martes, 15 de octubre de 2019

15/10/2019


Qué buen regalo de cumpleaños has tenido esta vez, Papá Andrés.
Ha llegado a verte -¡Y no es sólo una visita!- una de las personas que mejor te conocieron, una de las personas que estaba ya ahí cuando tú naciste. Y eso cada vez va a ser más y más difícil…
Por eso creo que tú mejor que nadie entenderás que mi carta de este año, no vaya dirigida sólo a ti, sino también a tu nuevo acompañante allá, tu hermano, el mayor. El tito Paco. El tito Paco de la Aleja.
Hace más o menos un año, yo salía llorosa y temblorosa de una iglesia muy urbana. Muy nuestra, pues no recuerdo muchas más iglesias en las que haya vivido tantas emociones. Yo salía, llorosa, emocionada, temblando y con un nudo gigante en la garganta después de haber leído una carta que escribí tal día como hoy, aunque hace ya tres años.
Iba sin mirar a los lados, sabía que mucha gente estaba esperando que me acercara, tal vez, o que les dirigiese una palabra, una caricia, algo que nos uniera más de lo que aquella pérdida había conseguido. Pero no podía, sólo podía mirar al frente, apretar los labios, tensarme entera y seguir adelante. Y de repente, una mano, me paró.
Una mano cogió la mía, y no pude hacer más que pararme, junto a ti, tito Paco.  Recuerdo perfectamente tu mirada en aquel momento, y tus palabras; qué regalo más bonito, hija, hay que ver qué palabras, qué manera.
Mis ojos dejaron salir todo lo que habían guardado hasta entonces. No pude decir nada más. Me tocaste la cara, tus ojos, mayores, se derretían también. Yo te vi a ti, papá Andrés en su cara. Le acaricié con el reverso de la mano, mis nudillos suaves pasearon por sus arrugas profundas. Y me pareció verte a ti. Y es que en parte te estaba viendo a ti. Todos erais muy parecidos, algunos casi iguales. Pero es que vosotros dos… Vosotros dos no os alejasteis nunca el uno del otro. Vuestras mujeres, tan diferentes, se amaron durante tantos años, que aún hoy existen reminiscencias de esa manera tan peculiar de diferenciarse.
Una era pizpireta, con el pelo rizado, blanco completo en el invierno de su vida. Siempre sonriente, siempre siempre cariñosa. En nuestras celebraciones, la primera en llegar. Con su olla de puchero, de berza, de lo que fuese. Con sus típicas frases y su manera acelerada de hablar. La de broncas sonrientes que era capaz de echarle a la otra… Estoy segura de que a pesar de todo, de todos los sinsabores que le regaló una época tan oscura, os habéis reencontrado envueltos en el amor de siempre, envueltos en alegres noticias de haber creado una familia tan numerosa -y cada vez más-, tan enraizada, tan familia.
La otra es, aún sigue siendo en la existencia. Pero era mucho más de lo que hoy nos muestra. Era todo lo contrario a la pizpireta que se alejó hace unos años. Ella era gruñona, con muchísimo carácter. Reñía a hijos y nietos por partes iguales, y a veces hasta a maridos. También rodeada siempre de ollas, en el otoño de su camino aceptaba encantada las comidas de su comadre. Cuántas veces tuvo que ayudarla de joven, cuántas lágrimas se secaron juntas, cuántas carcajadas les produjeron sus compartidas vidas íntimas… Eso sólo lo saben ellas. Y ella, que pide al cielo encontrarse ya con todas aquellas personas perdidas, y aún desde aquí le estiramos. Aún no, aún no. Qué dolor para ella quedarse todavía aquí, sintiendo todas las pérdidas en la piel, y en la memoria.
Queridos Papá Andrés y Tito Paco… Qué tristeza me da en los ojos saber que jamás volveré a escuchar vuestras enseñanzas del campo, de los animales o de tanto y tanto trabajar. Pero qué reconfortante saber que no sufrís… Y pensar, imaginar, creer con los ojos cerraditos que estáis juntos ya para siempre, que el tito Paco no tendrá que sufrir más pérdidas de hermanos.
Aunque me duela pensar que la última vez que te besé, tito, fue entre mezcla de nuestras lágrimas por la pérdida de él, también me enorgullece saber que llevo vuestra sangre, vuestro ímpetu, vuestro apellido. Y saberos íntegros, humildes, capaces de pedir perdón mil millones de veces si con eso la vida sigue en la familia. Ojalá vuelva a veros en sueños, en fotos, en vídeos, en imágenes… Ojalá pudiera volver a sentiros, aunque sólo fuese una vez más, en la piel. Feliz cumpleaños, papá Andrés. Adiós, tito Paco. 

