martes, 21 de diciembre de 2010

sonrisas perfectas, eternas.

He vivido rodeada de prototipos de sonrisas. Sonrisa colgate, aunque yo más bien diría, sonrisa dentista. Todos los padres quieren que sus hijos tengan una sonrisa perfecta, que nadie les humille por tener los dientes mal, que no tengan ningún problema. Los dientes no les crecen del todo bien, les ponen "brackets" (paréntesis en inglés [flipa]) y, después de unos cuantos años, se los quitan. Y ya no tienen la misma sonrisa.
Y ahora vivo en un mundo donde todo el mundo tiene la misma sonrisa, y los que no la tienen, son inmensamente especiales. Mire a donde mire, veo a alguien que en su día tuvo aparatos. Se nota muchísimo que no es su sonrisa, se nota muchísimo que se la cambiaron. Claro que quedan unos dientes mucho más bonitos, colocaditos como deberían estar... pero... ¿y el hecho de tener una sonrisa propia?
Sensaciones, sensaciones... Mary y sus sensaciones, claro!
Enamorarse de la sonrisa de alguien, aunque sólo sea de eso, de cada vez que sonríe, de ese gesto, de esa sensación en especial, es maravilloso. Y hacerle sonreir simplemente para disfrutar de ello, y seguir mirando sonrisas por la calle, y seguir viendo que, aunque cada vez menos, todavía hay sonrisas verdaderas.
Y me vuelvo a enamorar. Y recuerdo su sonrisa, perfectamente blanca, sincera, amplia, en una foto enmarcada. Y veo otras sonrisas que me recuerdan a esa, simplemente porque son sonrisas. En un banco en la estación, mientras yo río, veo otra sonrisa... y me vuelvo a enamorar. Y me vuelvo a enamorar recordando aquella otra sonrisa, de aquella otra persona, que me daba clase cuando era muy pequeñita, y me decía que intentara ser feliz. Y me vuelvo a enamorar pensando en la sonrisa de mi madre cuando le digo que he sacado buenas notas. Y sigo enamorándome de todas aquellas sonrisas que, perteneciendo a gente a la que conozco o no, son verdaderas, sinceras, descolocadas, felices, escondidas, tímidas, amplias o estrechas, con piercings y sin ellos y, por un momento, mías.
No dejeis de sonreir nunca... pensad que en cualquier momento alguien puede enamorarse de vuestra sonrisa...

martes, 7 de diciembre de 2010

olores.

Huele a desesperación, pero también a esperanza.
Aún recuerdo ese primer olor, al darte dos besos, la primera vez que te vi. Pasaste por detrás de mí, tocando mi cintura de la manera más suave y más protectora posible, y erizaste mi piel. Tus caricias han cambiado de olor muchas veces, tantas veces como has cambiado tú. Recuerdo un último olor a vainilla que me hipnotizaba (y me hipnotiza) cada vez que me acercaba a ti últimamente. Cada olor ha significado algo en esta relación. Olía a mar cuando empezamos a salir, y a ordenadores cuando nos conocimos, así como a miradas furtivas cuando te vi por primera vez. El alcohol siempre ha impregnado mi vida (gran paradoja), y también a eso ha olido nuestra relación alguna vez (pocas, afortunadamente). Ha olido muchas veces a desesperación y ha olido otras tantas a hierba fresca, recién cortada, a girasoles... Un olor invade mi recuerdo ahora; un olor rojo, lleno de culpa, de resentimiento, de dolor, de miedo, de lágrimas... de animal herido y de suegra pidiendo perdón. Un olor que no olvidaré en mi vida y que, con sólo pensar en ello, me viene, no sólo a la mente, sino también a la nariz. Un olor que nació a causa de una embriaguez y que embriagó mi vida, y la tiñó de miedo, de sangre, de dolor...
Pero a ese olor siguieron muchos otros; a pañales sucios, a niñas jugando, a traiciones "messengeras" perdonadas, a nuevas etapas...
Olí también por primera vez el placer, e hice que tú olieras mi placer. He olido miradas de desconfianza, de odio, de rabia, y de los mismos ojos he olido miradas de placer, de enamoramiento, de culpa y de comprensión. Sigo oliendo que nada está acabado mientras lo voy acabando, y huelo que podré ser feliz algún día. Realmente hace tanto tiempo que no huelo nada relacionado con esa palabra; felicidad. Y a mí la vida me sigue oliendo a dolor, a sangre, a venas y a desconfianza, y a miedo. Y quiero olerme a mí misma, y olerte a ti, pero no tú, a ti no te quiero en mi vida... Al otro. Al mío. Al que sabía como acariciarme la cintura, al que me besaba con esta ternura y erizaba mi piel. Al del olor a vainilla. Al que lloraba si me veía llorar. Al mío. Al que le gustaba que cumpliera mis sueños sin importarle nada, incluso luchaba por ello. Al que respetaba mis opiniones y le gustaba que saliera con otras personas, para luego contarle lo que había hecho. Al que no dudaba de mí. Al que me quería sólo por lo que soy, y no por lo que una mujer (cualquiera de ellas) podría darle. Al que me enamoró con una sonrisa fotografiada. A éste, y sólo a éste, le echo de menos como si mi vida dependiese sólo de ello. Y, mientras, me río a carcajadas frente a un supermercado... y luego, sigo oliendo, aunque ya no sea a ti.
Percaté el olor de un cariño suspicaz que me acariciaba levemente, y seguí oliendo durante cuatro años.

domingo, 5 de diciembre de 2010

pájaros prohibidos

http://www.youtube.com/watch?v=JRkmP2dUcyA&feature=related
Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso,
silbar, sonreír, cantar, caminar rápido, ni saludar a otro preso.
Tampoco pueden dibujar ni recibir dibujos de mujeres
embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros.
Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso "por tener ideas ideológicas", recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. La hija le trae un dibujo de pájaros. Los censores se lo rompen a la entrada de la cárcel.
Al domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están prohibidos y el dibujo pasa. Didaskó, le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en las copas de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas:
- ¿son naranjas?¿qué frutas son?
- La niña lo hace callar:
-ssshhhhh- y en secreto le explica: - bobo ¿no ves que son
ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas.
Eduardo Galeano. 2008.