martes, 30 de octubre de 2012

Sensibilidad.

Mmmm... Lila suspira emitiendo un ronroneo nasal que a él le vuelve loco. No podía ya su cuerpo aguantar tanta excitación. Rodeada por él, ella parecía mucho más pequeña de lo que en realidad era. 


Grande le besó. Ella aceptó, entre encantada y sorprendida- del beso y de sí misma- sus labios. Mientras se besaban, ella sonrió, pensando en todo aquello de los de repente y los extremos; él se dio cuenta, pero ni pudo ni quiso dejar de besarla, también sonriendo. Se besaban hasta extinguirse, se miraban, tiernos, pero directos. De vez en cuando, él la apretaba contra su pecho, mientras le seguía besando; ella sentía como nunca aquella curva en su espalda que él acariciaba, a veces duramente, pero de la manera más tierna que recordaba... 
Grande, aunque sin pensarlo en demasía, sintió que por fin tenía entre sus manos aquella espalda que hasta ahora sólo había imaginado en fotos. Seguían besándose; Lila no sabía cómo ponerse, no sabía qué hacer. Se sonrojaba. Pedía perdón siempre por sus bloqueos -ésta vez muy poco crueles- y eso la hacía bloquearse más; él sonrió, la besó y repitió mil veces su qué mona, invadido por la por la ternura, la belleza y la sensación entrañable que ella le traspasaba. 
Sonreía y volvía a besarla. Intentaba tumbarla boca arriba para poder besarla más profundamente, para poder tocarle el alma más a gusto... Porque le apetecía. Pero era difícil porque Lila estaba muy tensa y porque su postura no era la ideal.  A él no le importó, ni siquiera pensó un sólo instante en ello. Le acariciaba de nuevo la cintura, el muslo... Besaba sin cesar pidiéndole con ello quién sabe qué.
Se colapsó, ella. Apagó un ruido del exterior, y también uno dentro de su cabecita. Se miró dentro del alma, mientras su insaciable compañero no dejaba de besarle y sonreírle al cuello. Supo que quería hacerlo. Quería hacerlo, no podía dejarlo en ese momento. 
Apartó la cara de Grande de sus labios, le miro y le susurró, gritando: Vamos a mi habitación. Lo dijo con un tono firme y la cara enrojecida, mezcla siempre de vergüenza y ganas. Se levantaron, cogidos del alma, y fueron hacia su pequeño refugio. Encendió una luz que enseguida apagó... Besó a quemarropa sólo en aquellos momentos que su temblor le permitía... Se adoraban. 
Se dejó llevar por él y por su propio deseo hasta el infinito -aunque éste no termina de llegar nunca-. Grande le acariciaba suave pero firme, buscaba su escalofrío en el cuello de Lila y lo terminaba encontrando en su propia piel. De vez en cuando podían mirarse encendidos y decirse alguna que otra palabra que los encendía más. Ella posó sus alas sobre el corazón de su gran compañero; decidió sin hacerlo seguir el ritmo de sus latidos, y así comenzó a moverse, suave, lentamente... Más y más rápido.  Se hizo luz de color en tortugas y ella y todo su pelo cayeron sobre la cara de él.
Lila se quejaba de que su pelo estaba demasiado alborotado y rizado, Grande se jactaba con ello; le encantaba.
Introducía sus dedos entre los cabellos de la chica, acariciando su nuca, mirándole a los ojos grises: Joder, debería estar prohibido tener la luz apagada contigo... Sonrió ella, gozosa, feliz, sonrojada. Seguía tapándose, vestida, los pechos. Bajó de allí; moría de vergüenza y de ternura, de belleza.
Dio la vuelta a su cuerpo; quería regalarle, al menos por un instante de eternidad, su espalda erizada. Él sintió vida en un suspiro, ella acercó su cuerpo a él. Sentía tras ella su virilidad y sus labios, besando ya entre jadeos aquel cuello atravesado. Las manos grandes de Grande bailaban por todo el cuerpo de Lila, que se movía entre escalofríos y vellos erizados de una manera muy propia.
Poco a poco, Grande llegó a la pequeña parte de la anatomía de su compañera que ella detestaba. Le molestó no poder sentirlo todo, y pidió su propia desnudez. Él, al desnudarla, apretó su cuerpo caliente al de ella, que chocó suavemente con la fría pared de aquel escondite; se estremeció de nuevo. 
Sobrecogida volvió a subir sobre él, puso sus piernas rodeando su cadera, tapó sus pechos y volvió a encender la luz. Él, suavemente, apartó las manos de Lila con me encantas... La cogió de la espalda y la tumbó sobre él. Acariciaba cada poro de su espalda con un ápice diferente de ternura. Lila se estremecía, encogiéndose, haciéndose más pequeñita, intentando mirarle.. Pero sus párpados se cerraban sobre ella en su estremecimiento. Él disfrutaba de aquello tanto como ella.
Aún más suavemente que nunca -si es que era posible- sus manos la quitan de su cadera, la tumba sobre la cama y le saca la poca ropa que le quedaba. Acaricia su vientre, su cadera, su sexo... Él está de rodillas frente a ella, tumbada, excitada, sobrecogida... Se acomoda. Ella casi no entiende lo que está pasando: la lengua de su compañero la busca. Busca y encuentra en sus piernas, en sus ingles, en su cadera, en su pubis... Lo hace y Lila se estremece de dulzura. Tal vez lo necesitaba.  No pares, por favor... Entre sábanas acariciadas. Vuelve a subir en él, para él y...
 