Sois lo que habéis sido, y por eso sois tan grandes.

viernes, 4 de octubre de 2019

Carta del 4/10/2019

Querida mamá:
Hace mucho que no te escribo una carta. Tal vez desde mi adolescencia. Supongo que la Mary adolescente aún estaba en esa etapa del proceso en que debía escribir para poder expresar todo lo que sentía. Ahora no siempre es así. Puedo expresarme de muchas más maneras, y no nos causa problemas. Sin embargo hoy he decidido escribirte, mamá bonita. 
Porque a lo mejor son tantas cosas que las tengo agolpadas en la mente y en los dedos, y que no se quieren ir en un audio o en una llamada a través del Mediterráneo. 
Así que...
Mamá, eres una mujer increíble. Eres luchadora, eres grande en todo el sentido, fuerte, completamente inteligente. Las luchas que te ha tocado librar no son fáciles para cualquiera. Tu sufrimiento me araña la piel del alma, mamá. Me araña por dentro. Pero me consuela pensar en tus cualidades. Una lástima que haya tan pocas personas como tú. 
Siempre crecí, mirándote en la perfección, desde abajo, reconociendo tu olor cálido y floral desde la distancia, sabiendo desde bien joven de tu mejor arma; es la alegría. 
No existe el fracaso en tu lenguaje. Y así estás, agotando la perfección. Siendo madre, amiga, esposa, y ahora -por sobre todas las cosas, hija. 
Mamá, te deseo hoy mucha felicidad porque espero con el verde de mis ojos que la tristeza no se apodere de tu rostro, que dejes de sentir esa dolorosa presión en los riñones, que la vida deje de pesar tanto que te marea las cervicales. Pero te doy también la enhorabuena porque pocas personas llegan a los cincuenta y seis años siendo tan íntegras como tú, mereciendo tanto las sonrisas que tú misma nos causas. 

Te deseo por tanto, mona grande querida, toda la felicidad de este mundo. Y créeme que lucharé durante toda tu vida para conseguirlo.


Te quiero

jueves, 26 de septiembre de 2019

WelNa

Había una vez, en un lugar muy muy lejano, una pequeña chica que vivía en un árbol. 
Para llegar hasta su árbol, ese gran árbol que hacía las veces de hogar, había que caminar durante mucho tiempo, entre árboles, arbustos y demás variedades del bosque. Había un lugar, llegados a un punto del camino, en el que todo se transformaba. La luz sólo llegaba al suelo a través de las ramas de los frondosos árboles. La sonoridad del lugar era también muy peculiar, puesto que el aire silba entre las hojas copiosas del verde en el cielo. 
La chica vivía sola en su árbol majestuoso, pero en otros árboles cercanos había otros... Seres. Bueno, ¡vecinos!  ¡Compañeros! Ella conocía a unos cuantos. Al fondo vivía una pareja de sirenas de bosque, que son aquellas sirenas que deben ir moviéndose del azul al verde para no marchitar sus almas. Eran una pareja de sirenas algo convencional, aceptada por todas las sirenas. Pero parecían felices. 
Algo más cerca, habitaba un árbol un apuesto dinosaurio de melena dorada. Silbaba por otras pieles, tal vez, pero veía brillar de cerca el árbol de WelNa. 

