lunes, 27 de octubre de 2014

Rendir.

Las tres de la mañana. Ella se veía con ojeras, en su cama. Su portátil sobre sus rodillas, su espalda sobre la almohada y su cuello un poco doblado, su cabeza apoyada en la pared. 
Tenía mil secretos que desvelar, y no sabía cómo hacerlo. Todo el mundo cabía ahora en su desesperación. Pensaba y pensaba que no hacía tanto tiempo, todo era perfecto. 
Recordó cuando dejó atrás aquellas cosas que no quería en su vida. Aquella cosa. Aquella persona. Lo pasó muy mal. Aún hoy piensa -sabiamente- que no lo ha superado. Sin embargo,  ha aprendido a amar de nuevo. Sin embargo, a aprendido a besar y a que la besen, tan cerca y tan lejos que da miedo pensarlo. 

Veamos, ruptura, ruptura no es. No. Él está conmigo, y yo estoy con él. Es más, ellos y ellas están conmigo y yo estoy con ellos y ellas. El problema aquí es que yo no he soltado su mano. Suéltala. Suéltala ya porque no puedes estar a miles de kilómetros y sujetar una mano sin amputarla. Pero es que no puedo... Nadie lo entiende, y no es necesario. Nunca me ha servido que alguien lo entienda; me basta con saber que lo siento. Me esfuerzo en explicarlo, pero a veces mi propia libertad no lo entiende. Hoy necesito sacarlo, hacer saber de mí. 
Veamos, he de soltarla. He de entender que tenía que irme. He de entender que ya no soy allí. Que ya no estoy. Me da igual que nadie lo entienda, pero debo entenderlo yo. Me brotan aún las lágrimas cuando sigo mi vida sin ellos, y tal vez sea normal. Pero ¿Sano? Sano no es, chica. No. Entiendo que estés mal, que necesites saber de ellos... Pero van a cumplirse dos meses. Y aún son las 3 de la mañana y tú aún no dejas de pensar y de escribir sobre ellos. Te fuiste. Sin más. No porque ya no sentías ese amor. De hecho siento el amor cada día. Y quiero salir de aquí. Huir, escapar. Ser cobarde y pensar en mí. Ser egoísta y dejar los problemas tan sólo en una cabeza abandonada. Lo sabemos. Pero no se puede. ¡Entiéndelo! 
Veamos, lo entiendo. Pero mi cabeza me lo explica y mi piel me lo hace rechazar. Te cuento que lo entiendo, pero que es mi piel la que se eriza cuando piensa en ellos, que son mis ojos los que se derraman cuando les veo hablarme en aquel vídeo, que son mis manos las que llaman una y otra y otra vez a esas manos que dejé de sostener hace ya algunas semanas. Que es mi cuerpo el que extraña dormir entrelazada con una piel canela oscura, que son mis piernas a las que no les importa estar llena de heridas y picaduras con tal de ver sonrisas. Que extraño esas olas en mi mente y en mi cuerpo. El vaivén, a ellos. A las argentinas, las de Toledo, parejas que vienen de Palestina y parejas fraguadas en medio de mi vida; parejas que vienen de lejos a la distancia, parejas que se conocieron bajo mi mirada. Personas que conforman la pareja y personas que lo dan todo, también, por ellos. Porque a mi lengua le sigue sabiendo a verdad, aunque ahora parece que soñada. Es mi mente aún la que imagina y alucina una vida allí, con todos... 
Veamos, lo sé. Cuando digo siento no hablo sólo de mí. Estoy viva. Sigo estando viva. A ver si puedo explicármelo. Yo pensaba que todo era un paréntesis, y ahora deseo que el paréntesis sea mi presente. Despertar allí y no recordar que me fui. 


Pero mi vida aún no sabe mentir tan bien. Y es la no-ruptura más dura de mi vida. Y es la vida más difícil de mi tiempo. Y son las sonrisas... Y es el mundo. De nuevo. El vivo. El mundo vivo, ahora tan sólo recordado. E incluso el recuerdo es más vivo que ésto... y... 
Mi vida aún no sabe mentir tan bien. Y nunca me siento tan sola como cuando, de pronto, la vida me dice a gritos que no... Que no. 

Su vida no sabía mentir, aún. Pero ella sabía luchar. Y sonreír. 
Los leones nunca se rinden. Ella, tampoco. 

sábado, 27 de septiembre de 2014

Animales

Siento algo aquí dentro que nunca antes había sentido. Aquí dentro, en mi pecho. Es como si tuviese dentro algún tipo de mamífero oprimiendo hacia afuera, como si quisiera salir.
Lo llevo dentro desde aquel día en que, a l'Aurora, me despedí, entre lágrimas, de parte de un sueño. 
A veces este animalito presiona suave, con sus manitas, y sólo se hace notar. En estos casos es como si quisiera decirme "¡No te olvides de que estoy aquí..!"
Otros días, que coinciden con tu dolor, tus operaciones o mi negatividad, el mamífero horrible se pone de espaldas hacia mi pecho  y me empuja con todas sus fuerzas. Me oprime. No creo que consiga salir de aquí, pero lo intenta con todas sus fuerzas. 
Ayer, el bichito creció mucho. 
Se hizo tan grande que yo ya no sabía si iba a salir por mi pecho, por mi tráquea o incluso por mi garganta. 
Este ser no sólo me causa presión, sino que a veces, esa presión va acompañada de lágrimas, de tristeza. 
Ayer, pensé que mi piel y mi esternón se resquebrajaban para dejarlo salir. Y yo me moría de pena.
Lo quiero fuera de mí, pero no quiero que me rompa por dentro al hacerlo. 
Ayer, mientras lo intentaba, y me comía la pena y la desesperación, porque ya no sabía qué hacer.
Ayer, después de todo, me dormí pensando en reencuentros, y por un latido más fuerte que el resto, decidí ponerle nombre a mi nuevo- y nada deseable- compañero. 
Podría llamarle Angustia, pero no sé si es macho o hembra, aunque tal vez eso no importe. 
También pensé en Miedo, pero lo descarté en seguida, porque este nombre me recuerda a más cosas. 
Impotencia Rabia me parecía un nombre completo y cabal, pero no me han gustado nunca los culebrones. 
Al final le llamé Distancia, porque la distancia, desde hace algo más de veinte días, me produce Impotencia, Rabia, Miedo, Angustia y miles de bichitos más. Y estos bichitos me comen ávidos por dentro, pero al hacerse notar, también me enseñan poco a poco a luchar contra ellos, y a ver en sonrisas hoy lejanas una esperanza muy cercana. Y a sonreír por ventanitas virtuales a un mundo lleno de deseos y de cuentas para dos.