Ahora ya no pueden más, quieren fundirse el uno en el otro, ser mezcla de ternura y temblor realmente sentido, beberlo , sin más, disfrutarlo...

¿Continuará? 

sábado, 27 de octubre de 2012

Noches de cristal

A veces no esperas lo que puedes sentir. De vez en cuando lo que sientes en la piel y en los huesos es ya una repetición de algo. Sin embargo, aún quedan sorpresas en la vida. 
Así fue aquella noche. Yo estaba enferma de cariño, y él de incendios frustrados en ordenadores. Aquello fue la transición de la pulcra amistad al ardiente y deseoso afecto posterior. Volvíamos a hablar desde aquel medio "plastificado", y quizá yo te contaba mi decadente día desde aquella especie de tira y afloja que habíamos ya creado. Cuando yo tiraba, aflojabas tú, a veces tirábamos los dos. La cuerda que representaba el simple juego, la poca importancia de un simple juego estaba a punto de romperse.
Yo -decaída por aquel día, pero contenta por ti, por aquellas sonrisas- cada vez jugaba más, con menos control; me encanta jugar con vosotros. Tú hablabas indiferentemente de ruedas y de Eros; yo estaba a punto de irme a la cama -aquella cama...-. En el último segundo llegaste por primera vez a tu punto de no retorno, mostrándome así también tus extremos [ay... ese punto de no retorno, que vuelve, aún así, acariciando las caricias propias de cada sonrisa]. 
Bueno, pues venga, vamos a cambiar de medio. Has salido de la pantalla y te tengo frente a mí, sentado en el sofá, mirándome en una mezcla de embelesamiento y ¿miedo? quizá. 
Me fascinas. No paro de hablarte; creo que no podría hacerlo, tú tampoco me lo permitirías. En algún momento sonreías, tímido pero animado,  y me dejabas ver en directo tu caída de ojos y tu gesto genial de gatito dibujado. Pude morir de ternura, de hecho, tal vez lo hice.  
Te abracé, 'al menos'. Sentí perderme entre aquellos brazos y aquel torso. La dulzura que inspiraba aquel abrazo sobrevolaba ya siempre en mi piel. 
De repente -muy de repente!- te acercaste tanto que dejé de verte. Fue más que interesante perder tus ojos y recibir tus labios. Tus manos recorrían ya en sueños la espalda atortugada, pero ahora, según creí, no estaba soñando. Aquellas manos, casi infinitas, la recibieron con suspiros,  casi con el alma en los labios... Besándome a mí, encendidos, inflamados ellos y, por momentos, también yo. Tiene que ver con el tema de la vida. Es vida.