Ella dedicaba sus horas a hacer jabones, tejer el cielo en colores y escuchar el sonidao de las hojas... en dos idiomas. No sabría decirte de qué especie era. Era pequeña, pero proporcionada. Tenía la boca más grande que las manos, sonreía tan ampliamente, que el bosque entero no podía sostenerla. Su pelo... Bueno, su pelo bien podía confundir nuestros sentidos, haciéndonos creer que es una de las más frondosas copas de encina. Su voz es mucho más grave de lo que imagináis, mucho más grave que ella misma, y las estrellas en sus manos terminan tejiendo luz. 
Quizás no es consciente. Del amor. Que desprende. 
Cuando recoge alto su cabello de ramas, no lo sabe, pero crea la primavera. Abre y cierra sus feroces ojos para enfadarse con el universo, pero cuando vuelve a pestañear.. El cielo responde sus súplicas enojadas... Y ha de caminar porque la luna le turba el suelo. Y el suelo mismo le agradece su camino, y descalza camina despacio, alegre en nuestras noches, en nuestros sueños. 

Y entonces... no tenemos más remedio que observarla, desde abajo, calladitos, sonrientes, embobados. En nosotros... En ella. 

domingo, 15 de septiembre de 2019

GRANIZOS DE PIEDRA

GRACIAS. 
Podría simplemente resumirlo todo en esa palabra. 
Te has ido como viviste, con buen gusto, con elegancia. Sin molestar a nadie y teniéndonos en cuenta a todos. Amando hasta el último segundo, regalándonos una última mirada. Amando hasta el último segundo.
Él es el hombre al que más parte de mí le pertenece. Sus enseñanzas me hicieron ser quien soy, lo tengo claro desde el primer sentimiento que me empujó a escribir con piedras en los dedos y llantos en el alma. Hoy, mi llanto pesa, mi río está lleno de lágrimas duras, triste, lleno de piedras. 
Papá Andrés, el tanatorio se llenó de piedras por ti. Hoy ya descansas para siempre, o no, sólo tú lo sabes, pero al menos, querido, no sufres más. 

Érase una vez un joven y apuesto hombre de ojos azules, tan azules, tan azules como el cielo. Un día, el hombre vio a una chiquilla de quince años. Una muchacha preciosa de tez morena y larga melena, una muchacha que cantaba y bailaba junto a su padre en los tabancos. ¡Y cómo cantaba! 
El hombre de cielo se enamoró de ella en el primer instante. Luchó tanto, con ese amor por bandera, que al poco tiempo la convirtió, con caricias y alegrías, en su mujer. Sonrisa perlada la de ella, orgullo inmenso el de él.
Muy poco tiempo después, la muchacha de tez canela se convertiría también en mujer, en madre de uno, dos, tres, cuatro... ¡y hasta siete hijos! Dos niñas y cinco niños. Vivieron felices en su campo labrado con sus incansables manos, amándose a contracorriente mientras proyectaban su casa, su familia y su legado; todo ello reflejado en aquellas piedras que tanto trabajaron. 
Todos sus hijos crecieron, algunos de ellos les regalaron nietos, todos brindaron una compañía y serenidad dignas del hombre cielo y la muchacha canela. Se amaron. Siete hijos y trece nietos, una bisnieta... El resultado final. Vivieron lo que la propia vida les propuso. Mallorca, campo, nietos, gallinas, hierbabuena... Las playas del Mediterráneo. 
El tiempo, implacable y agresivo inventó una enfermedad de fuego dentro del hombre cielo, y él luchó tanto tanto, que dejó sus sonrisas en ella. 
Por su parte, la señora de tez tostada fue consumiendo su alegría en tormentos, sufriendo siempre, a veces sin motivo, y fue apagando las felicidades con lágrimas y marchitándose lenta pero implacablemente. 
Se desvaneció. Miles de excavadoras arrebataron aquel deseo de construir el futuro, aquel anhelo de regalar la vida. Aquellas, nuestras, piedras. 
Cada día, aunque rodeado de cuidados, el hombre de cielo estaba más cansado... Aunque jamás contesto algo que no fuese "bien" a la pregunta "¿cómo estás?"-
Después de los casi ochenta  y cinco años de vida soleada, se nubló. El hombre de cielo dormía ruidosamente esperando que la muerte le separara de la vida...
Pero abrió los ojos. 
Cuando al fin tuvo a todos los suyos alrededor abrió los ojos, miró, dijo sin palabras, oyó, sintió... y se fue. 


