tiene algo de mal carácter, y siempre se queja (del ruido, de la música, de los animales, de que dejamos las cosas en medio...). Sin embargo es la persona que más sentimientos me ha causado en toda mi vida. 
Mi padre siempre ha estado ahí, acompañándome casi sin darse cuenta, orgulloso esperando desde Inca hasta Guatemala. En presentaciones de libros, en firmas, en competiciones de gimnasia rítmica. En exámenes de conducir, en papeleos. Incluso yendo de compras. Siempre es acompañante. Nunca es problema, siempre espera. No sabe llegar tarde, le cuesta dar un abrazo, pero siente, padece y es capaz de amar con la piel y con los ojos. Llora  mares a veces, a escondidas, porque sabe que la vida es dura, que desaparecen las personas y que el amor, suave, no es fácil. 
La pérdida de su padre le cambió la vida. La vida cambió porque su padre se fue. El abuelo Manolo, siempre se le llenan los labios de besos cuando lo nombra, el verde se vuelve transparente en sus ojos. Su madre también marca sus palabras, sus hermanas son ya amigas, y él creció, como hombre, como persona, como padre, lejos de ellas; finalmente hizo lo correcto.

Alguna vez debería parar el ritmo de esta vida, constantemente vertiginosa, y decirle; TE QUIERO. 
Y no sólo te quiero porque seas mi padre, te quiero porque te lo mereces, y eso pocas personas pueden decirlo. 

Con catorce años decidí que el alcohol no podía formar parte de mi vida. Por asco, por miedo, por sentimientos tan negativos como la propia enfermedad. Hoy, a mis veintiséis he meditado, vivido y crecido lo suficiente como para reformular la decisión, y convertirla en unas leyes muy positivas. El alcohol no forma parte de mi vida por responsabilidad, por autoaprendizaje, y, de manera muy importante, por solidaridad. Porque mi padre fue capaz de decir que no a una substancia que causaba grandes problemas, no sólo a él, sino sobre todas las cosas a nuestra familia. Simplemente me parece que un poquito de apoyo moral -de por vida- no le viene mal a nadie. Por orgullo, por responsabilidad, por solidaridad, yo me declaré abstemia, y hoy me declaro hija. 
Mi padre es una persona humilde, con muchas carencias personales, que ha sabido ser feliz, al lado de la mujer que le brindó todo lo que tenía. 

Si idealicé el amor desde muy pequeña, si creí en él, jamás fue por películas, cuentos, libros... Fue por dos parejas inmersas en el amor más profundo; mis abuelos -mamá Juana y papá Andrés- y mis padres. El amor, papá, eres tú. 
Suena Richard Clayderman, Close to you. 



Te quiero, feliz cumpleaños. 

domingo, 13 de agosto de 2017

PROCESOS

Once años. Yo tenía quince, y estuve con él hasta cumplidos los veinte. 
Era un hombre once años mayor que yo. Me enamoró con bromas, palabras bonitas y manos suaves, grandes, y a veces duras. 
Me enseñó que lo de las películas sí existe; y también me enseñó que eso es lo peor que puede pasarte. Me hizo feliz durante algún tiempo. Me enseñó el camino; aquello que no quería, no podía seguir a mi lado. Aprendí también que por amor se pueden hacer locuras tan grandes como dejarte violar, perdonar cada noche las mismas opresiones. Ser y no ser era con él simplemente una locura más, me hice responsable, ya como siempre, equivocándome sin más. 
Era negro, en el sexo, primero ayudó a mi piel a superarse, luego la obligó a hundirse en la mierda; me hizo daño hasta no se sabe dónde, y tardó años en darse cuenta, no sé si ya se habrá perdonado. 
Yo le perdoné, le deseé siempre lo mejor, y algunas noches le soñé bonito, sin las lágrimas y las pieles rechazándose. Hoy, once años después, cada año, el mismo día, inunda mis manos, mis letras y mis neuronas, mi pensamiento. 