Porque algunos niños están camuflados en adultos y, algunos animales, en mí. 

viernes, 12 de septiembre de 2014

Querer querernos

Llevamos algo más de una semana separados y parece que se nos va la vida.
Pero no es cierto. La vida sigue aquí. 
Ayer le contaba nuestra historia a una amiga. No es la primera persona que, con algo de envidia en sus ojos, me dice que es una historia preciosa. 
Yo siempre contesto que sí, que es muy bonito, pero que es también muy difícil. 
Hoy, pienso: Sí, es muy difícil, pero ¿y qué? es muy bonito. 
Te he conocido tanto, te he disfrutado tanto, te he amado tanto... que todo este dolor que siento justo aquí, en mí, me merece la pena una y mil veces. 
Porque sentirse en confianza, así, de ésta, de nuestra manera, no es cualquier cosa. 
Porque sentirse así, querido por toda la piel  y queriendo hasta los huesos es, por y para mí, lo mejor que me ha pasado jamás. 
Porque acariciar así, con el alma y con la piel, la piel canela de tus ojos, es el mejor regalo del mundo.
Porque hacer y que te hagan el amor así, con el punto exacto entre la violencia y el respeto, entre el juego y el cariño, es algo que todo el mundo debería poder experimentar, en su estilo. 
Porque hoy, con alguna horas más de distancia en la piel, lo pienso y llego a la conclusión de que, si nos cuidamos, nos disfrutamos, nos confiamos, nos amamos y también nos enfadamos, tenemos el derecho a echarnos de menos, a sentir el hueco del otro, a sentir el vacío del no-estar ahí.
Y, tal vez, si lo pienso mucho y sonrío por ello, hasta puedo disfrutar de mi tristeza por tu ausencia.


¡Pero vuelve, eh! 
Quiero... seguir queriéndote. 

lunes, 9 de junio de 2014

Ya te estoy imaginando

Ya te estoy imaginando haciéndome el amor en la cocina, haciendo llevadera la rutina...
La primavera lucha todos los días contra el invierno, y no le cuesta nada ganar. Ya te estoy imaginando, ya te estoy alucinando, ya te estoy viviendo yo. Estoy aprendiéndote y es fabuloso. Cómo subirte, cómo mirarte, cómo acariciarte y hasta cómo hacer que seas un gatito erizado... Pensaba que era mucho para mí, pensé en algún momento que no podría hacerte feliz. Pero, ¿sabes qué? después me di cuenta de que tú no necesitabas a nadie que te hiciese feliz... Pero que sí te hago sonreír. Que sí, que compartiendo contigo, conociéndote, imaginándote, estás bien. 
Hacemos llevadera la rutina; ésta rutina, la tuya. La de heriditas de tanto volar, colchones mojados de amores amarillos, partes del cuerpo escondidas... Y parte del cuerpo ya mostradas en su esplendor a la vida. Ésta, la tuya. Que es mía por este tiempo, que vivo a tu lado y que disfruto contigo. Y es que yo no estoy buscando noches fáciles, lo que yo quiero es aprenderte, con lo bueno y con lo malo, conocerte, vivirte, disfrutarte y ayudarte... Y lo estoy haciendo, pero, haciéndolo, aprendiéndote a sorbitos, estoy queriéndote en dos días. Estoy queriendo abrazarte, queriendo besarte, queriéndote a ti. Aquí, a mi lado... Pero... ¿Y mi rutina? ¿Me aprenderás tú a mí? ¿Querrás tú también imaginarme a mí?
Que me acojona  conseguir las cosas que soñé
 por si se rompe el cuento. 
Si quieres verme junto a ti,
déjame ser parte del viento. 
(Marwan) 

martes, 3 de junio de 2014

Alas.

Eres una princesa. Una princesa de coral negro, una princesa hecha con el oro del mar.
A veces vuelas, y tienes alitas, y otras veces sólo bailas y haces volar al resto. 
Una princesa con gestos del submundo, una princesa con sonrisa de cristal. Fuerte, muy fuerte, pero frágil, o eso creo. No sé, no lo sé. No te conozco lo suficiente y creo que no voy a poder hacerlo... Pero te veo mezcla entre sol y lluvia, entre sol y mar... Entre querer y tal vez no poder...
Y sí, me encantas, me haces temblar el suelo con jueguitos y bromas, con sonrisas y algún dedo que busca cosquillas en mis costillas. 
No sé qué pasa contigo, ni si es normal que la piel me avise cuando estás, ni si quiero pensar en ti como lo estoy haciendo, ni si este juego es sano... y no quiero hacer daño a nadie. 
Pero me tiembla el recuerdo cuando te pienso, y las ganas cuando te veo sonreír. 
¿Bailamos? y baila el mundo a nuestro compás, y mi piel se convierte en agua, y vuelvo a desear(te). 
Te pienso hoy, después de una noche indirecta, después de un empujón directo, después de miradas que traspasaron mi cuerpo, mis verdes y mi alma... Y es que vaya mirada, princesa.
Vaya mezcla, vaya estilo, vaya atracción, vaya alas... Las alas que quisiera tener yo para poder volar un cachito contigo, ni demasiado cerca del sol, ni demasiado cerca del mar,  tal vez sentir tu piel, y tal vez traspasarnos, y tal vez...

