jueves, 14 de enero de 2016

Amistades

Encaje que une su ropa y su piel. Encaje rojo, que cubre con sutil transparencia aquella pequeña parcela de placer. Parcela de placer que hoy –y sólo hoy- cede gustosa a aquel hombre. Hombre, aquel hombre que desprende feromonas en su olor, y que la vuelve loca con su tímida sonrisa. Sonrisa que sólo saluda cuando es necesario, y que cuando no lo es, a veces, se esconde. Esconde ella parte de su anatomía, por vergüenza, por inseguridad, pero esta vez también tiene claro que quiere quitárselo de encima y dejar de esconderlo, mostrarlo y sentir que es libre, que, cual mariposa, tiene alas, y que sus alas sirven para volar. Volar, que ya vuelan, uno frente al otro, mirándose directos y descarados, mostrando también el deseo. Deseo. Deseo que va y que viene, que viene y que se da. Se da entre ellos y se lo dan el uno al otro. Otro, otro día, otro momento, de otro año incluso, de otra manera. Manera... Esa manera de él, tan elegante, tan sublime y tan grandilocuente. Grandilocuente pero humilde, humilde pero complicada, complicada, pero sencilla. Sencilla porque los dos quieren, porque se quieren y ella. Ella contraria, mujer y mucho, sencilla y no demasiado femenina. ¿Femenina? Su figura. Figura marcada por las curvas, la piel erizada y las sonrisas inocentes. Inocentes, no es la palabra que los definía hace unos días. Unos días pesándolo, disfrutándolo y ahora, escribiéndolo.

Hacía algo más de cuatro años que no se tocaban la piel de aquella manera. Nunca habían dejado de verse, ni de escucharse, de acariciarse las pieles con las miradas, y tampoco habían dejado de jugar. Eran amigos, muy amigos. Pero hacía algo más de cuatro años que no explotaban el uno sobre el otro.
Aquel sábado fueron tamibén amigos, durante gran parte del día sólo fueron eso: amigos. Pero en cuanto empezó a inundarles la noche, ellos inundaron el mundo.
Él estaba ya jadeante casi al salir de la ducha. Se había vestido, pero ninguno de los dos sabía muy bien para qué. Ella le esperaba en el sofá, frente a un fuego provocado, controlado y caliente, muy caliente. Tres animales daban un toque de distinción inocente, pero elegante, a aquella sala. Estaba en el sofá, y sólo verle, supo lo que iba a pasar. Al principio se seguían queriendo, seguían siendo amigos, muy amigos. Se rozaron la piel, ella sintió electricidad y, como quien toca el fuego, se apartó. Él sintió atracción eléctrica, y se volvió a acercar. La miró, sonrió, acercó su boca a los labios de ella, y esperó. Medio segundo después, los besos se precipitaban por aquellas pieles, blancas y doradas del fuego. Ella acusó frío, él encaminó las manos de ella hacia el verdadero calor. Duro y caliente, ella se sonroja y se quema la mano, bajo ella el calor extremo de las pasiones. Acariciaba ya él su espalda, descubriendo la libertad de ella, sus pechos al aire, pequeños y firmes. Ya estaban erizados, sólo sintiendo sus manos. ¡Aquellas manos! Él enloqueció. Había convertido aquellos pequeños pechos en grandes mitos. Él, pero por culpa de ella. Ella había aprendido a quererse, a quererlos, a mostrarlos y sentirlos propios y bellos. Ardían. Él la besaba y ella tocaba su miembro, duro, durísimo, grueso y perfecto.
Adoraba el calor de aquel hombre. Sin más. Le adoraba, y, ahora, le deseaba. Le deseaba de manera ferviente, dura, cruda, le deseaba su cuerpo, su piel, su sexo. Tocaba el sexo de su compañero y deseaba tenerlo entre los labios, acariciarlo con su lengua y comerlo con tanto gusto como deseo. Pero no lo hizo. Cohibida, se dejó guiar. Él continuó acariciándola con la ternura que siempre tuvo, pero esta vez también con la dureza del deseo puro, sin amor, pero sí con complicidad.