Fue así como el hombre de cielo volvió allá donde sus ojos nacieron. Fue así como volvió a mostrarnos la vida en su totalidad, la muerte más dolorosa de todas nuestras vidas. Y empezó a llover, con muchísimo viento, con muchísimas lágrimas; llovía porque hasta el cielo debía mostrar su tristeza. En nuestras cabezas, en nuestros corazones llovían piedras a granizos y empequeñecíamos en abrazos multitudinarios.
Se fue el hombre de cielo.
El que nos enseñó a amar, no sólo a personas sino también a otros seres con el mismo, o más respeto. El que nos mostró que se ama también y sobre todo con la piel. y que nada importa si estamos juntos. 
También enseñó al mundo entero que el amor eterno, entero, el del respeto por las sonrisas y por las lágrimas del otro sí existe, y que se da, sin condición. 
La muchacha de tez canela se convirtió en su viejita acanelada, que llora y llora la muerte de su cielo, de su hombre, de su mar de apoyo. Viuda del cielo, a los ochenta y tantos años, pidiendo a quién sabe quién... ¿Por qué la dejas solita ahora?
Y así pasó una eternidad.
Él, amando con amor desde la nube más amorosa. Ella, amando con amargura desde su camita, ahora ya tan grande. 



Y sobre mí, esta noche sigue granizando piedras gigantes que me impiden respirar, que me obligan a respirar agua salada desde mis ojos de bosque. Porque fue el hombre cielo, el hombre de todas nuestras vidas. 


Adiós, Papá Andrés. 15-09-2018




Escrito en el tanatorio de Jerez de la Frontera. 

sábado, 14 de septiembre de 2019

Ángel

Querido Papá Andrés,
¡Qué gran día fue ayer!
Me picó una abeja en el talón,
de mantequilla,
entre tus brazos.

Yo llorando, y tú gritando,
entre risas
-Juaniiiii,
esta niña
esta niña está hecha de
mantequilla.

Fuimos a la playa
a 'Pollenca', la del barquito.
Tu bañador azul
aguantando tirones,
dos nietos,
y una nieta.
Yo.


Reímos y tú te enfadaste
Una broma con tomates.
Qué risa, Papá Andrés,
qué risa!!
-Eso no se hace,
monina.


La soga al cuello
en un momento amargo,
piedras en lágrimas,
ojos pesados,
enfermedades...
El principio,
No el final!

Nos hemos querido,
ayer,
todo ayer
mucho tiempo, ayer.


Tus ojos azules en mis gafitas,
intentando
-y consiguiendo-
otra estrategia perfecta
en nuestras partidas
de dominó.


Ya verás cuando yo tenga
por el mango
la sartén, papá Andrés.
Antonio Molina sonando en
la radio,
de tu hijo.


Hace tanto, de ayer...

Que desde hace un año, no eres ya mi abuelo, papá Andrés.


Desde hace un año, eres

Mi ángel.


Gracias siempre, y todavía.


viernes, 13 de septiembre de 2019

¿Viernes?