Fortaleza

No sé qué me pasa. De verdad que no sé...
Durante ese mes había repetido mil veces esa frase mientras sonreía inconsciente e inocente a la vida. También había repetido y se había repetido a sí misma que hacía mucho tiempo que no se sentía así; que no se sentía así en compañía de una persona. 
Tal vez realmente no sea consciente de ello, pero miente. No hace ningún tiempo: simplemente no se sintió así jamás. Por el simple hecho de que las personas son todas diferentes, y por ello también las relaciones... Pero también porque nadie había despertado en ella tan pronto todo aquello. 
Nadie hasta Livingston había puesto su piel de gallina con una mirada al horizonte. 
Nadie le dio un abrazo al conocerla y le hizo sentir el mundo vivo. Es más; con nadie había decidido soñar, a manos llenas,  en una cama llena de anhelos y de besos, aún sabiendo que tal vez nada se llevase a cabo. 
Pero lo que creo más importante es que nadie había provocado en ella una sonrisa con tan sólo oír su nombre, y siempre cada vez que lo hace. 
Hoy, antes de venirme a un hospital en su ciudad, fui a verle. Tenía en las manos muchas ganas de verle, y en la nuca muchas ganas de tocarle.
Llegué acompañada y él dormía. Recordé que la última vez que le desperté se asustó mucho, así que decidí -por poco tiempo- esperar a que despertase solito. 
Abrió los ojos y me miró. 
¡Hola, Marmotita!
En dos minutos el acompañante triste y sonriente se había marchado, y yo besaba sus labios y sentía su sonrisa  muy dentro. Sonreía y me miraba con los ojos entornados. Yo estaba ya feliz. Mis manos le buscaban las cosquillas, y a mí me proporcionaban la mayor ternura del mundo. Me encanta. Yo no sé por qué, pero me encanta. Encantar de encantar, encantar de embrujar. De que no sé qué me hace, pero me paso el día sonriendo.
Me pidió que me recostase a su lado. Me quito los zapatos, salto por encima de sus piernas, y ahí estoy. Tan sólo me pasa un delgadito brazo por encima, pero yo me siento la persona más abrazada del mundo en aquel momento. De golpe me besa a bocajarro y yo lo siento tanto, tanto... 
Sonrío con toda la piel que recubre mi cuerpo, y lo hago tan fuerte que he de dejar de besarle para sonreírle. No sé qué me pasa, de verdad que no sé qué me pasa con él... Él me devuelve la sonrisa y hasta me pregunta que por qué sonrío así, pero es que yo no lo sé. 
Siento cosquillas cada vez que le veo sonreír, escalofríos cuando me muerde la nuca y hasta me dan igual las condiciones que tenga que pasar por estar una noche contigo. 

Y es que no sé qué me has hecho, pero aún yo pienso en ti. Pienso en ti y los cimientos de mi vida se tambalean con tanta fuerza que me da miedo caerme. Me voy  a caer, y lo sabemos todos. Será fuerte la caída, pero ¿sabes qué? Más fuerte es esta sonrisa... 

lunes, 26 de mayo de 2014

Sonrisas

Empieza una nueva etapa dentro de la misma experiencia.
De golpe se van cinco personas con las que he compartido mucho... Y con las que el mundo me ha unido "más que la mili".

Meri. Cuando llegué en lancha a este pueblito de cuestas y de amores, tú estabas allí esperándome. Tú, con tres personas más. Tú, con tu sonrisa.  De repente no entendía nada de lo que hacías, pero se te veía feliz, y eso era lo que más importaba. Durante un tiempo, tu sonrisa iba y venía al compás de unas caderas caribeñas, y fue insano. Te enfermaste, y también se enfermó tu cuerpo, y estuvimos ahí como algo más que compañeras. Supongo que has aprendido mucho, y espero, de verdad, que sonrías mucho; que seas feliz...

Viry. El tanque con chasis de moto. Ay, mi Viry. Cuántas locuras y cuántas risas, y cuántos abrazos y cuántos mini enfados. Somos muy diferentes y tal vez sea contigo con quién más he chocado. Es paradójico que seas también a la que más voy a echar de menos, ¿no crees? Tus skypes con Euge, tus cafés y tus cervezas. Que te equivoques de lata y termines bebiéndote la de otra persona, y la tuya.. Que me sigas desde Campoamor hasta El Baile del Pollo... Que seas mi compañera de cama y de snorkel en Belize. Hacer snorkel con lluvia y reírnos del mundo... 
Te voy a extrañar, y lo sabes... Yo soy así y así seguiré, nunca cambiaré... No cambies nunca. 

Inés, Manu, Agus... Llegasteis hace poco más de un mes, con las manos llenas de alegría y de energía. A todos nos disteis un poco de vida, vitalidad, ímpetu. El proyecto se llenó de proyectitos y nosotras de trabajo, y de aprendizaje, y de sonrisas 

Inés. Locura, Inés. Locura. Tu locura es tan grande que rebosa los límites de Livingston. Tu sonrisa llega a todos los rincones, y tus abrazos vuelven el mundo a tu favor. Inyectas energía en estado puro... ¡Ya dale!

Manu. Mi compañera de habitación. Ternura. Ternura en estado puro, bruto. Ternura. De repente Manu baila y pone toda su piel, y enamora a chicos que no se enamoran, y equivocan a Manus que no se equivocan. Sonríe, Manu. Sonríe Manu y la vida sigue, pero algo pequeñito en nosotros se para, y disfruta de su sonrisa... ¡Amiga... una espina saca a otra! Pero tú no necesitas que nadie saque nada, Manuelita, tú sonríes y sale todo lo bueno...

