lunes, 28 de noviembre de 2016

El primer "sin filtros".


He decidido hacer esto porque a lo mejor así descubro que no estoy loca, o que sí. 
Lo que he decidido hacer es escribir más rápido que mi mente, para ver si así soy capaz de decir abiertamente todo lo que pienso, precisamente, sin tener que pensarlo. 

Creo que me estoy volviendo loca, hablo sola. Muchas veces. Claro, que es difícil no hablar sola cuando una vive sola, y se siente sola. 
Entonces, me siento sola. 
Resulta que también tengo como una necesidad de que me muestren atención grande. Cariño, caricias, no sé. Mensajes. Que me llamen. No sé. Es una tontería, no debería estar sintiendo eso porque... va, qué más da? es lo que siento. 
Siento también que, si bien no creo que todo haya sido una equivocación, no pensé las consecuencias, no pensé que iba a ser tan duro, y que me iba a costar tanto, tantísimo, toda esta situación. 
Algunos momentos, en mi nueva flamante casa, me siento vacía. 
Ahora debería estar durmiendo y no lo estoy porque siento que no he hecho nada interesante en todo el día, o que ir a la cama, sola, es una tontería. Y yo no he sido nunca así. Pero así soy ahora, y espero que sólo sea una época, fruto de una frustración, un amor roto y una soledad inducida. 
La noche no me deja en paz, me llama oscura desde los  bares la ciudad, y también en la habitación, maléfica y solitaria. Luces a lo lejos, PUerto Barrios, el retorno. De repente aparecen fotos, recuerdos del futuro, pálidos reflejos de lo que en su día tuvimos, fuimos y nos quisimos. 
Bajo las alas de las mariposas, qué hay? Polvo de tiza, lo sé. De colores; los colores de cada mariposa. 
Y ahora siento ya que la vida es un soplo, como bien cantamos, que tengo fiebre en los ojos cada noche, que vivir se está convirtiendo en aferrarse cada día, en intentarlo, sin serlo aún. 
Me acompañan dos fierecillas y dos verdecitas. Lo mejor de todo... porque no estoy sola. Es difícil, porque tengo miedo de las noches que de repente llegan, y no me preguntan si quiero, y se quedan, y nos separa el mar MEditerráneo, destruyendo ilusiones. 
Y Jordi, Gracias. Que me acompaña taciturno y marchito, que si SEPEs  que si seguridades nosociales, que veinte años no es nada. Dulce recuerdo del llanto, pero precioso presente junto a mí, días. 
Y trabajo, y voy, vengo y lo intento.
Escribo, dibujo cosas muy extrañas, y me oyen las paredes, hablando sola. 
Sexo. También, mucho. Que no sé qué pasa, baja autoestima, nuevamente, deseo de ser deseada, tal vez... Tal vez simplemente ganas de recibir todos los cariños que yo ya di. Que me lo devuelvan todo, por qué no?
Yo siempre lo agradezco, y siempre siempre, lo devuelvo. 
Mot, querida que apareciste tarde pero que me ayudas tanto. No quiero tenerte más que dentro, y no quiero pensarlo más que es. 502, amada, que apareces de la nada, toda una vida después, que te estaría comiendo a frutas y acariciando a mares. Labuga, preciosa que te extraño como a nada. Daniel, que no sé qué haces, y de repente locuras. No me cansaría, que eres ansiedad, angustia, desesperación; toda la vida, euforia, y caída. Aprendizaje. 
Hostia...!! El Pestañas, que vuelve mil años después, y dice que su arte es arte porque yo soy importante y le enseñé la pasión; la pasión con la que escribo. Por lo que ha dicho, cree que yo estuve enamorada de él. Que raro, no fue así. 
Porque en el silencio es todo más fácil,y más solo. 
Joder, y tú, Óscar. Que te has ido, que vienes cada noche. Que me cantabas al oído y que hoy cantas al mundo, acariciando aires gélidos, estremecido de cambio. Profundo misterio, Óscar, bonito. 
Los besos de Óscar. Tiza de colores. Mariposas y alas. 
Voy a dormir. Mañana... Es lunes y yo... No quiero más lunes. No quiero más martes, ni más semanas, bar, repasos, pisos, no quiero. No quiero estar sola y no quiero irme a dormir. Pero pero ppero... aprenderé a disfrutarlo porque es cuestión de tiempo y porque... Soy una mujer. Fuerte. 
A la cama, Mary. 

domingo, 20 de noviembre de 2016

Demasiado

- Ya, ya lo sé. 
- Lo sabes, sí, pero lo consientes. 
-Joder, Mónica..
- Es verdad, Ana, ya es demasiado. Que a ver, tú sabes que yo intento entenderte, pero también tengo ojos, y ya es demasiado, de verdad. 