2014. Le conocí entre las más bellas flores, miradas, sonrisas sinceras, niños. Follamos como si se fuese a acabar el mundo, a veces durante más de doce horas seguidas. Escribí tanto sobre él, que cada vez que lo hago tengo la sensación de estar repitiendo constantemente lo mismo. Le amé. Le amé como a nadie y le amaré siempre como a él mismo. ¿Que si acepté el reto? No, yo propuse el reto. Me acariciaba con todo el alma puesto en las manos, me besaba con los labios, las manos y la mirada a la vez. Jamás me sentí tan deseada como a su lado. Era un amor salvaje, animal, perfecto, sexual. 
Forzamos el mundo, y el mundo nos devolvió, de nuevo, salvajismo: no podemos cambiar la vida a nuestro antojo. Aún así, durante algunos meses más, seguimos amándonos con las pieles. Hace cinco meses que no le beso, no quiero volver a hacerlo, pero ojalá algún día pueda abrazarle, seguir queriéndolo, entenderle. Lo más puro. 


Tres meses. Me tiene loca la cama, llena de sonrisas, juegos, sexo y quejas. Me lleva sobre sus manos, me manda, me ordena. ¿y yo? Normalmente, increíblemente, le obedezco. Sonrío al verle sonreír  y guiña un ojo para indicar su acuerdo. Dudo porque es pequeño, firme, maduro e inmaduro, mancha y limpia. El resto. No pierde jamás, pero yo sí. Dudo y me da miedo, y contenta a veces, a días triste, enfadada... Embobada. Noche tras noche, caricias, ojos azules, el mar, de nuevo amanece, la virgen de Guadalupe, peces que son pescados muertos... Y tengo miedo. 

... Porque mi proceso continúa, porque sigo amando, queriendo, follando, bailando, disfrutando, y llorando, pensando, tomando decisiones... Viviendo. Y tengo miedo, pero todo, siempre, saldrá bien. 

viernes, 7 de julio de 2017

Decidir

Aquella mañana se despertó aturdida, sin saber muy bien qué había pasado.
Llevaba tantos años viviendo en pareja, sin dormir con alguien que no fuese su chico, que despertarse con dolor de cabeza, la boca pastosa, una piel distinta al lado, la perturbó. 
Miró a su lado y encontró un cuerpo cubierto por una sábana blanca, y una melena rizada que sobresalía de ella. 
Era una compañera de trabajo. Le encantaba, lo sabía, pero jamás pensó que algún día pasaría algo con ella. 
Instintivamente acarició su pelo, y, volteándose hacia ella, abrazó su cintura, pensando que tal vez sería la última vez que pudiese hacerlo. 
La cintura de Molly era muy suave, fina, y podía acariciarse siguiendo una curva perfecta. Ella, aún aturdida y con los ojos llenos de sueño, se acomodó junto a su espalda, sintió que al otro lado su compañera acariciaba su mano, y cerró los ojos. 

Pasaron algunos minutos y volvió a dormirse, mientras su compañera, despierta ya, acariciaba su mano de nácar y pensaba en lo mucho que la quería, en lo mucho que quería verla siempre feliz, como anoche, dejándose llevar por sí misma, dejando que fuese su pecho el que guiara su camino. Se gustaban desde hacía ya mucho tiempo,  y se querían desde que se conocieron, en tierras lejanas. 
El mundo siempre giró contra su relación, pero en algún momento, dando la vuelta al mundo, se tocaron las espaldas, y, de repente, sucedió. ¡Por fin! 

Cuando volvió a despertar, ella la miraba desde su propio mundo, creando la imagen en su mente, recreando todo lo que pasó la noche anterior, sonriendo desde lo más profundo de su intimidad. Abrió los ojos,  respirando tranquila, sintiendo las manos de Molly sobre ella, cálidas y trabajadas. 
Suspiró, tímida, avergonzada sonrió, y deseó que fuese su amiga la que rompiese el hielo. 
- Buenos días... - sonreían
-Buenos días, Molly.
Molly le acariciaba la espalda, estaban frente a frente, y las manos de ella cada vez tenían más ganas de buscar la cintura de su amiga. Jamás se había sentido tan atraída, de aquella manera. Suavemente buscó bajo las sábanas la calidez de Molly, y encontró una cintura agradecida, llena de perlas suaves que anhelaban aquellas caricias. 
- ¿Qué tal estás?- Dijo Molly estremecida.
- Cansada, la verdad. ¿Y tú? 
-¿Yo? La verdad es que yo nunca he estado mejor, nena. 

