miércoles, 4 de noviembre de 2020

PIEDRA CANELA

Eres el culmen de todas mis contradicciones. Eres la mujer que me enseñó a ser feminista. Sí, por contraste. Pero así lo hiciste. Te llevo tatuada en la piel como resultado de amarlo a él. Como resultado de tatuarlo en lo más profundo, también me quedé la herencia de cuidarte. Cuidarte ha sido,  y ojalá siga siendo, una de las mayores sorpresas de mi vida. Empecé a hacerlo con muchos prejuicios. 
Sobre mí misma, quiero decir. Jamás me pensé capaz de tantas cosas que hice contigo, una y otra vez, a diario, cada dos horas, cada quince minutos. También empezamos llenas de complejos, de miedos y de tristezas. Él se fue, tú te quedaste. Nosotras, claramente a tu lado. Siempre. Tú, claramente al nuestro. Entre nosotras, en mi casa, en mi ciudad, en mi isla. En la tuya. 

Hace días que estás brillando un poquito menos, mi querida mamá Juanita. Hace días que el rojo está tiñendo todas las pantallas de nuestro virtual universo. Tus sábanas, bonita. Tus sábanas, ahora rojas, como aquel vestido hundiéndose en las aguas cristalinas. Ofelia. Un olor que no saben describirme, yo a algunos kilómetros de ti, a pocos minutos, cerca. Tan tan cerca que no soy capaz de caminar estos días sin tu aliento, sin tu nombre. 

Aquí en Ibiza, cuando me preguntan qué me pasa -pues ya sabes que en mi cara se puede leer casi todo,  ¡tú lo sabes mejor que tantos!- explico en otro idioma que mi pradina está malita, que voy a ir a verla en breve y que... joder, que tengo miedo. Tanto tanto miedo.  De que te vayas sin haberme avisado antes. De que no me conozcas, que no sepas ver en mí lo que siempre me hiciste ser. Tengo miedo de no tener que volver a quejarme de dolores de espalda al levantarte. Miedo de no limpiar más cacas. Miedo, de no tener que bajar corriendo desde mi ático porque me llamaste gritando. Miedo, mamá Juana, tengo miedo de no volver  a jugar con tu pelo en la bañera -mamá Pumuki-. De no comprarte más botes de polvos de talco, ni toallitas, ni bragas de agujeritos. Tengo miedo de no cocinar más para ti, de no producir tus tuppers caseros cada vez que tengo que volver a trabajar a la isla vecina. De que no te enfades más conmigo porque te hago comer de todo. Tengo miedo de no volverte a oír gritar, miedo de que no me digas más que me quieres. Miedo de que no seas más tú. De que tus ganas al fin ganen y te mudes con él ahí arriba. Porque, aunque ya me acostumbré a que me hable desde allí... No quiero imaginar la vida también sin ti, sin abrazarte y sin que me abraces. 


Si él fue el pilar, la columna, los cimientos, el cielo azul y las flores de jazmín... Mamá Juana, tú eres la niña canela que enamoró al cielo. Eres todas las plantas que rodean al jazmín, la dama de noche, la hierbabuena, las uvas y hasta la vendimia. Sin ti, sin él... No somos. No soy. Y tengo miedo, querida Piedra Canela.