sábado, 25 de mayo de 2013

Algunas veces

Inventó los colores en un suspiro. 
Dormimos juntos algunas noches. No demasiadas. No muchas... Tal vez no suficientes. Pero dormimos juntos algunas noches. Además, no sólo dormíamos. También nos besábamos algunas veces. Muchas más que el número de noches que dormimos juntos. Nos besábamos lento, suave, con vida. (Iba a decir con amor, pero quiero hacer un escrito sin inventar nada, hoy) Yo estaba en una nube. Él estaba en una cama suave, junto a mí, quedándose dulcemente allí, dormido, junto a mí, algunas noches. Alguna de esas noches a mí se me acumuló el amor y, dormida, no pude evitar dejarlo escapar... Sin saberlo y sin quererlo. Desperté a la bestia perfecta alguna vez, o se despertó él. Yo no lo sé.  A lo mejor él sí, algún día tal vez pueda preguntárselo. Me queman las ojeras, otra vez.Viene la primavera. Pero esta vez viene, se va... y viene, y se va otra vez. Otra vez estamos en esa época de luces, pero esta vez la luz no emerge de la oscuridad de sus ojos. Esta vez la luz está, y no importa demasiado. Por eso va y viene, seguro. Alguna vez, además de besarnos antes de dormir, y mientras dormíamos -alguna vez-, también nos besábamos en las calles. Qué calles más bonitas. Hoy no lo son tanto, creo. A veces también me manchaba de chocolate, porque no puedo evitarlo, y él me besaba... y ya está. Eso era todo. Y las calles eran tan bonitas...  Ya nada tiene que ver con su boca. Ni con la mía. Y duele, porque la piel no es materia inerte. Después de besarle, casi siempre, muchas veces, muchísimas, prefería morderle. Pero sólo un poquito, porque él es un poco tiquismiquis... Pero le terminó gustando, creo. Alguna vez, hacia el final de todas aquellas veces que dormimos juntos, las insuficientes, me lo pidió. Es mi imagen favorita en la ducha. Y cuando digo imagen quiero decir voz, sonido, sentimiento, tacto. Eso. Y termino mordiéndome el labio a mí misma, porque no me doy cuenta, pero él no está ya. Ya no dormimos juntos nunca. Ni nos besamos. Ni nos mordemos. A veces, reíamos también. Yo estaba muy enamorada de esos momentos... Por eso los viernes pasan estas cosas. Yo me metía con él un poquito, él, picadito, vivo, risueño... Precioso, me contestaba... y tú. y tú eres un poco puñetera, ¿no?  Y cada uno en su camino... Pero yo sigo aquí, en estos viernes de dibujo, de miradas perdidas en el recuerdo. A veces, nos acariciábamos las espaldas el uno al otro. También nos acariciábamos otras cosas. Me encantaba besarle la nuca. Y todo lo demás. Alguna noche me desperté con escalofríos que en la realidad no existían. Los escalofríos me avisaban de que estaba allí aún, de que todavía podía besarle. Lo hacía, a veces, muy despacito, muy lentamente, muy silenciosa... en la nuca. Y pasaba mis brazos por los suyos. Y vivía más de lo que podía resistir. Jamás podré agradecerle tantos besos. Otras noches, en las que se quedaba dormido abrazándome, me daba la vuelta, y era él el que me besaba. Yo creo que tampoco estaba dormido... Algunas veces, además, también entrelazábamos nuestras manos por las calles, esas bonitas, que hoy no lo son tanto. Yo estaba perdida por sus manos, y mis manos también lo estaban. Hoy vuelve a enviar saludos sin besos, sin manos... Sin sonrisas...
¡Y algunas veces, si intento no mirar atrás, te me apareces delante!