Agus. Agus es la que se los lleva a todos; a los guapos y a los menos guapos. Agus es la fortaleza más grande de esta biblioteca, pero extrañamente es también la más sensible. De golpe se abren puertas que dejan entrever sus lágrimas y emociona al mismo cielo con sus explicaciones sobre no-despedidas. 
Agus es terca, tolerante y decidida, sonríe al mundo, y el mundo, a veces, le devuelve las sonrisas. 
¡Prrrrrrrr!

He estado con vosotros algo más de mes y medio y, aunque al principio todo fue algo difícil, hoy puedo deciros: 
Gracias. Seremi. Gracias. Por enseñarme, por acompañarme, sonreírme, hacerme partícipe de vuestras lágrimas, de vuestras locuras, de vuestros bailes. Por aceptarme como soy y no juzgarme, por mostrarme como sois. Por ser, por estar. 
GRACIAS... Espero veros pronto. 

Queda demostrado que Mary tenía razón, ¿no? Aquí si nos organizamos... :P 

martes, 15 de abril de 2014

Felicidad, qué bonita sonrisa tienes

Es la persona más feliz del mundo y no sé si tiene motivos para serlo. Iba a escribir este relato en pasado, pero hace sólo un par de semanas que le conozco: no puede ser pasado aún. 
Es la persona más feliz que he conocido nunca, y seguro que tiene motivos para serlo. Sonríe, sonríe, sonríe. También enseña, habla, camina y corre sobre rueditas y fuma. Y mientras hace todas estas cosas, sonríe. El primer día que le vi me impactó. Me impactó su sonrisa, y él. Todo él. Me pidió un abrazo y se lo di, sin pensarlo, aunque ni siquiera habíamos hablado nunca. Sus trenzas caían a ambos lados de su cabeza, y, al rozarme cuando le abracé, sentí dulce su piel. Ahora resulta que hay más gente con olor especial. ¿Sabes? Ahora resulta que hay más gente. 
Más gente que besa, que huele, que sonríe. Más gente que vive  y que es feliz.
De lejos es pequeñito, de cerca me deslumbra el mundo. Sigue siendo un niño, tiene cosquillas, sonríe todavía más. Cuando ríe no lo hace a carcajadas, sino a golpecitos guturales. Cuando besa, no lo hace siempre suave, sino con dureza. Con dureza dulce, con aroma. Y de repente te mira, así, entre tantas otras personas, él a ti, y sonríe. Entonces el mundo se da la vuelta hacia la vida, y las sonrisas son todo y más que eso. Carita de tonta, de nuevo, al otro lado del mundo, por un olor diferente y por diferentes maneras de amar. Por ser feliz y por ver felicidad en cada poro.

Y es que... Es la persona más feliz que he conocido nunca, y seguro que ni siquiera es consciente de ello. 

viernes, 21 de marzo de 2014

Ácida dulzura.

-Es usted muy duro, señor. 
-Yo prefiero llamarlo... Ácido

Hace ya algún tiempo que te vi por primera vez en un bar cercano. Yo llevaba mi portátil antiguo, pesado, sin casi tiempo de batería, con tu contrato de edición y tus dudas resueltas en sonrisas. Te vi y no sé si me asusté un poco, o te pensé diferente. Eras extraño. Y no has dejado de serlo. Era medio día y yo tenía mil cosas que hacer. Ventilamos las dudas, el café y el lacao muy rápido, tan rápido que el sabor se dispersó en el aire.

Decidí acompañarte en el viaje, y demostraste día a día estar encantado. Empezaba la aventura, pintábamos entre los dos un cuadro para ti, que también me enamoraba a mí. Confié en ti, aunque de vez en cuando tu mirada me hiciese dudar. No te conocía de nada y estaba dando mucho... Pero al dártelo todo supe que te di lo que te merecías. Al volver a casa ese día, sonreí al pensar en tu ilusión, pero alguna vez me desvanecí de desesperación entre ciber-cafés y archivos en words. 
Una noche de tormenta, bañada no sólo en agua, sino también en sonrisas de vida, yo me subí a un escenario que amaba desde mucho antes, y sonreía enamorada al leer sus palabras. Ácido, miel. Dulce, limón. De repente me encontré abrasada por unos abrazos que aparecían cada vez que nos encontrábamos entre letras, y enganchada como nunca a unas aguas acaneladas y alimonadas nada mías, es más; todas suyas.
Pero es que de repente él sonríe, y escribe para que sonrían los demás, y renace como Ave Phoenix, y renace de verdad, con toda la fuerza, con todo el espíritu, con toda la vida por delante. Con sus poesías, sus diálogos subnormales, su amor por lo que ya no es, por las que ya no están, y por las que están siempre. Y de repente fuma, y exhala lo que no tiene para desearlo siempre, pero con una sonrisa se esfuma su humo, y, siempre... Aparece la magia.
Y por esto, aparece dulce, salado, ácido, incluso a veces agrio, agrio pasado, pero dulce, ácido... Pero limón, y miel... Canela, y humor. Humor, y amor.

Y, a mí, me encanta. Me encantas. 

sábado, 15 de febrero de 2014

Casualidades sonrientes.

Me levanto de la cama con muchas ganas de verte. Desayuno, contesto y envío un par de e-mails. Me voy a la ducha y mi amiga en Alemania me habla de poesías y de chicos que me gustan. Habla de ti, pero yo le digo que sólo me gustas, como los demás. Sí, pero eso es mucho. Es cierto. Me ducho, me visto y me voy. Antes me cambio la camiseta, que iba demasiado oscura, y los colores son alegría. Y primavera. 
Las cosas siempre pasan al otro lado de la ventana, pero hoy no. Salgo de casa, el pelo mojado y el corazón un puntito desbocado. Ro, voy pa'llá, luego te cuento. Besitos cochinos. Guardo el móvil en el bolso y voy. De espaldas al tú potencial, me limpio las gafas; no me quiero perder un sólo detalle. Me giro y apareces. Tenía muchas ganas de verte. Me abrazas. Tenía muchas ganas de abrazarte. De repente se abre el cielo y aparece tu sonrisa y yo... Yo tenía muchas ganas de verte. El cielo

En algún rincón de mi mundo habías aparecido ya; no corría el tiempo, pero sí tus guiones. Gatos, tejados, paz, guerra... Sirenas y ratitos recapacitando. Primavera, tú, también. No lo sabía, pero tenía ganas de verte. Tan sólo te había visto una vez en la vida. Mentira, dos. Pero la segunda tú no fuiste consciente... Yo sí. No tiene solución. Llego a aquella plaza. Esta vez es otra. De manera natural me acerco a ti y te saludo. Sonríes debajo de un sombrero que hoy no existe. Me hablas y me pareces tan gracioso... Un poco cruel. Pero sonríes y me encanta, también. Sonríes y de repente estás aún más loco , y yo... yo tenía ganas de verte. La locura. 

