martes, 27 de febrero de 2018

Noelia, mi verdetortuga

Había una vez una tortuga que se llamaba Noelia. Éste había sido el nombre elegido para ella desde su nacimiento.
La conocí cuando ella tenía sólo unas horas de vida. Su pequeño dientecito horizontal aún estaba ahí. Acababa de romper su cáscara con la fuerza de la vida. Era muy pequeña. Muy verde y roja. Sus orejas apenas podían diferenciarse aún. Poco a poco se fue convirtiendo en una tortuga fuerte, testaruda, inteligente y bonita. 
Noelia fue mi compañera durante 25 años. Yo sólo tenía dos años cuando la conocí, con su dientecito y sus casi orejas. Se acostumbró a mí tanto como yo me enamoré de ella. De repente sólo dibujaba a Noelia; miles de tortugas sin forma en mis folios, todas eran Noelia. 
Cuando empecé a escribir, mi primer cuento fue sobre una tortuga llamada Noelia. Creció a mi lado, crecimos juntas. Cuando yo decidía escribir, ella siempre decidía acompañarme. 
Alguna vez se fue. Era también muy independiente. Se fue una vez cuando yo iba al instituto. Pensaba que se habría caído por la terraza de casa. Bajo nuestra terraza había un patio abandonado, con mucha vegetación, así que estuve tirando comida de tortuga a ese patio por más de tres meses... Hasta que Noelia decidió volver. Había estado tres meses en la mochila de deporte de mi hermano, yendo y viniendo a entrenos de fútbol sin que nadie lo supiese. Volvió, me hizo de nuevo, la chica más feliz del mundo. 

Ha vivido conmigo todo, y yo con ella. Nos hemos mudado de casa juntas. Hemos disfrutado de nuestra terraza en Inca, de nuestro patio en Campanet... Decidimos juntas adoptar a Penélope, aunque nos costó enseñarle a nuestra nueva compañera lo que era el amor. Pasamos infecciones en los ojos, hongos en el caparazón, huevos no fecundados. Lo pasamos todo juntas, pero ha marchado...  ¿Para siempre? 

Había una vez una tortuga de río muy muy grande que vivía junto a sus compañeras en un cuarto piso. Se llamaba Noelia, y sus compis de estanque eran Penélope y Moncho, el nuevo macho de la familia. 
Una noche, después de despedirse de ellos y de Mary, su hermana humana, Noelia se quedó pensando, mientras miraba las estrellas. De repente, sin saber muy bien por qué, pensó que le gustaría haber nacido ave. No dejar de ser tortuga, tal vez, pero poder volar. Maldijo, tal vez, aquellas cuatro paredes, aquella terraza, aquella agua estancada, a pesar de las limpiezas continuas de su hermana humana. Sintió una especie de tristeza bonita, porque no podía volar pero siempre se había sentido querida. Sus orejas rojas brillaban más que nunca; cumplía 25 años. 
Su amiga Penélope durmió plácidamente aquella noche, Moncho hizo lo propio. Ella no conseguía dormir. No conseguía dejar de pensar en las aves; aquellas maravillosas criaturas que surcaban el cielo cual mar en calma. 
Aquella noche, la magia surgió. Mientras ella soñaba despierta, en el balcón de su casa aterrizó un pequeño halcón, que había sentido molestias en su alita. Noelia se hizo la dormida, pues tenía miedo. Pero enseguida entendió que aquel pájaro necesitaba ayuda. Abrió los ojos  e hizo entender a su nuevo ¿compañero? que ella podía hacerlo. El ala de Halcón tenía una astilla clavada, y Noelia, en su infinita sabiduría, mordió la astilla hasta sacarla de ahí. Contó sus sueños voladores a Halcón, y éste, en agradecimiento, le ofreció un vuelo con él. Aunque sabía que se tendría que esforzar mucho, puesto que Noelia era más pesada que él... Partieron juntos hacia el cielo. Desde el cuarto piso creemos que le gustó tanto volar, que decidió ser ave... y marchó. 
Marchó aunque llevemos semanas esperándola, esperando que sea feliz. 


Te adoro, Noelia. Te adoré durante toda mi vida. Te llevo en la piel, en la casa, en los huesos, en el cerebro. Marcaste mi vida más que nada. Supongo que perderte así es la única manera que tengo de seguir adelante; adiós, amiga, hermana. Adiós, infancia. Adiós, Noelia. 



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