Navegaban -ahora sí- tus manos por la piel de mi habitación en una cama revuelta de nervios, de vellos erizados y de melenas animales. Estaba muy cerca de ti, no podía estar a más de un centímetro de tu piel; Notaba en mis latidos el ritmo incesante de tu respiración, acelerada, desbocada, encendiéndote a ti, paso a paso, incendiando aquellas sábanas, embriagadas de locura y sexo. Sexo suave, pero sin control; Controlado, pero muy duramente. Lo instintivo se apoderaba a cada segundo de nuestros cuerpos, de nuestra piel, también de nuestra mente; no de nuestra moral. Se materializaba en todo esto un vínculo forjad por  meses. Y meses de confidencias, de conocimiento recíproco, de lectura, de escrituras, de eros y philia barajado  por cada una de nuestras teclas, de nuestros dedos. Y yo sentía tu genialidad y me aprovechaba, jugando, de ello. Me separaba de ti, me volvía a acercar, mi espalda te tocaba y tú no eras capaz de aguantarlo sin participar de ello. Me temblaban en algún momento las piernas, me movía buscando tu suspiro, tu límite, tu desequilibrio entre lo racional y tu cuerpo. Mezcla única y perfecta entre lo apolíneo y lo dionisíaco; bello, perfecto, fuera de cntrol, ebrio de fuerza instintiva... Música. Son dos dioses, son dos fuerzas, son dos momentos; es un péndulo, en algún momento, que viene y va, de uno a otro; armonía o esclavitud constante, pero recíproca, de un cuerpo hacia el otro.
Después, tal vez mi cuerpo decidió posarse sobre ti, desnuda ya, tocando con mi piel tus manos. Abrazo cada uno de tus latidos con mis suspiros. Vuelvo a volverme loca. Hay cosas que no se tienen que decir, porque se saben, pero las dices; me encantas, preciosa. Uff... y tú a mí, mucho, demasiado... Suficiente para estar hoy aquí, superando desnuda complejos insuperables, amando cada segundo sin saber muy bien qué queremos. 
Leo tu piel en braïlle y tu lengua lee mezclando mi pasión y mi placer. Me pierdo en mí misma, desaparece mi mundo fijo, real, y gravito en un universo tan sólo conformado por la suavidad de tu boca y de tus manos. 
Va, bésame. No se puede tasar la vida; Se vive. Ven, bésame, ahora ya está. Perdón, lo siento, pero... Ufff, muchas gracias. Me encantas, ahora más que nunca y... Bueno, me voy. Será mejor así. Adelante. Qué mona. Lo siento. Gracias. Piénsalo. No era el momento, pero... Jo, es que me gustas mucho. Yo también lo siento. Pero es que me encantas. Y tú a mí, no lo dudes... Guapo... Preciosa... Manos, espalda... Cuerpos, nosotros... 

lunes, 22 de octubre de 2012

El beso

Se miraba las manos, ya no le quedaban uñas. Se las había mordido todas. Vaya día. Cuántas emociones. De vez en cuando leía estas dos frases una y otra vez. Era gracioso -o tal vez trágico- que una de la emociones más emocionantes le repitiese de vez en cuando dicha frase. No contento con eso, a veces aparecía por los rincones de las canciones, en su cuarto, en aquel diseño tan propio. Tenía ganas de contarle sus realidades; la noche se había comido medio cielo. A veces quería pedirle que le dejase, al menos, decirle todo el daño que podía haberle hecho y toda la felicidad que sus besos le proporcionaron, aunque quizá por menos tiempo del que ella necesitaba. Cantaba, siempre, aun muerta, reclamando unas ganas de verle, sin que la utopía apareciese como es. De repente se sorprendía azotada por una especie de fobia extraña hacia todos ellos... Nada tenía sentido. 