sábado, 18 de mayo de 2013

Un año de invenciones

Se abrazaron, ella sintió el mar dentro. Se erizó toda ella, su inteligencia, su sentimiento, su piel. Él estaba saturado de tanta confesión, tal vez de tanta confianza. Sonreía, ella, al contarlo, aunque moría, a veces, al recordarlo, por dentro. Él la admiraba, al menos aquel día. Pasearon, se abrazaron más veces. Se sentaron en un césped lleno de tortugas de piedras, intentó besarle, le abrazó. Miraron la vida con otros ojos, el tiempo mejoraba. Había luz. Él necesitaba la luz, se lo dijo varias veces. Ella, veía luz en sus ojos y parpadeaba escondiendo la suya, no podía más. 
Miró sus manos muchas veces, las convirtió en un parque de atracciones. Aquellas manos. Aquellas, las únicas, las manos. Aquel nombre que le hizo estremecer después de tantos meses, tantas veces, tantos suspiros, tantos espasmos, tantas letras. Fue el principio de una historia que acabó, pero que escribiré tantas y tantas veces...


Tus manos...  de las que me enamoré el primer día, hace ya algunos años, mientras te miraba de reojo en la biblioteca (que, a veces, sigue oliendo a ti). Al principio te miraba de reojo, como a uno más de mis enamoramientos conceptuales. Algunas veces me  sigue dando rabia que ese concepto sea el que haya acabado con el juego de tus manos en mi espalda. Te encontraba por los pasillos; yo creo que ni siquiera eras consciente de ello. Evidentemente, yo tampoco. Muy lentamente te fuiste metiendo en mis sueños. Una vez me apartaste el pelo de la cara; Es que no se te ve la vida, con el pelo tapándote los ojos... En aquel despacho, el del uno de los padres de África. Venía del gimnasio, llegaba tarde, tú me esperabas, yo no sabía. Aún no me ponía nerviosa tu olor. Aún no sabía, tal vez, identificarlo como tuyo. Como tan tuyo. Pero estabas allí. Inventaba besos contra la pared, pero aún no me daba cuenta. Arró ya sabía algo de ti, sin siquiera haberte soñado aún. Algo más adelante, mientras mi pelo iba creciendo, mi primo gemelo jugó con mi personalidad en el mundo de las teclas... Y te encontré jugando a ti, allí. Decidimos -o no- jugar juntos. Nos gustábamos, creo. Fueron muchas horas... ¡A saber cuántas! Que no, que no... Que no... que entre tú y yo no... Que vale, que bien, que no pasa nada... Me enamoraré diez veces por semana. Y...
Ya está. Ahora ya está. Disfruté muchísimo del deseo, del juego, de la vida, de tus manos, de tu nuca, de tu olor... Y hoy me atormentan. Una aventurilla. Sí. A veces las aventurillas dejan rastro. Y manos que duelen, orgasmos colgados en el cielo, pieles que sólo se pueden leer en braille, lunares que ya no pueden volverse a contar, nombres perfectos para la escritura... A veces seguir andando de puntillas para no romperlo termina por romper la vida, aunque en los suspiros siga resonando tu nombre. Después aprendí que el amor no es el mismo para nadie, que yo amo diferente, que tú también lo haces. Que no puedo convencerte, así lo viviste tú. Pero tampoco puedes convencerme a mí. Que yo amo diferente, que tal vez termine rectificando... De momento sólo sigo escribiendo. De momento tus manos siguen aquí, aunque no estés tú.
Algunos viernes por la mañana aún me despierto y pienso que eran nuestras mañanas, aquellas de chocolate y albaricoque, aquellas de sábanas blancas revueltas en escalofríos. Aquellas, las mías en ti. Algunos viernes por la noche reinvento la historia, la reescribo, la reedito y la reamo. La reinvento, porque no estoy segura de si todo fue una invención. No estoy segura de si el año pasado existió realmente o es un batiburrillo que mi mente ha elaborado con tu piel. De si tenías razón y tú no eres una fantasía. 
Un día, te dije, o imaginé decirte que no me parecía una tontería recordar las fechas... señaladas... Aunque me parecía muy mal exigirlo...

Hace un año, justo un año, en aquel césped que parece inexistente, en aquella facultad que me sigue haciendo temblar cuando contiene tu belleza, en aquel mundo que creé, que creamos, caminamos llenos de luz hacia el juego de las aventuras... Y rocé por primera vez en tus manos, el mundo vivo.