- Perdonad, chicas, pero estamos cerrando ya. 
Apresuradas, las chicas apuan sus copas y recogen sus cosas. Son la 01.30 de la madrugada de un miércoles cualquiera. 
Mónica ofrece a Ana compartir su coche, pero Ana necesita caminar, despejar dudas y despejarse la piel, así que lo rechaza. 
Mónica está muy preocupada, pero también cree conocerla lo suficiente como para saber que está todo bien, y que llegará pronto (o eso espera) a su límite, y romperá todo. 
Ana emprende su camino. Le queda casi una hora andando, y piensa disfrutarlo. Es miércoles, octubre, pero aún es agradable el aire fresco en la cara. Tiene veinticinco años, el pelo rizado, alborotado, ni corto ni largo; es decir, un desastre. Aquella charla con su amiga Mónica había hecho que, una vez más, se lo replanteara todo. No era feliz. Hacía ya algunos meses (años?) en que había ido perdiéndose a sí misma, poco a poco. Pero lo sabía. Era lo suficientemente inteligente como para saber que, por unos u otros motivos, había dejador ir todo aquello que le hacía ser ella misma. 
¿Por qué era siempre tan fácil perder contra una misma?
No tenía la respuesta, tan sólo tenía la certeza de que era un proceso en el que entras sin apenas darte cuenta. 
Seguía avanzando. Estaba tan acostumbrada a aquel camino que aquella noche ni siquiera reparó en el mar. La eternidad le acompañaba. Sonaba bravo y ella, por una vez, ni le miró. Pensaba, o sentía, su amiga Mónica, su palabra: demasiado. ¿Qué era demasiado? ¿Demasiado perdida? ¿Demasiado infeliz? ¿Demasiado... qué?


Continuará...

lunes, 14 de noviembre de 2016

Perdida

Era una época de cambios, frío y lluvia. Ella no sabía cuándo había nacido aquel dolor, pero lo tenía. Le arrollaba cada noche una tristeza melancólica que la dejaba hecha trizas antes de cerrar sus ojos y soñar con la felicidad. 
Cada noche recordaba los momentos felices, y pensaba que preferiría acordarse de lo malo; no hay peor recuerdo que el feliz, por no poder estar ahí. 
Miraba con ternura aquellas fotos, aquellos recuerdos, y llamaba embrujada una y otra vez  a aquel hombrecito con ruedas que marchó a sabiendas del amor.

Era extraño para ella porque el día era normal; ni feliz, ni triste. Vivía en una mezcla de ritmo frenético, días de lluvia, frío, trenes y cambios. No notó la diferencia, pues nunca estaba en casa. Pero las noches... Las noches eran como si alguien le arrancara la piel de la indiferencia; siéntelo, siéntelo. Y lo sentía. Pero sentía una mezcla extraña de amor, inseguridades, respetos y miedos. Ella sabía amar, había aprendido muy jovencita; soy tú, soy él, muchos que no conozco. Habia dejado atrás muchas personas que no se dejaban amar, y había seguido amando, al tú, al él... a todos. Obligada a veces por sí misma al deseo, al querer hacerlo, al hacerlo; al vivir. No quería dejar de hacerlo nunca, y a veces no era fácil. 