Y me puso a cuatro patas. Sobre el sofá, a cuatro patas me sentía muy hembra. Tenía miedo y a la vez deseaba que hiciese conmigo todo lo que siempre había querido hacer con él. Me comió entre las piernas así, abierta, a cuatro patas y como un animal hambriento pero que se contiene, como si sólo quisiera comer, no matar a su presa. Lamió toda la piel que encontró en aquel lugar, yo ya ardiente y exagerada en la postura. Él acariciaba mi culo y yo abría los ojos fuerte, no podía creer lo que estaba pasando, pero me volvía loca. De repente se levantó, y sentí su pene duro acariciándome el culo. Estaba muy duro, y era perfecto. Era grueso, pero no demasiado grueso. Tenía la medida perfecta. Incluso llegaría a decir que era un pene bonito. Él sostenía mi culo con sus dos manos, a ambos lados de mi cadera, y dejaba que yo buscase la dureza con mi propio sexo. Lo busqué y él lo sintió. Cogió su pene y quiso introducirlo en mí. Lo hizo poco a poco, suave y duramente. Suave y lento, suave pero duro, suave pero sin pararlo. Me embestía con toda la fuerza y toda la ternura del mundo. Yo, derramándome por todo el salón, imaginaba su cara y notaba sus manos en mi cuerpo. Con una mano, me sujetaba la cara suave, me hacía sentirle. Con la otra, me acariciaba la cintura, el culo, la cadera. Sentía sus gemidos tras mi cuerpo. Respiraba acelerado, yo ya no sabía qué estaba sintiendo. Hacía mucho tiempo, muchísimo que no me follaban así. No siempre, pero adoro que me follen de aquella manera porque me deja ser mujer y bestia, me deja ser femenina pero soltar el poder. Pero no siempre lo hacen tan sumamente bien. No estuvimos mucho rato en aquella fascinante situación, pero es que explotamos fieras, los dos. Él pidió permiso, y yo callé para otorgar. Explotó y explotamos, dos orgasmos me separaban y me unían a él. Yo susurré su nombre, me daba vergüenza gritarlo, pero mis labios decidieron por mí. Él me abrazó como aquella mujer abrazaba a los cocodrilos, y yo, sin ser cocodrilo, supe sentirle y matarle a la vez. Me alejé, porque necesitaba sentirlo yo, dentro y en la piel. Y así acabamos aquellos encuentros, comiendo bombones y sintiéndonos comidos, comiéndonos y arañándonos –como siempre- la piel del recuerdo, la piel del alma. Arañándonos el alma, pero acariciándonos la piel.


Sólo fue eso. Sexo, amistad y recuerdos... Pero... Joder, vaya sexo, vaya amistad... y vaya recuerdos. 

miércoles, 13 de enero de 2016

Plenitud

Vainilla. Avui, altra vegada, m'has enamorat. Fa ja molt de temps que m'enamores, m'enamores i m'enamores. 

Estava allà adalt, sota una tarima, darrera d'ell tota una feina de la vida. Rigurositat, educació, passió i sobretot, humà, home, persona, somriure. 
Ell no només és un encant; és que m'encanta. A mi, molt. Les seves mans, els seus gestes, els seus desitjos, la seva manera de mirar-me, somriure i mostrar-me la vida en un somriure. 

Ell juga a una altra lliga, que és també la meva. La lliga de l'amor, de les mirades, els somriures, les amistats i el control, perdut, recuperat, perdut. 
I, ara que les meves pupil·les encara pensen en tu, descobreixo que darrera d'aquestes paraules hi ha també la teva lletra, feta per aquelles mans teves tan tebes, tan meves, molt meves. 
De la meva ment, de la meva boca, les meves mans i la meva escriptura, la meva sexualitat, la meva pell, el meu record, la meva manera de ser i de fer.

Estic plena de tu, i ara, encara vull més.