Cuánto tiempo hace que, de vez en cuando, apareces en mis letras... Cuánto tiempo hace que, siempre, te guardo en un rinconcito de mis primaveras. Cuánto tiempo hace que tus abrazos son mis favoritos... Cuánto tiempo... Salgo de una clase de sonrisas sonrojadas, rápido, hacia el tren que hoy  me ha conducido hacia tantos recuerdos y novedades. Estoy tranquila, mi corazón no está desbocado ya, pero... Siento como un golpe de calor me eriza los nervios y la sonrisa, y te veo, tan cerca que parece que Alemania no existe. Me acerco, no dejo de sonreír y me miras. Sonríes, y te abrazo. Ahora recuerdo el por qué de todo. Cuánto tiempo hacía que no te veía... Sonreír. Sonríes, sonríes y me abrazas y de repente todos los colorines de este día se hacen sólo verde, y recuerdo manos, suspiros, tortuguitas y frases lapidarias en mi cama. Y yo... yo tenía tantas ganas de verte... Y te conviertes en el final perfecto para este día, y para esta noche. La noche.

Sólo soy una montaña rusa... pensé yo pa' dentro. 

jueves, 30 de enero de 2014

Soplemos...

Resulta que ella no cree en el amor convencional. Yo la entiendo. No cree que la posesión y la fidelidad demuestren nada, más que la irracionalidad del ser humano. Y la irracionalidad es el primer momento del amor, el por qué, el por qué me gusta, por qué tengo ganas de verle, por qué ahora le echo de menos. Pero la irracionalidad queda ahí. Luego, debemos intentar que todo sea lo más sano posible. Más que nada para no hacerle daño a nadie, ni a nosotros mismos. ¿O no? 


Hablaba de posesión con él, con frío, en un bar frente a un aquarius de naranja. Sin hielo. Era de noche, ya hacía un rato que el sol se había escondido. No sé por qué hablaba de posesión, supongo que habíamos hablado de muchas cosas y habíamos llegado allí por casualidad. O tal vez es un tema que, inconscientemente, le explico a todas las personas que me gustan. Por si... Él puso una cara un poco rara, tal vez yo lo expliqué de una manera demasiado sistemática, pero era lo que sentía. Me dijo que él prefería dejarse llevar. Yo también prefiero dejarme llevar. Pero ese límite está establecido. O eso creo. No quiero volver a perdonarme nada. Y ese es el primer paso. Así pues, con su cara rara frente a mí, sonreí. Claro, me dejo llevar, pero la posesión, por cualquiera de las dos partes, no  me parece una manera sana de... relacionarme. 
La última frase me costó pronunciarla, porque quería decir "amar", pero ya estaba suficientemente asustado... 
Nos no-tomamos nuestros refrescos  y nos fuimos de allí. Qué frío. Entramos en un coche de dos puertas, de un color frío mezclado con dulzura. Nos reímos de algún programa de la radio. Yo pensaba en el abrazo que me había dado al verme. Y en el que me había dado al salir de aquel bar nocturno. Me mira y se acerca. Creo que me está besando. Sí, me está... ¡Nos estamos besando!

Me aparto los pelos de la cara y le miro: ¿No eras tú el tímido? Me contesta con el mismo cielo en los labios y hace una frase con "me" y el verbo gustar. Le estiro de la chaqueta y le miro los labios, dejo de verlos, de nuevo, para sentirlos. Me gusta. Me gustas. Tú también, quiero decir. O sea, que tú también a mí. Y tus manos, tus ojos. La manera en que te ríes de mí y me llamas cosas que no soy. Me gusta que a veces no entiendas mis bromas de inteligentes y, sobretodo, me encanta mucho, muchísimo, que sonrías tímidamente entre tanta libertad. Tu gesto cuando remuevo en tus cielos y tus manos entre mis cabellos. Yo no suelo  hacer estas cosas. Suelo perderme, sí, pero no cuando quedo con alguien que casi no conozco; porque no suelo quedar con ellos. Ni suelo aceptar besos que seguramente no son míos. Pero... Pero... Es que me gustas.

Sentir que es un soplo la vida, 
que veinte años no es nada... 
Volver. 

jueves, 16 de enero de 2014

Se Aleja...

Se aleja con aquellas piernas hinchadas y medio amoratadas de tanta vida, de tanto haber vivido, de tanto haber luchado contra viento y marea, de tanto haber sufrido, también. 
Se aleja con su carita arrugada, de tanta vida, de tanto haber reído, de tanto haber besado. Arrugadita de tanto sonreír, de tanto amar al mundo. Su pelo ya blanco, de tantos días que llevaba en su espalda, de tantas cuestiones como resolvió en años. 


