lunes, 23 de enero de 2017

Rápido

Y de repente, desapareció. Kiar había compartido con él sólo una tarde, una noche  y miles de sonrisas en las mañanas de trabajo. La primera vez que se olieron cerca, él dijo que no debería haber pasado, y que no volvería a pasar. Ella no le creyó nunca, y la segunda vez, lo confesó. Él rió, amó sin amar, dio cariño, se emocionó, tembló, se corrió, su piel se erizó, vivió. Pero de nuevo, en el marco de aquella gran puerta antigua, repitió aquellas palabras: "No te volveré a llamar, esto no pasará más. Ha sido un placer, eres una chica preciosa y fantástica en todos los sentidos. Gracias".
Ella le creyó. Y de repente, desapareció. 
Hacía treinta días que no le veía. Mantenía la esperanza de verle al día siguiente; un mes, justo sin abrazarle. Había pensado en él durante horas, pero no durante demasiados días. Olvidó su cara tal como olvidó aquella manera de acariciar, tal como cesaron sus ganas de tenerle entre las piernas.