Después de aquella frase, algo se movió en el interior de las chicas. Los brazos de Molly acercaron a su compañera, que no dejaba de acariciarle la espalda. Se sintieron de nuevo cerca, sus pechos juntos, los de Molly pequeños, rosados, con ganas. Los ombligos se rozaron en sus vaivenes, sus manos se buscaban hasta encontrarse en el cielo, lleno de nubes. 
Se amaron, deseosas de quererse también con las piernas, las pieles, los sexos y las cinturas. 
Y, cuando hubieron acabado, se besaron largamente. 


- Bueno, pequeña... Nos vemos mañana. 
-Eh, sí. 
-En el curro, quiero decir. 
-Sí. Perdóname, pero esto no ha pasado, ¿Vale?
-Claro, claro. Tranquila. Sólo quiero que sepas que yo lo he disfrutado muchísimo, y que no me arrepentiré jamás de que haya pasado. 
-Ya... Yo, bueno. Yo también. Me tengo que ir, Molly.
-Gracias, Meree. 
-A ti. 

Meree marchó absorta por su sentimiento de culpa mezclado con aquel aroma de mujer satisfecha, bonita y con olor a sí misma, a sexo y a hormonas. 
Molly se quedó sentada en su sofá, mirando de reojo las sábanas revueltas de caricias, con media sonrisa en su rostro, sonrisa entera en su alma. Enamorada de la vida, de ella, del momento. 

Candela Peña

martes, 20 de junio de 2017

Día a día (noche a noche)

Desde detrás de la barra hay noches increíbles. 
La de hoy, por ejemplo.
Cerré el bar cerca de las tres de la mañana. Cuando digo cerré, en este sentido, quiero decir que les pedí "amablemente" a los últimos clientes que abandonaran la sala, que me disponía a cerrar. 
Ante la barra, algunos personajes de cuento, de mi cuento más cercano, los de siempre, que me miraban con carita de pena  y de admiración, de cariño. También algunos (cuatro, para concretar) a los que había visto por primera vez, y atendido, y servido. 
Una chica, y tres chicos. 
La chica llegó hacía ya algunas horas. Se había presentado como alguien claro y me había pedido un gin tonic sin hielos. Sin hielo. Nada. Sólo Gin, sólo Tonic. 
Le serví y me contó que le había dejado su novio, entre risas y frases incongruentes. En mi intento continuo de alegrar la vida a los demás -gracias, Agrado-, abracé a aquella mujer típica, tópica, borracha y llorosa, y le dije que ánimo, que él se lo perdía, que poco a poco se daría cuenta de que no todo acababa allí. 
Ella bebió y habló  por teléfono, con personas diferentes, contándole su dolorosa ruptura, y lloró amargamente sobre la mesa. 
Finalmente tuve que dejarla recostada en la pared, tras su negativa a llamar a un taxi que la llevase a casa, tras su negativa a que le ayudásemos. La última vez que la vi estaba dormida, sentada apoyada en la pared, roncando. Espero que mañana todo esté bien. 
Cuando salí del bar, ahí estaba ella. Y ellos. 
Compañeros de otros bares cercanos. Algunos son personas que trabajan tras una barra, mezclando alegrías y tristezas en cocteleras de alcohol, otros que llevan bandejas llenas de sueños, algunos cocinan nubes para deleite de clientes y amigos. Algún otro, hace cine y literatura con perritos bajo el brazo, Lolas queridas que me aman hasta la saciedad. También tenemos un Grande, conde, duque, rey, que poesía escribe a todos los que ama, en algún momento ama. Desde las bocacalles más pescaderas de Palma, llegan dos grandes personajes. Argentinos y gallegos a partes iguales, nunca separados, a veces solos. Sonrisas y risas, cine y también admiraciones. 

Y Estrella pasea libre por una plaza siempre llena de risas, de humo, de verdes y rojas, de gente que comparte. Y yo, siempre, cada día, cada noche. El de la moto al revés, Estrella, los del camión de la basura, algún que otro taxi, todos vosotros. La bohemia. 