Mis recuerdos infantiles la sobrevuelan ayer y también hoy. Mi mente la tiene en cuenta cada vez que pienso en piedras, en llantos y en abuelos a los que adoro. La recuerdo, con ese paso firme, aunque tal vez doloroso. Con una olla entre las manos y un vestido por la rodilla de colorines. Era increíble. Llegaba gritando un "Juana" largo, muy largo. Y si nos veía por allí, en el campo, en el sofá, dejaba la olla donde pudiese y empezaba a halagar y a preguntarnos. Con sus manos, aún calientes por la olla, repasaba nuestras caras como si estuviese dibujándolas para que quedasen escritas en el aire. Repasaba la barbilla de mi primo Vicente, y mis cejas. Te pareces a tu madre. Pero qué bonita eres, niña, tú eres mucho más bonita que tú madre, ¡y mira que tu madre es bonita! Hasta los pelos de las cejas los tienes bonitos. ¡Mira, mira qué cejas!  Nosotros, pequeños y grandes, sonreíamos tímidos y nos mirábamos unos a los otros, y cuando ella ya no estaba, reíamos y comparábamos lo que nos había dicho a cada uno.  Luego cogía su olla y repetía aquel largo "Juana". Cuando Juana la oía venía corriendo al salón, y se besaban largamente, aun con la olla entre ellas. Hay qué ver, Antonia, lo bien que estás. -Pues eso es lo que tendrías que hacer tú!! Con la de niños que tienes siempre aquí y tú siempre llorando, ay, Juanita. Sí que es verdad, decía Juanita y pensábamos todos. 

Se sentaba en el sofá, entre nosotros o frente a nosotros, y nos explicaba qué traía esta vez en la olla. Menundo, 'espoleá', ajo... De todo. Que había venido alguno de sus hijos y había hecho comida de sobra. En esos campitos siempre se hacían comidas de sobra!

Qué difícil ahora, qué difícil volver a los campitos que ya no son campitos, qué difícil que las personas que los habitaban y que nutren nuestros recuerdos se estén alejando tan rápido. Con tanta fuerza, con tanto cariño, con tanto tesón. Y se aleja. Se aleja también con la sonrisa, con los pasos firmes pero cansados, con los cabellos blancos, con once partos a cuestas... 



Se Aleja, la tita Antonia. Nuestra Aleja

domingo, 12 de enero de 2014

Arrocito de lágrima.

Hace ya algunos años que llegó, y hoy, se ha ido.
Abrió la puerta de aquella clase de tercero de ESO, seria, con una mueca de fastidio, muy morena, con el pelo corto, pelirrojo, de punta y un flequillo hacia el lado derecho. Nos la presentaron como 'Rocío'. Yo me sentaba en la parte de las ventanas, como siempre. Delante de mí se sentaba un chico colombiano con una sonrisa espectacular, plateada. Varias mesas más allá se sentaban niñas hestéricas, chicos que hablaban de las pestañas de los burros, chicas medio rubias que hoy son extrañas en mi mundo. También había un chico marroquí con nombre de fruta y un dominicano que discutía sin saberlo con alguien que tal vez le quería. 
Ella abrió la puerta y parecía que debíamos agradecerle por estar allí con nosotros. En la primera clase la sentaron junto al dominicano, que también tenía un nombre especial. No se cayeron bien. No es extraño. Había que saber llevarla. 
No sé cómo, pero yo supe hacerlo. En el cambio de clase le pregunté. ¿Cómo te llamas? ¿De dónde vienes? ¿Has repetido? ¿Te quieres sentar con nosotros? Desde aquella frase no se fue jamás... Hasta hoy. 

Empezamos sentándonos juntas, pero hemos vivido mucho más de lo que mi piel, hoy, es capaz de recordar. Juntas nos  comimos el mundo y, algunas veces, nos empachamos de él. Otras veces el mundo se nos quedó grande y no supimos llevarlo. Hemos dormido en camas separadas mientras, con las luces apagadas, conocíamos poco a poco el amor por otras personas. También nos hemos quedado dormidas, llorando, en la misma cama. Alguna vez también nos hemos mentido y muchas nos hemos enfadado. Nos disfrazamos de Super Mario Bross  y de Luigi, y nos sonreímos en la distancia cuando vemos que nos separa una calle de distancia. Cuando la felicidad ha tocado nuestra puerta, una llamada ha informado de ello a la otra. Y, casi siempre, cuando lo que ha llamado ha sido la tristeza, ni siquiera ha hecho falta. 

Un día me di cuenta de que, si echaba la vista atrás, ella siempre formaba parte de mis recuerdos, y a partir de ahora, ya no sé si será así. Los recuerdos que tengo hasta hoy son también suyos, pero hoy empieza su nueva vida, y lo hace muy lejos de aquí. Ella es diferente. Es difícil, sí. A veces no te tiene en cuenta y a veces simplemente es feliz sin hacerlo, pero eso ya no importa. Le dije cuando quise que la quería, y también le expliqué que no me gustaba su manera de llevar nuestra amistad. Pero, ¿qué más da? La amistad es una relación... Un vínculo. Y las relaciones... ya se sabe, ¿no? Ni empiezan ni acaban. 

Todos los que compartían espacio con nosotros en ese curso de 2005 se han ido perdiendo por el camino, unos antes, otros después... Pero nosotros, jamás. Nuestros motes ya no son sólo nuestros, nuestros abrazos crean malos entendidos en trenes, y nuestros bailes en discotecas, pero eso nos da igual. Quinientos millones de reproches, de vez en cuando, no podrán superar nunca a quinientos mil millones de abrazos, de momentos únicos, de sonrisas... De tatuajes hechos y deshechos, de pieles acariciadas y de lágrimas rodantes. Nunca podré(mos) borrar aquellos primeros patios, pero tampoco aquel primer pantalón de David, ni aquella sonrisa al vernos después de algunos meses. Su hijo es, en una pequeña porción -ya se sabe: el espacio entre las paletas-, también mío, y espero que jamás se olviden de mí. Porque ahora ya no están a diez calles, ahora ya no me podrán llamar si necesitan algo, ahora, la Chanchi, se queda tan tan lejos de la Arró con Pollo que no sabe ni situarla en el mapa. 
Chanchi se pierde un poco ahora, sin nadie que le haga fotos con más chanchis y sin nadie que le empuje a hacer aquellas locuras que sola no hará. Nadie será la que le enseñe la parte dura de los problemas y la crudeza de su amiga se quedará eclipsada por su miel, ahora. Él ya no me besará la nariz cuando me vea, y no lo hará mil veces, casi engañado por mis 'otro y ya está', no iremos a la playa en el Chicharri y no le llevaré castillos de plástico, para crear castillos de arena. 

