martes, 14 de noviembre de 2017

Apuntes sobre la magia.

Llegábamos juntos de un lugar al que yo asocio mi adolescencia, mis primeros amores y desamores, mis relaciones familiares más cercanas; mi manera de acercarme al mundo en casi todos los aspectos. Llegábamos pues, él y yo, de un lugar muy cercano para mí, muy conocido. Llegábamos a Palma, pensábamos cenar algo -yo, puesto que él se había zampado en Inca tres tacos y una hamburguesa-, y escapar rápido a Mitucasa, el nuevo lugar donde creábamos un hogar con más animales que personas, felices siempre todavía. Felices llegábamos a Palma, volando entre las calles del centro, saltando de cielo en cielo.
De repente, dos señoras se dirigen a nosotros, que no paramos en ningún momento de saltar, volar y seguir soñando. Le prestamos toda la atención que podemos, a pesar de seguir saltando, y ellas me hablan mirándome a los ojos, y nos explican que están invitando a gente a realizar una plegaria y acción de gracias en la iglesia de Santa Margarita, y que estarían encantadas de que fuésemos con ellas. Hubo dos cosas, dos, que me hicieron prestar atención, preguntar... La primera eran las voces tenues, cálidas y angelicales de las dos señoras. El resto... Mi hermano.
José Carlos es el prioste de la hermandad de esa misma iglesia.
Miré a mi compañero, más con la mirada que con los labios le dije que acompañásemos a las dos señoras que venían de las nubes. Él me hizo caso, y hasta creo que había decidido lo mismo que yo.
Las seguimos y por el camino les dije a las señoras que lo normal sería que él estuviese allí.

Fuimos a la iglesia, nos dieron unos papelitos, unas velas y unos bolígrafos. Alguna magia venida de las estrellas se había dedicado a obligarme a pensar en mi hermano desde que saltaba de cielo en cielo, y de repente, frente a mí, una palabra que se me antojaba preciosa; lentejito/a.
De nuevo mágicamente, de nuevo de repente y de nuevo llegábamos, a la iglesia por primera vez de aquella manera, yo con mi hermano en el pecho, lentejito en los deditos, él conmigo en las manos, en la mirada y en el papel. Dejo mi vela encendida, escribo por él, por mi hermano, lentejito, la mujer de mi hermano -la mamá de lentejito/a-, por nuestra familia. Magia.

Magia porque me pasa en este momento de mi vida, porque hace días que pienso que llega el momento de resolver todos los conflictos pasados, porque no se trata sólo de mí, porque yo soy todo esto por todo lo que viví- vivimos...
Es mágico porque suena música de nuestra infancia y de repente recuerdo que nos defendíamos pese a las diferencias, que te odiaba y te amaba a la vez, que fuiste el hombre más importante de mi vida durante tanto, tanto tiempo. Porque muchas veces no te entendí, intenté respetarte siempre, pero a veces dudé. Esperé una disculpa que jamás tuve, pero te perdoné. Es magia porque no nos conocemos ya, porque somos muy adultos, aunque a todo el mundo le seguimos diciendo que somos muy diferentes. Lo fuimos, lo seremos, seguramente lo somos, pero dudo que haya un amor más puro. ¿Por qué? Porque aún sin entenderlo, te apoyé y lo hago, entiendo tus disgustos y por supuesto celebro tus triunfos. Sé que tienes otras maneras de sentir, pero que sientes. Me costó entenderlo cuando nuestros caminos irremediablemente se separaron drásticos, pero terminé aprendiéndote. De la misma manera que explico mis perdones, también debo pedirlos. Perdona, José Carlos, por haber sido siempre tan exigente, por no haber entendido y, a la par, hacerte culpable. Por no haber estado, quizá, cuando me necesitaste, por haberme ido. Perdona por ser distinta, por pensar con el lado contrario al de tu hemisferio predominante, por no abrazarte lo suficiente, por tardar en aprenderte. Perdón.
Entré a la iglesia pensando en ti y salí de la iglesia necesitando escribirlo.

Después de eso, él y yo fuimos a cenar-yo, porque él se había zampado... ya sabéis-, cenamos y dimos un paseo hasta Mitucasa. Le expliqué a él, este hombrecito que empieza a acompañarme en todas mis aventuras, todo lo que sentía en aquel momento. Él me explicó que su magia le había llevado hasta agradecer el presente año; por su trabajo de encargado, por el amor de su vida. Me he ruborizado. Empiezo mil millones de etapas nuevas, muy inconformista y casi insaciable, pero sólo me guío por el amor, de veras. Y ahora, la magia, el amor, la vida, me ha traído hasta aquí.

Hasta casa, hasta Mitucasa. A contároslo; a ti.