Soñaba con ese movimiento desde hacía meses. Todos los meses que habían pasado desde que hizo el movimiento contrario. 
Quería deshacer el camino. Desandarse. Y había llegado el momento. Emprendió, sin embargo, un andar diferente. Le llevaba al mismo lugar. O no, tal vez no. Era el mismo lugar, pero había cambiado. Estaba envuelto en un hado diferente, en un hado de... locura, de especulación, de... Lluvia. Casas que están en la montaña. La playa al frente. Y yo. Aquí. Andando en lugar de desandando, a la misma isla perdida, amada, blanca, soñada. La isla bonita. Que siempre trae y también se lleva. 
Te permite, pero a la vez no. 
Y así, a pesar de que soñaba con el movimiento desde hacía meses, se me antojó de muchas maneras en la piel. 
Sentí añoranza. De relaciones que tracé en la gran isla, la Roqueta mayor, mi hogar. De personas que me cuidan; algunos silban por los pasillos de mi piel, otros vuelan en los recovecos de mis noches estrelladas, y hasta algunas roban sonrisas en camas inventadas. 
También se apoderó de mí la culpabilidad. De personas que se han convertido en completamente mías, en dependientes, en pequeñas mamás que casi son pequeñas hijas, en algún momento adultas, poderosas mujeres que mandaban, hacían y deshacían a su antojo. La tristeza acompaña de manera serena esta culpabilidad. 
Sentí Pena, de un sábado que hace un año fue viernes, de un miércoles que fue martes, de mis dos árboles, que fueron en mi piel y desaparecieron de la tierra. Y de estas fechas, sola, bajo la tormenta. 
La ilusión me hizo presa de una manera brutal, astuta, necesaria. Me trae el recuerdo de la vocación, la memoria de las aulas, las ganas de seguir, de empezar, de estar, y sobre todo de ser. 
Algo de miedo, pero eso es tan necesario... Nada contingente. 
Tantas y tantas emociones se agolpaban en mis intestinos, en mis pestañas, también bajo mis ojos. Tantos sentimientos, contrarios, amables o no. La piel erizada. Mis fieles compañeros peludos junto a mí. O esperándome en jaulas hechas del mar. Tranquilos, estamos juntos. 
Y el escenario principal siempre TOO MUCH, siempre una humanidad de plástico, en una naturaleza real. Esta vez lluvia que empapa los cristales del coche de un padre que, aunque gruñón de naturaleza, padre generoso. Lluvia que moja sobre mojado, que desafía los límites de mi conducción, de la conexión gps que me lleva a mi nuevo trabajo... y hasta de mi pobre puntualidad. 

Pero estoy serena. Me ayudo a ello, me fascino y me cumplo las expectativas, o lo intento sin demasiada presión. Saco de mi teléfono a niñas preciosas que no saben quererme bien, y mi corazón intenso sigue trabajando para mí. Es la hora. Dos personas gigantes me ayudan aquí, me dejan el espacio, la calma y su hogar. La bondad existe, en ellos. 
Seguimos en el viaje. Andando de nuevo, aprendiendo siempre, con la luna llena dándome la cara, de nuevo. 

sábado, 7 de septiembre de 2019

Tú eres él.

Querida abuela,
Ayer hizo un año de tu partida.
No puedo decir
que te fueras rápido,
pero sí
demasiado ¿pronto?

96 vueltas diste al sol.
Viviste, sonreíste.
Trabajaste, siendo una de las primeras
en poder hacerlo.
Te enamoraste,
estoy segura de ello.

Fuiste madre, hermana,
esposa, abuela.
Abuela, querida.
Qué poco te conocí,
y qué presente te tuve,
te tengo,
te tendré.

Cada día te siento
en la mirada de tu hijo.
Tu hijo.
Mi padre.

Mi padre,
que aún sigue siendo
un apéndice de ti.
Cumplió 67 años,
aferrado a la idea de
reencontrarte
tal vez,
en las calles de Jerez.

Mi padre,
triunfo del tiempo,
mi padre,
tu hijo mayor.
Mi padre, que
jamás superó la muerte del suyo,

Aprendió a vivir sin él,
con el alma entre los dedos,
con la cara mojada
en cada recuerdo.
Ahora, imagina
lo que es,
vivir
sin ti.