Pero hoy va a ser feliz, y va a recibir una letra por cada sonrisa, y será no sólo dichosa, sino también se sentirá viva por ello. Y él, poco a poco, sabrá conocer el mundo con otra sonrisa, aunque ahora más solitaria, sin sus tíos y abuelos, sin la chanchi-que-está-loca y sin su Marc. 

Pero siempre, siempre, siempre, estaremos-estarán, aquí. Y siempre, siempre, siempre, formarán parte de esto. Porque sin ellos mi locura es más cuerda. 

Gracias.

jueves, 9 de enero de 2014

Regalos

Llegué a aquella plaza atiborrada de gente que no conocía junto a tres chicas que me encantan. Las tres. Había gente que no conocía y había personas que me sonaban, otras que me saludan cada vez que -ahora ya menos veces- me ven por los pasillos ya casi inexistentes. Algunas eran incluso conocidos.
Entre la multitud un par de camisetas azules luchan, como las verdes, las rosas, las blancas, por unos derechos que les arrebatan. Entre el azul, una persona tímida, con una sonrisa que irradiaba luz, pero que casi no se veía. Le vi, sí le vi. En seguida, bajo aquella capa de timidez, de sombrero y de chaqueta grande, le vi. A él y a la sonrisa.
Todos, con gorro, con camisetas azules, con riñoneras, con rizos, todos, nos sentamos en el suelo -y hasta en una silla- y leímos. A mí me acompañaban Buber, Spinoza, Jesús Camargo y Jesús Saldon. ¡Qué cosas! Son mi gran favorito y un favorito aspirante a serlo, y se llaman igual. No me había dado cuenta hasta ahora.
Nos sentamos, y leímos. A Martin, a Jesuses, a Baruch. También a Cortázar y el amor en el patio. También a Marcuse. A más y más intelectuales. Les leímos allí, en medio de la plaza. Gente que pasaba y nos miraba, que nos preguntaba. Algunos que no preguntaban.
 
Él estaba frente a nosotros. No levantaba la vista de su libro (¿Qué estaría leyendo?) más que para sonreír de nuevo tímidamente, de medio lado hacia la derecha, cuando algún compañero hablaba, o cuando se levantaba para hacer una foto. Yo leía, y de vez en cuando, él me interpelaba. Sin saberlo, como casi todo, pero lo hacía. Le miraba, pues, absorta en el mundo vivo y en su sonrisa casi inexistente, y me fijaba en que era una persona un tanto extraña.
 
 
Más adelante, cuando cambiamos de escenario, se posicionó a mi lado, algunas personas más allá, por lo que no pude verle la cara. Cuando discutí con algún compañero sobre relaciones y sobre deseos, le sentí sonreír, brillando. Pero es cierto, no le vi. Tan sólo lo sentí, lo supe. Pero no lo vi. Le dibujé un árbol de la manera en que lo dibujaba de niña, e  intentó 'psicoanalizarme'. No sé si lo hizo, pero consiguió, desde el primer momento, ponerme muy nerviosa.
De repente, cogió su gran chaqueta y su pequeño sombrero, hizo un gesto de aspavientos y se fue.
 
Ya en el tren, las chicas que habían sobrevivido, me preguntaban y me decían que ellas también estaban nerviosas. Tengo que buscarle, me ha llamado mucho la atención desde el principio y no entiendo nada... tengo que buscarle. Pero... ¿Dónde? No sé cómo se llama, ni qué estudia... Qué chico tan raro. Todas reían mucho. Ella pensaba en la media sonrisa que le hacía las veces de luna cuando pensaba en comparaciones que tan sólo podían augurar extrañas comuniones.
Al poco tiempo llegó a casa y, al encender la luz de la costumbre nocturna, se lo encontró. No encontró su sonrisa, por más que la buscó, pero encontró el brillo de la palabra, que hasta ahora no había visto en su compañía.
 
Y hoy, siempre todavía, espera volver a hacerlo. Y hoy, siempre, siempre todavía, no espera que la gente le entienda, tampoco lo necesita, pero cree, siente, comunica, que esto, vuelve a ser especial. Y siente la viveza de la piel en sus dedos. Y la vida, como siempre, vuelve a sorprenderla en una sonrisa, y las sonrisas, como nunca, vuelven a regalarle el mundo... Vivo.

jueves, 2 de enero de 2014

Noche imposible

Le vio entre la gente un 31 de diciembre. Ya le había visto antes, pero era demasiado pequeña. Demasiado pequeña para muchas cosas, pero no para verle. Ni para que le gustase. 

Trabajaba en un estanco, en la esquina de la calle donde vivía ella. A veces ella entraba con sus padres, e incluso había entrado alguna vez sola. Era pelirrojo, tenía el pelo muy largo, liso. Su barba era también pelirroja, no demasiado frondosa, perfecta. El pelo le caía por encima de la cintura, esbelta, delgada, fina. Era alto y delgado, pero tenía unos brazos muy bonitos. Le gustaban los chicos que sonreían. A él se le asomaba la sonrisa tímida entre la barba cuando alguien le saludaba. La niña también le saludaba. Y le sonreía, mucho. Alguna vez había ido al estanco sola, simplemente a verlo, y como excusa, un cuaderno, un boli... Se quedaba embelesada mirando los cuadernos, simplemente porque olía a él. A veces, él se ofrecía para ayudarle. Ella siempre le respondía lo mismo; gracias... Entonces él, si no tenía demasiados clientes, caminaba hacia ella y le explicaba una y otra vez las características de cada uno de los cuadernos, y de los bolígrafos. Él ya sabía que los utilizaba como diarios personales, o como cuadernos de escritura, así que le contaba, sobretodo, lo que a ella le interesaba; sin embargo, ella jamás prestó atención a sus palabras, y, cuando lo hizo, sólo fue por oír aquella voz melosa y masculina. Le miraba a los ojos, los tenía de miel.