Atada de pies y manos a la cama, ella se dejaba besar a la manera de Klimt, poniendo todo su ser en la nada, divergiendo entre lo negro y lo blanco, entre él y ella... Entre el amor y la absoluta indiferencia. En algún momento le había querido comer la vida y en otros muchos sólo quería verle hablar, desde abajo, mientras él decía cosas tan poco sensuales como interesantes, y ella no sentía más que admiración. En otros momentos también había sido cazador de besos rechazados, de abrazos bajo árboles en universidades perdidas en el campo. Fue el rival de la costumbre. Tenían muchas cosas que descubrir. Ella descubrió millones en la suavidad de su olor, también en lo dulce de su voz, y sobretodo en el timbre del tacto de sus manos. No sabía lo que descubrió él, ni tampoco lo que quiso descubrir. Tampoco, tal vez, lo que quiera ahora. Ella sentía que no supo jamás devolverle tanta ternura, tanta suavidad y tantos intentos frustrados de explicaciones. Tampoco tenía que devolvérselos, y eso ella también lo sabía; pero se sintió vacía cuando le cortaron la posibilidad de hacerlo. En algún momento había oído de aquella sonrisa un te quiero aspirado de placer, y también ella, menos sonriente, quizá, había correspondido alguno de ellos. No le importaban, no les dio importancia.  Las caricias, los vellos erizados, los suspiros con su nombre y las tortugas olvidadas eran muchísimo más importantes. Pero él nunca se dio cuenta. Pensaba, a veces, cuando no podía dormir, que ella no tenía nada que ocultar, que no iba a mentir más cuando alguien le preguntase por aquel rincón de su existencia... Siempre dormía con una luz roja que iba y volvía a su antojo.
Tenía hambre, en algún minuto de sus sueños, de nuevo de su olor, de nuevo de su manera de tratarle, de nuevo -¿por qué no?- de su sexo, de nuevo de su mirada... De nuevo, pero siempre, de su sonrisa al aire.
No sabía cómo iba a reaccionar al verle y no supo hacerlo cuando pasó. Se le trabó la lengua como nunca y olió incesante el aroma nervioso de su -alguna vez...- compañero. Seguía oliéndole, él le abrazaba, de medio lado, como sonreía a veces, y le hacía gestos suaves en la nariz, mientras sus ojos se achicaban en un clamor  silencioso. Su  nariz se blandió renovada, reconociendo aquella textura, y, como pensando con su pequeño cerebro, guardó aquel aroma para siempre.
Hoy, ahora, ese aroma juega con todos nosotros. Juega; va, viene. Se esconde y quiere que le pillemos. De repente un abrazo fugaz con alguien fugaz -eternamente fugaz- nos devuelve a la vida aquel perfume brillante.   La fosas nasales se abren y el cerebro besa el aire; es ESE olor, pero, no es él. ¿Qué está pasando? El olor sigue jugando... 
Jugando y jugando hemos llegado hasta aquí. Porque todo juego tiene un final, y muchos finales se empiezan jugando. Quizá éste no sea el final del juego, pero sí -seguramente- un cambio de reglas. De reglas, de prohibiciones, de juego mismo... De maneras, de finales. Un cambio, un olor, un sabor... Un tacto, una persona. Un te quiero ahogado en la mentira del propio juego. La emoción hecha ceniza por haber jugado demasiado. El sexo pensado como algo crucial, enamorando e ilusionado. Un cambio. Un final. No un amor. El beso de Klimt. 

lunes, 15 de octubre de 2012

La vida real

Ulls de color marró, mirada de complicitat extrema. Avui, tu ets al "públic", mirant-me en una barreja de tendresa, admiració i afecte. 
En qualque moment, els meus nerviosos- i ja ruboritzats- ulls reparen en tu, i somric. La gent, supòs, deu estar pensant que, amb la persona a la qual somric hi ha coses molt especials. Jo, en aquest moment no ho puc pensar, però és clar que ho puc sentir, sense ser conscient d'allò (la millor manera de sentir-ho!). 
Després de tot; dels somriures, de les mirades, de la pell de gallina i de tot el que havia pogut dir, l'havia d'abraçar, -¡Un momento, que le doy una abrazo a Xinxeta!-. És vera, me va sortir de l'ànima, no ho vaig poder evitar. Me l'estim massa per ser tan relativament recent a la meva vida, però me l'estim. Així, tant, i d'aquesta manera tan especial. 
Per què, a vegades, m'enamor d'ella i de tot el que l'envolta i la confecciona i la conforma, i, altres vegades, simplement la sent allà, al meu costat sempre, encara que qualque pic molt lluny, sempre al costat, al menys, de la pell de la meva ànima. 
Quan tothom al sentir parlar d'ella somriu, el meu interior també ho fa, i pensa orgullòs que està allà amb mí. Que clar, com no ha de somriure la gent, si ella és d'aquesta manera? 
A vegades també ha estat el meu exemple a seguir (llistes rompudes que acaben amb els enamoraments platònics i controlen la vida), i altres cops tot el contrari; somriures i riures que me fan perdre el nord del moment, d'aquell dia, de la vida, que em transporten a aquell món tan meravellòs conformat, almenys en aquell instant, tan solament per ella. 