Tú. Eres él.



Monstruos

En la madrugá' cómo me sabes a sal, silbando entre los pasillos de mi cuerpo, saboreando siempre con tus labios cada minuto de la noche.
¿Descansamos? y volvemos a la guerra. 
Una guerra que se lucha con la piel, con tu pelo, con mis rizos. Tus gestos son la primera misiva, mi manera de ruborizarme, llena de deseo, el contraataque. 
En muy poco tiempo, las manos tocan algo más que la dermis, en poco tiempo nos atravesamos, en poco, muy poco, siento que me elevo entera, desde el dedito pequeño de mi pie izquierdo hasta mi pelo, rizado siempre -y con razón-. Desde ese dedito hasta mi pelo, pero con varias paradas en el trayecto. 
Oh, dios... Henchida, toda yo espera expectante aquello que me dijiste merecer. Y te siento salvaje la mano en mi nuca, tu pelo revuelto, Dimoni, o dinosaurio, o yeti, o quién sabe... Tú. 

Brutal cuando estoy sobre ti, Jerónimo y yo bien acompasados, y, de repente, como si llegaras de cualquier otro lugar del universo, abres tus inmensos ojos de bosque... y me miras. Gozar. Me miras gozar. 
Es un goce, un gozo y un placer tenerte tan tan tan... ¿Cerca?
No sé cuándo ni desde dónde llegaste... Adoro terminar la guerra entre tus brazos, grande, real, propio. Amo encontrarte acurrucado y con frío, y que segundos después agradezcas mi calor con más calor.
Me encanta, me encanta poder ser yo en cada momento, del día y de la noche. Y me encanta, siendo yo, encantarte. 

Gracias, Llucma. 

jueves, 6 de junio de 2019

Encuentro de sonrisas

He sido paciente. Fuerte, he conseguido no hacer todas esas cosas que no debía hacer. Pero vienes tú, ese del corazón de hierro, el que jamás da su brazo a torcer, el rey de las esperas...  Y apareces. Sin más, apareces. Llegaste y tan sólo... Siquiera dijiste nada.
Aún así, el corazón quería salir de mi pecho. La piel se erizó en cuanto pronunciaste la primera palabra. Imaginé tus ojos. En realidad hacía una semana que los sentía en la nuca. E intentaba mirarlos, nunca lo conseguí. 

Decidimos vernos. Los dos los estamos deseando, o así lo siento desde aquí. 
Arranco el coche, pongo la radio. Un programa de filosofía. La primera palabra que oigo es Heidegger. Sonrío. Nunca me había pasado eso. Me acomodo en el asiento, me pongo el cinturón. Embrague. suelto el freno y consigo sacar el coche del aparcamiento sin ningún esfuerzo. En mi mente sólo tú. Durante todo el trayecto, sólo tú. Cada vez más nerviosa, cada vez más... temerosa, tal vez. Llevaba días convenciéndome a  mí misma de que lo mejor era dejarte ir, no volver a ti jamás. Por primera vez, además, había conseguido hacerte caso. Había conseguido alejarte del todo. Y aquí estoy; conduciendo para ir a verte, ocho días después del inicio del fin. 

Llego y te envío un audio, estoy buscando párking. Aparco, salgo del coche. Lo cierro. Todo lo siento en cada momento. Me cuelgo la riñonera, introduzco el móvil y las llaves. Me siento temblar hasta el alma. Doblo la esquina, cierro la cremallera y levanto la vista. Estás frente a mí, a unos 50 metros, sonriendo y caminando hacia mí. Yo no estaba sonriendo. ¿Por qué sonríe? ¿Qué le estará pasando por la cabeza? ¿La cabeza? Sonríe, sonríe, y yo no puedo evitarlo, y también lo hago. 