Ella iba al instituto, o al colegio, ya no se acuerda. Era pequeña. Muy pequeña. Tanto como para que, a veces, su madre sintiera recelo de que fuese sola al estanco que había en la esquina de su calle, y le acompañase a mirar cuadernos. A ella no le gustaba, porque no podía pasar todo el tiempo que necesitaba para mirarlos. Tenía los ojos verdes, pero aún no lo sabía. Pelo rizado, largo a temporadas y corto en sus peores pesadillas. Sonreía cuando su inseguridad se lo permitía, aún no había aprendido a luchar contra el miedo. Tenía muchas inquietudes, leía libros a manojos sentada en el suelo del pasillo, y a veces de la terraza. Se enamoraba sin saber lo que significaba, y escribía tonterías en cuadernos que un chico pelirrojo le aconsejaba. Buscaba, también sin saber, todo lo que la hiciese erizar, y, también por ello, bajaba a veces a buscar más cuadernos. 


Tenía veintitantos años, era algo insegura y tenía los ojos verdes. Escribía a dentelladas y le iba la vida en los enamoramientos. Era nochevieja, hacía algunos años que no salía a celebrarlo. Aquel año lo hizo. Se abrazó a su primo y a sus pilares, y salió dispuesta a celebrar que todo -o casi todo- iba bastante bien.
Bailaron en las lunas  de alguna discoteca conocida. Ella, de vez en cuando, perdía un poco la vergüenza, cerraba los ojos y bailaba sin preocuparse absolutamente de nada. Movía el pelo, rizado y largo, se sentía libre, miraba a sus pilares y a los demás, y sonreía. De repente, bailando a contracorriente, abrió los ojos y le vio. Sonrió y su corazón le avisó con acelerones de que algo estaba pasando. Casi no había tenido que verlo para recordarle. Aquel color, aquella barba... Aquella miel. Ya no tenía el pelo largo, ya no tenía pelo. Tenía la barba roja, larga, de chivo, larga, larguísima. Pero la sonrisa se le seguía escapando tímida a pesar de ello. Se cruzaron sus miradas y ella chispeó de vergüenza. Se giró bailando y le preguntó a su primo si se acordaba de aquellos me gusta mucho cuando aún era una enana. Él rió y bromeó, sabiendo cómo era la niña. Ella señaló al pelirrojo y su primo sonrió: ¡¡Es él!! 

Le contaron a su compañía, importante e imponente, la anécdota, y cómo de emocionada se sentía ella por haber recordado y avivado la atracción. Ellos rieron mientras bailaban y bromearon durante toda la noche. Cada vez que su amor infantil pasaba cerca de ellos, alguno le daba un toquecito amable con el codo. Enrojecía y seguía bailando. Se cruzó con su mirada varias veces, era imposible que se acordase.
Bailaba y era feliz por haber recuperado el recuerdo de aquella niña aún más insegura, y por ello le hacían gracia las bromas de su amiga y de su primo. Era increíblemente dichosa. De repente alguno de los dos le dio un toquecito y abrió los ojos. No sólo estaba alrededor, sino que estaba ahí, frente a ella. Le miró sin pensar la miel en la mirada y él sonrió. Era imposible que se acordase. Sonrió ella, tímida, risueña, roja, erizada ya, aunque aún sólo de recuerdo y de vergüenza. Siguió bailando, la noche no paraba ni un sólo segundo. Él bailaba también, frente a ella, con los ojos bien abiertos y las manos, bonitas, sujetando una copa, y el ritmo. Ella se dio la vuelta y su amiga la miraba, riéndose y contenta. Todo formaba parte de la misma broma, y cómo le gustaba...

Así, de espaldas a él, siguió bailando mientras hacía gestos a sus compañeros, que eran divertidos y se reían con -y de- ella. Él debió entender que era algún tipo de señal porque se le acercó hasta tocarle la cintura, estremeciéndola. Se dio la vuelta, cada vez estaba más cerca. Volvió a verdear su miel por un segundo, un sólo segundo, temeroso y casi compasivo. Era imposible que se acordara. Le acarició la cintura y, como por arte de magia la llevó hacia él. Sentía su pecho y también el tacto de su barba. Era demasiado larga, pensó. Seguían bailando cada vez más y más cerca, cada vez más y más emocionada. En algún momento vio pasar a su amiga y a su primo, que le hacían gestos de victoria y demás chufletas. Estaba emocionada y, además, le hacía mucha gracia. Al borde de su cuello, él susurró algo que ella no entendió, pero que sonrió como si hubiese sido la gloria. Le había dicho que quería besarle, pero ella no lo sabía, sonrió. La sonrisa se arqueó en beso y se erizó el mundo para que pudieran hacerlo. Le seguía acariciando sin moverse la cintura, y ahora también los labios. Era imposible que se acordara.

Se besaron durante algunos minutos, tal vez durante algunas horas, entre sonrisa y sonrisa. Se sonrieron durante mucho tiempo, tal vez durante muchos minutos, entre beso y beso. Después de aquella noche, ni siquiera había recordado su nombre, ni siquiera había preguntado nada más. Los besos y las sonrisas, las caricias furtivas, e incluso a veces involuntarias, fueron suficientes -¡y bastantes!- para tostar su piel. No hacía falta nada más. Era imposible que se acordara. Tal vez en unos años vuelvan a encontrarse. Era imposible que se acordara. Tal vez en unos días se topen por la calle y no sepan qué hacer. Era imposible que se acordara. Tal vez... Tal vez algún día podrá contárselo... Porque es imposible que se acordara, ¿No?