Porque estaba por todas partes aquel recuerdo superfluo que después se le presentaba ante los ojos importante en las noches. Una Estrella que quería volver al hogar, una magia que se esfumó de un momento a otro, la luna, sonriente que la miraba al pasar, cada noche, en un camino un poquito más largo; seguirá ella hasta Campanet? La lluvia y los adolescentes besándose en la plaza frente a su trabajo. Amanece y ella despierta, y está sola, de nuevo. Buscar las sonrisas sin poder acariciar su pelo y no tener que quejarse ninguna noche de que alguien le hace "boriquetas". Por ver si está, va al baño y le llama; quiere oír la voz que extraña. Busca la libertad pero no la encuentra, e increíblemente, encuentra su imagen entre lágrimas y humo; no quiere perderse.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Mudanza

En una caja miles de ilusiones y en miles de bolsas, ropa, recuerdos, un anillo de coco que creímos perdido, una sonrisa, un día de aquellos en que nos abrazábamos fuerte, las mañanas, las veces que me he quejado de que me chupes la cara, y también las discusiones, las malas caras, los días en que, después de la tormenta, la calma venía en forma de vergüenza de nosotros mismos. En una caja de colores puse todos aquellos mensajes que me mandaste casi cada día, desde hace dos años, preguntando qué quiero para cenar o para comer (dependiendo del turno, del trabajo, de las prácticas, de los repasos..). En esa misma caja guardé tu cara iluminada cuando llegaba, tu sonrisa increíble mientras, los días de libre, decías "hoy estás aquí". 
En una cajita más pequeña, de color azul, tus anillos, tus collares, los colores de Jamaica y el blanco y azul de nuestra Guate, también guardé el color de Mallorca en el reencuentro, tus miradas bonitas cuando los leones llamaban de nuevo a nuestro mundo. 
En una de las bolsas que hiciste tú, metiste todos los bolsos y mochilas que me acompañaban y ayudaban trasportando mi día a día, a veces en tren. En el bolsillo pequeño de la mochila de colores  (por la que pagué 70 quetzales y un par de sonrisas), encontré también una caricia, al lado de un olor, una camiseta olvidada por ti, tu presencia olorífica. Tú llevas también una maleta llena de soledades y compromisos, responsabilidades y cosas que querías decir, pero que finalmente nunca dijiste. 
Llevas una maleta llena a rebentar de todo aquello que conseguiste aquí, pero también de huecos que representan todo aquello que perdiste. Nos conocimos muy lejos de aquí, y aquella noche tú te llevaste la luna, y yo las cortinas de colores mientras suspiraba. 
Dejamos flotando en el aire, de aquí a Barcelona, mar adentro hasta llegar a ti, los motivos, los tequieros, las equivocaciones, la ilusión que a veces se marchita. Dejé ahí la convicción de que no hay un lugar mejor que tus brazos, para que las lágrimas no me acompañen siempre. 
No sabíamos  muy bien qué queríamos, pero todos sabíamos que necesitábamos huír. Y a veces nos imaginamos otras vidas, y sonreíamos y decíamos que era necesario llevarla a cabo para luego renacer. Renacer cada uno, consigo mismo, y luego... volver a huir, juntos. 
Todas estas cajas, Estrella, Noelia, Penélope, Shica, Mary, yo, nos sujetamos el corazón cada vez que llamas. Después de haber tocado fondo, necesitaba que ocurriese, y tú... también. 
 Pero nunca pensamos que sería tan duro meter toda una vida en cajas, bolsas y más cajas. Y es que en las mudanza siempre se rompe algo, y algo siempre se pierde. Pero no se rompió el vínculo aún,  y no se perdieron las palabras amables y las ganas de besar a contrareloj. 
Guardo debajo de la almohada tus pupilas dilatadas mientras el sexo te eriza la piel y te convierte en animal, de nuevo. No voy a sacarlo de ahí hasta que vuelvas, y volverás. 
También tú guardaste mis hormonas en una cajita morada sin compasión, acariciándolas cuando caen las estrellas, y me llamas con la voz rota. He guardado las ganas de beberte y mis ojos cerrados perdiendo el equilibro. Guarda tú, vida, el poder hacerlo todo, el poder seguir, el viento entre las ventanas de nuestro primer hogar, la playa de Chewecha, aunque se haya hecho tarde, mi amor.
En el pelo aún llevo tu última caricia y en mis oídos el susurro entre lágrimas, mientras un señor decía que debías irte. Adiós, León. 

Sonrío y espero, 
te quiero.