A vegades... A vegades m'agradaria ser com ella, i provocar tants de somriures i admiracions, però, quan la vida comença a ser real, em sembla que el millor no és ser ella, sino poder-la tenir aquí, somrient i mirant, i ser jo a vegades la que provoca aquest somriure i aquesta mirada, barreja de tendresa, admiració i afecte... I poder gaudir-la completament, a poc a poc, com ho fa algú que llegeix una obra d'art o contempla la història d'un llibre des de fora; estimant-la. 

Gràcies, novament; sempre. 

viernes, 12 de octubre de 2012

Caricias en el alma

La sonrisa es un serrucho para partir fronteras. Y tú llegaste sonriendo, y yo siempre intento no poner barreras. Las fronteras que pudieran haber entre tú y yo eran fáciles de esquivar. De repente me encontré detrás de una mesa presidencial, contigo a mi lado, hablando quién sabe qué sobre mariposas, siempre todavía, amores conceptuales y platónicos... Sobre mí, sobre ti también, y sobre ellos. Sobre los que reían, sonreían y nos miraban, casi aturdidos, en algún momento. 
Yo nunca supe decirte muchas cosas a la cara, pero siempre supe escribirlas aquí o allá, en este blog o en algún papel perdido en cursos de verano político. Siempre intenté decírtelo todo. Tú también. Nos miramos, siempre, sonriendo en las miradas, siempre, como si nada más hiciese falta. Y es que quizá es así. Yo te adoro, no hay más. No sé tú, yo te adoro. Eres una de las pocas personas que siempre, siempre, tendré en aquel pedestal de mi lista imaginaria (que si yo me llamase Chica del portátil pequeño no sería imaginaria). Porque simplemente hay personas que acarician el alma con cada mirada. Pero, es que además, hay personas que acarician el aire con cada gesto misterioso, pero abierto, de sus inmensas manos amables, de su inmensa amabilidad sonriente. También hay maravillosas personas capaces de erizar a cualquiera con un suspiro poético, con un poema suspirado entre los recovecos del espacio sideral. A veces también encuentro gente que sonríe, sin más, aunque a veces no pueda hacerlo. Gente con pasión por lo que hace, enamorada de la vida, y -por qué no?- de lo que hacen los demás. Personas encantadas con otras personas que encantan al mundo, que hacen del mundo algo maravillosamente mágico. Profesores que ríen más en clase que por los pasillos y pasillos que se encuentran vacíos sin ellos, aunque llenos de almas. Alumnos que cogen apuntes y dibujan corazoncitos en los apuntes de otros alumnos, y ríen calladamente con ellos diciendo palabras extrañas. Miradas verdes. Miradas verdes que sobrevuelan el sentir sinsentido de cada minuto de mi vida desde aquel 2009. Mucha gente capaz de escribir, de sentir así. Pero jamás, jamás, había encontrado a alguien con toda esta preciosa mezcla tan dentro, tan propio, tan suyo... Como tú. 
Porque si hubiese más gente como tú, el mundo no sólo sería más sencillo... sino más bonito. 
Gracias, siempre. 

