viernes, 7 de julio de 2017

Decidir

Aquella mañana se despertó aturdida, sin saber muy bien qué había pasado.
Llevaba tantos años viviendo en pareja, sin dormir con alguien que no fuese su chico, que despertarse con dolor de cabeza, la boca pastosa, una piel distinta al lado, la perturbó. 
Miró a su lado y encontró un cuerpo cubierto por una sábana blanca, y una melena rizada que sobresalía de ella. 
Era una compañera de trabajo. Le encantaba, lo sabía, pero jamás pensó que algún día pasaría algo con ella. 
Instintivamente acarició su pelo, y, volteándose hacia ella, abrazó su cintura, pensando que tal vez sería la última vez que pudiese hacerlo. 
La cintura de Molly era muy suave, fina, y podía acariciarse siguiendo una curva perfecta. Ella, aún aturdida y con los ojos llenos de sueño, se acomodó junto a su espalda, sintió que al otro lado su compañera acariciaba su mano, y cerró los ojos. 

Pasaron algunos minutos y volvió a dormirse, mientras su compañera, despierta ya, acariciaba su mano de nácar y pensaba en lo mucho que la quería, en lo mucho que quería verla siempre feliz, como anoche, dejándose llevar por sí misma, dejando que fuese su pecho el que guiara su camino. Se gustaban desde hacía ya mucho tiempo,  y se querían desde que se conocieron, en tierras lejanas. 
El mundo siempre giró contra su relación, pero en algún momento, dando la vuelta al mundo, se tocaron las espaldas, y, de repente, sucedió. ¡Por fin! 

Cuando volvió a despertar, ella la miraba desde su propio mundo, creando la imagen en su mente, recreando todo lo que pasó la noche anterior, sonriendo desde lo más profundo de su intimidad. Abrió los ojos,  respirando tranquila, sintiendo las manos de Molly sobre ella, cálidas y trabajadas. 
Suspiró, tímida, avergonzada sonrió, y deseó que fuese su amiga la que rompiese el hielo. 
- Buenos días... - sonreían
-Buenos días, Molly.
Molly le acariciaba la espalda, estaban frente a frente, y las manos de ella cada vez tenían más ganas de buscar la cintura de su amiga. Jamás se había sentido tan atraída, de aquella manera. Suavemente buscó bajo las sábanas la calidez de Molly, y encontró una cintura agradecida, llena de perlas suaves que anhelaban aquellas caricias. 
- ¿Qué tal estás?- Dijo Molly estremecida.
- Cansada, la verdad. ¿Y tú? 
-¿Yo? La verdad es que yo nunca he estado mejor, nena. 

Después de aquella frase, algo se movió en el interior de las chicas. Los brazos de Molly acercaron a su compañera, que no dejaba de acariciarle la espalda. Se sintieron de nuevo cerca, sus pechos juntos, los de Molly pequeños, rosados, con ganas. Los ombligos se rozaron en sus vaivenes, sus manos se buscaban hasta encontrarse en el cielo, lleno de nubes. 
Se amaron, deseosas de quererse también con las piernas, las pieles, los sexos y las cinturas. 
Y, cuando hubieron acabado, se besaron largamente. 


- Bueno, pequeña... Nos vemos mañana. 
-Eh, sí. 
-En el curro, quiero decir. 
-Sí. Perdóname, pero esto no ha pasado, ¿Vale?
-Claro, claro. Tranquila. Sólo quiero que sepas que yo lo he disfrutado muchísimo, y que no me arrepentiré jamás de que haya pasado. 
-Ya... Yo, bueno. Yo también. Me tengo que ir, Molly.
-Gracias, Meree. 
-A ti. 

Meree marchó absorta por su sentimiento de culpa mezclado con aquel aroma de mujer satisfecha, bonita y con olor a sí misma, a sexo y a hormonas. 
Molly se quedó sentada en su sofá, mirando de reojo las sábanas revueltas de caricias, con media sonrisa en su rostro, sonrisa entera en su alma. Enamorada de la vida, de ella, del momento. 

Candela Peña