lunes, 6 de febrero de 2017

Relaciones propias

Adoraba moverse, aunque siempre le gustó moverse para alguien, también disfrutaba de bailar sola, desnuda frente al espejo.
Aquella noche, antes de volar entre decenas de personas, había bailado para sí misma y su propia visión ante el espejo. Desnuda, fijándose en sus pechos, en su silueta, su cadera. Su piel, un poco más flácida, sus ojos, vivos todavía y de nuevo. En algún momento, ella dejaba de bailar, se miraba simplemente, se sonreía. Sonreía a la persona que veía al otro lado de aquel cristal. De repente, después de veinticinco años de complejos, prejuicios contra sí misma e inseguridades venidas de traumas, se miraba desnuda y se sonreía. Se gustaba. Se miró los pechos, pequeños, causantes de tantas y tantas inseguridades. Sus pechos eran como dos volcancitos pequeños, volaban impunes a la condena de la gravedad. Los pezones seguían siendo rosas, aunque sabía que quedaba poco tiempo para que la edad los oscureciese, hoy los veía rosas todavía siempre. 
Después se detuvo en su cintura, automáticamente también en su cadera. Su cintura era fina, proporcionaba suavidad si así la trataban, se dejaba querer siempre. La cintura era la parte más intuitiva de su cuerpo, por eso también la menos física, la más intelectual. Para animales ya tenemos la cadera, ancha siempre, con perturbaciones de adultez en cada poro. Unas caderas, grandes puertas de aquel culo enorme y desafiante. Sus piernas jamás fueron de su agrado. Gruesas, demasiado fuertes, flácidas en la cara interior de los muslos. Ya se daba igual en el físico. Se gustaba tal cual era porque no podía gustarse como algo que no era. Aprendió a quererse porque supo que así era mucho más fácil querer a los demás, y eso le gustaba más que cualquier otra cosa en el mundo. 
Seguía bailando. Se miraba también la cara. Se había reconciliado con su sonrisa años atrás, cuando, después de uno de las etapas más difíciles de su piel, de repente se sintió viva en una clase de autoescuela, y decidió lanzarse por vez primera a la vida más adulta, que aún no conocía demasiado bien. Fue capaz de aprender que su sonrisa transmitía cuando era necesario, y que por ello debía quererla. Ahora la miraba, en su cada, al revés de la realidad, y volvía a sonreír, bonita, pura y con todas las imperfecciones y perfecciones de su propio universo. 
Se miró los hombros. Nunca los tuvo muy en cuenta, hasta que llegó un chico con rastas madrileñas y tatuajes londinenses. Hace días vuelve la idea de manos de un poeta chileno que estos días hechiza desde cerca de Pereira, al otro lado del Atlántico. Entonces, se mira los hombros y no ve nada especial. Son rollizos, como toda ella. Están vivos como toda la piel. Con este corte de pelo son más notorios, puesto que los rizos no llegan a tocarlos, ni a taparlos. Sus hombros son anchos para su altura, pero era necesario para compensar la cadera. 
Su cuello siempre le había gustado, le proporcionaba altas dosis de sensibilidad sin dar a conocer ningún secreto, y eso la mantenía segura. Ponía la música más y más alta y seguía bailando frente a ella misma, con todos sus miedos, traumas y pieles sin erizas, lágrimas y caricias rotas, guardados lejos, tal vez debajo de la cama, donde no molesten y no ocupen mucho sitio. Bailaba emanando una sensualidad que podía con el frío incesante del resto de la casa. Bailando recordaba también algunos momentos, puntos de inflexión en su vida. Y no era consciente de que aquel también lo era; bailar con una misma, sin que el tiempo te pare nunca, sonriéndote, reconociéndote, queriéndote tal cual eres, es el inicio de una bonita relación contigo misma. 
Es el inicio de mi relación conmigo misma. Es el próximo cambio. 

lunes, 23 de enero de 2017

Rápido

Y de repente, desapareció. Kiar había compartido con él sólo una tarde, una noche  y miles de sonrisas en las mañanas de trabajo. La primera vez que se olieron cerca, él dijo que no debería haber pasado, y que no volvería a pasar. Ella no le creyó nunca, y la segunda vez, lo confesó. Él rió, amó sin amar, dio cariño, se emocionó, tembló, se corrió, su piel se erizó, vivió. Pero de nuevo, en el marco de aquella gran puerta antigua, repitió aquellas palabras: "No te volveré a llamar, esto no pasará más. Ha sido un placer, eres una chica preciosa y fantástica en todos los sentidos. Gracias".
Ella le creyó. Y de repente, desapareció. 
Hacía treinta días que no le veía. Mantenía la esperanza de verle al día siguiente; un mes, justo sin abrazarle. Había pensado en él durante horas, pero no durante demasiados días. Olvidó su cara tal como olvidó aquella manera de acariciar, tal como cesaron sus ganas de tenerle entre las piernas.