domingo, 7 de octubre de 2012

Palabras

Papel era un chico al que todos describían como gris; "enclaustrado en otro tiempo", había llegado a oír. Realmente a él todos estos comentarios le daban igual, e incluso a veces ni siquiera era consciente de ellos. Esto quizá le hacía un poco gris.
Gris se llamaba una hermosa mujer de ojos grises, que lloraba cuando reía, y reía llorando de amor. ella no se sentía cómoda cuando la halagaban, pero no lo hacían mucho en su presencia. Reía sonrisas y lloraba silenciosas lágrimas. 
Lágrima era el nombre de la hija de Gris y Papel, siempre atenta a todas las novedades en los perfumes, intentaba camuflar un olor que ella sentía como característico, pero que nadie más percibía. Soñaba con conducir coches marinos. 
Marino fue el único chico que percibió el olor de Lágrima, pero ni siquiera se dio cuenta de ellos. Tocaba y sonaba violín blanco y dulce, acalorado siempre bajo la concentración del deseo.
Deseo discutía con Papel cuando éste discutía la forma de tocar de Marino. Ella era violín en sus manos y se hacía mar para él, sin ser consciente de nada. 
Nada era un violín más para Marino, y se debatía, como él, entre sexualidades diferentes. Se enrojecía de rabia porque la gente no entendía que la libertad fuese su forma de amar. 
Amar aparece y desaparece brevemente, como una brisa fresca en verano, pero a veces también como una tormenta eterna en invierno. Nunca deja indiferente a nadie. 
Nadie es, como Amar, muy importante para todos. Hermano de Papel, tío de Lágrima, profesor de Marino, amante de Deseo, casi enemigo de Nada y admirador profundo de Amar. No se enfadó Jamás. 
Jamás fue siempre el amor inquebrantable, pero imposible y quebrado de Nada, y nunca supo olvidarle. De aquí podría venir su libertad en el amor, quizá. 
Quizá le quería siempre, y Lágrima no le sonrió nunca. sonreía de vez en cuando pensando en ella, pero no podía cuando la tenía delante; aparecía en su cuerpo, tan simple  como temido, el temblor. 
Temblor fue el más fuerte y nunca temió nada, a pesar de ser forzado millones de veces a oír el insoportable -para él-violín de Marino. Siempre le había odiado. 
Odiado era el hermano pequeño de Marino y Temblor, y nunca entendió qué estaba pasando. Alguna vez se había imaginado practicando sexo con su hermano y sus violines, pero tan sólo era imaginación.
Imaginación se masturbaba pensando en Gris; no podía olvidar sus pechos clavados en su mirada. Siempre se había pensado heterosexual, ahora no sabía qué era eso. Ya no podía parar de hacerlo, hasta que, finalmente, le vencía el sueño.
Sueño fue una buena persona.  Temía muchas cosas, pero amaba con total sinceridad, sin hacer daño a nadie. Él jamás besaba si no quería hacerlo, pero siempre quería hacerlo... Tan sólo había rechazado a un hombre, alguna vez. Simplemente no sentía atracción. 
Atracción era ese hombre, demasiado azul para el gusto de Sueño, siempre vivo sin dejarse matar por un beso de verdad.
Verdad atraía siempre, e incluso atracción intentó besarle; ella siempre rechazaba. Su más fiel compañera fue siempre Literatura. 
Literatura ríe hoy, y siempre porque Papel no es más que un personaje Gris que a veces puede hacer que broten Lágrimas, soñemos con Marino, el violinista; haya Deseo desmesurado por algo que no existe, nos sintamos Nada o Nadie, Amar sea un objetivo frustrado sin serlo, Jamás y Quizá se conviertan en palabras que odiemos o amemos. Temblemos de miedo o de placer, odiemos a un personaje, Imaginación se apodere de nosotros, Sueño sea nuestro compañero, Atracción nos posea o Verdad nos parezca real.
Literatura sonríe hoy, aunque parecía moribunda en mi mene, porque todo esto y mucho más tan sólo forma parte de su suave y áspero mundo...  
Palabra por palabra  doy la vuelta al mundo en que vivo... 
Marwan.

Volando sobre ti.

En algún lugar, entre este amasijo de luces que puedo ver por debajo de mí, estás tú.
Esta vez me voy sin haberte visto, me voy sintiéndome mal por la verdad y por los pensamientos "de mentira". He pasado por Callao; el cine ya no estaba en obras, pero nosotros -yo-, sí. He vuelto a entrar en la Fnac, pero nadie me ha explicado nada sobre objetivos de cámaras ni sobre arte en mi piel. 
Esta vez no he comido pizza ni he dibujado mientras me pintaban. El chocolate y los churros han resistido y no se han emparejado, como tú y yo. Durmiendo en un hotel parecido, quizá eché de menos tu nevera, tus manos llenas de aguas y piel de tortugas. La última vez que hice este camino tú te quedabas mal; "dame un abrazo, por favor". Ahora ni siquiera sé cómo te quedas. Aunque sí sé cómo me voy yo. 
No haberte podido ver, haber sentido el reflejo de la ira en mis pensamientos, haber oído la voz de Marwan han hecho de Madrid un contraste de sensaciones. Ni sé qué soy ni por qué ni qué siento -lo que siento-. Te digo que me siento mal y veo en tu icono tu cara más triste; la más sincera o la más culpable y embustera. Quizá sí tuve razón al escribir que jamás fui nadie para ti -aunque eso nunca importó- o quizá todo lo contrario... 

Volando sobre ti de la única manera que no me gustaría hacerlo... De forma literal.