Soy consciente de haber caído en el primer error. No puedo, no voy a poder. Tengo claro que lo mejor es estar sin él. Y que él esté sin mí. Joder pero no puedo evitar sonreír... No puedo evitar que la piel se ponga contenta. Y sonría. 
Ha sido una historia peculiar, la nuestra. 


Ha sido. Es. Fue. Ha sido. 

martes, 19 de marzo de 2019

Pollitos y osos panda

Partimos un martes soleado, desde la isla bonita, la isla de la energía, la hipnotizante. Esa que de repente decide que te quedas, y de repente también que ¿te vas?

Oso panda, dime por dónde andas... 

Un personaje literario, de los clásicos, hecho realidad, traído al mundo de los humanos, nos recibe con un autobús repleto de ilusiones, sonrisas y palabras ucranianas incomprensibles, llenas de rabia.

Llegamos a destino, un lugar blanco, inmaculado, frío y cálido a la vez. Nos recibe de noche, con la luna más creciente del mundo, el gato de Alicia nos sonríe siempre desde la inmensidad. Somos 50. O cincuenta millones, energía y pereza a partes iguales. 

Tanta energía desbordada, rotos los espejos de la adolescencia, recuperadas las sonrisas tras los sustos. Profesoras que no duermen, que duermen juntas, que tienen colchones inaguantables. Chicos que mienten o no sobre cómo el demonio, a su hora, vino a visitarles. 

La nieve también nos recibe, dura, fría, para algunos difícil, se presenta burlona pero desafiante; nos gusta, nos ilusiona, también nos da tanto miedo... Una profe que canta, y bromea en una cinta transportadora de personas. Una chica dulce y refrescante que le graba, la publica, se ríe, straciatella. 

Sam, que renace de entre las nieves cual Bigfoot. Ella pequeñita, sonriente pero crítica, brusca en alguna ocasión. Nos lleva a través de la montaña, deslizándonos, cayéndonos, levantándonos y conociéndonos [un poquito más]. 

Y de repente... Boom. Lo perdemos de vista. Vomitamos las ganas, los placeres y las esperanzas. No vemos el blanco frente a nosotros porque blancos estamos. Nos quedamos a dormir, con revistas, manzanas y alcalinos dados con amor por la profe de los pequeños pollos. Sonrisa eterna, cuidando cuál perfecta mariposa, delicada, atenta y de colores perfectamente conjuntados. 
Pequeños pollitos enfermos que reclaman atención y agradecen cariño. Descansad este día de hoy, lo merecéis y necesitáis. 

¡Vámonos! Todos con nuestro material, ese que nos ayuda a aprender estos días. Comemos, todos porque un director afirma y supera la norma. Pero... no todos quieren participar de los blancos picos hoy. Están... ¿Cansados? ¿Temerosos? ¿Perezosos? ¿Orgullosos? Tal vez ni ellos saben. Allí se quedan, charlando sin peligro. Comemos juntos, entre quejas y alabanzas. Y volvemos a deslizarnos, algunos dentro de sí mismos, cayendo sin querer en las ansias de vivir. La ansiedad que lo lleva a sus límites. Sólo hace un día o dos. Sale como un campeón, intentándolo siempre todavía. 

A la tarde convertimos lo sólido en agua, y navegamos de nuevo juntos por un circuito maravilloso, mágico en cuanto ineludible, que nos transporta del interior al exterior, que nos muestra el cielo azul, también estrellado. Pieles mojadas, cuerpos relajados y mentes juguetonas, como siempre y como nunca. 

Risas por la noche con García Lorca, nuestra querida y más auténtica manera de contar historias. La risa de la chica del colorete, las historias de cuando la profe de lengua era ¿más, según el profe de historia? niña. El sueño inminente de las chicas tumbadas... Cansadas de reír. Algunas sobre los muebles, contando sus propias miradas. Personas entrañablemente curiosas, que quieren y no se lo permiten, no son capaces de conocer su miedo, pero a la noche se ríen de ellas mismas, se imitan y se reconocen; mamááá. 
No sobra nadie. Chocolate en la habitación 202. 

Duermo. Ella, siempre sueño ligero, siempre presente. Ellos, ¿quién sabe? Sólo lo saben ellos. 

Más nieve, más dolor de gemelos, de rodillas, de espinillas... de suspiros de cansancio. Oso panda que sigue danzando por entre vosotros. por vuestras mentes, vuestros dedos y, en alguna ocasión, vuestra voz. 

Y más tarde... El rock and roll disfrazado de reggae se apodera de nosotros. Grandes Rayos que entran primero, emocionados por lo esperado. Grandes, muy grandes compañeros que se lo permiten, se lo regalan. ¿Saltamos, intentamos, backflip, extremo, bmx, rampas, risas? M. nos tira, nosotros la tiramos, la volvemos a tirar y, si es capaz de levantarse, lo hacemos de nuevo. Más risas. Gomas del pelo que vuelan, móviles que se escapan corriendo, algunos que nos hacen pasar pánico. Todo bien, 360 y de nuevo nuestro personaje literario, bélico, nos lleva hasta el descanso de la noche. 

Una cámara azul, ojos azules de cielo que experimenta  con nosotros, patina a nuestro alrededor sólo para amarnos a su manera. Historiador de las montañas y los mares, amador de las sensibilidades. 

Por último, de nuevo el frío, el material devuelto, tres monedas cada uno para sofocar el calor nervioso de un compañero que podría haber sido yo, o tú. Disgusto general, perdemos algo de tiempo y no podremos ver la luna en su esplendor. No pasa nada, las super heroínas se ponen la capa y lo consiguen. Y... Empieza el baile. 

Bailamos, nos miramos, sonreímos, os grabáis -¡pesadxs!- y nos queremos un poquito más cada vez, entre canciones odiosas y amadas, refrescos y mojitos sin alcohol, San Francisco, corazón. 

Entre sirenas de coral ibicenco llegamos al aeropuerto, al de Ibiza, algunos llorando, otros riendo. Las mariposas mojadas en lágrimas, emprenderán su vuelo en breve.



Gracias, Ibiza. 



lunes, 18 de febrero de 2019

La única historia de amor verdadera es la nuestra

Se despertó envuelta en un halo de deseo, su pelo enmarañado de anhelo. Abrió los ojos y sintió su interior ardiendo, absorbiendo toda su energía. Necesitaba recolectar todo aquel deseo, de tantos días, de tantas horas, de tanto efímero y de tanto eterno... amor propio. 


Se masturbó más veces de las que pudo contar. No pudo evitarlo, no sabía si estaba soñando, si estaba despierta, si sería capaz de recordarlo mañana... pero se amó. Se amó con poesía, con sus manos, su piel desnuda, envuelta en sus suaves sábanas, siempre solitarias. Nadie estaba allí para verla, nadie la sentía, nadie sentía su piel erizarse alborotada, existiendo sin existir, sin ser percibida. Sintió desde el corazón de su clítoris, desde la manera más adulta de su vida. Se reconoció hembra, fémina en orgasmos, y se quiso como nunca antes había experimentado. 


Unas horas más tarde estaba agotada. Agotada de sentirse, salvaje al amarse, abrió los ojos y miró el techo de su habitación. No había nada más que su placer flotando en aquel aire espeso, las ventanas y las puertas cerradas. 


martes, 12 de febrero de 2019

Adicción

Hicimos el amor
 como si se nos fuera la vida. 

Su mente estaba tan abierta
que mi piel reaccionaba al instante. 

Mi edad adulta, madura
él, joven y trémulo.

Al principio, 
trémulo. 

Dos años después,
me había aprendido hasta el alma

¿Dos? 
¿Dos años?

No, joder. No
Dos años, no. 

-Amor
-Dime

¿Amor? 
Como si se nos fuera la vida,

desde la boca hasta el alma.