martes, 4 de septiembre de 2012

Me has encantado...

Suena algo. Descuelga el teléfono.
-¿Sí? 

-Sherezade... 
Arena de un desierto. Voz dulce, suave, risa. La eterna sonrisa del eterno profesor en la mirada y en la mente de la alumna infinita. Tarde de cielo abierto, mientras ella "flipa" y sonríe, mirando a la nada, sintiéndose feliz, afortunada de que le brinden tantas oportunidades; de que le permitan vivir tantas situaciones mágicas. La palabra mágica suena más mágica desde sus labios. Le imagina hablándole, mientras su pequeña razón de vivir juega con algo que se enchufa en la pared, sonriendo. Sonríe, lo sabe; él sonríe. Le pide que no le haga reír, y ella no sabe nada. No sabe qué quiere pedirle, ni por qué le ha dado el privilegio de oír su voz aquella tarde de septiembre. Se emociona oyéndole hablar de su obra, casi tanto como leyéndola; se siente parte de su felicidad, aunque sea una tontería pensarlo. 
Accede sin saberlo a su íntima carcajada, saudade de una clase, de un profesor; se le encoge el corazón cuando piensa en ello ligado a la palabra fin. Se lamenta de la alegría un corazón que ya fue llanto al despedirse mil veces, al tener ciberproblemas, al explicar sus encantamientos con otras personas, al ser él. A estar él. Vive en él no sólo la alegría de aquella maravillosa sonrisa, sino la voz de la condena y de la tristeza de no poder enamorar más de lo que ya lo hace, de no permitírselo. Alegres guitarras lloran al verle así, ella le pide, casi le suplica en una carta improvisada, en una conferencia sobre algo de filosofía política, que no intente cambiar; que todo lo contrario, que lo explote, que explore su sensibilidad al máximo, que lo exprese a las personas que él quiera, sin que deba importarle nada más. Sabe que ni él ni nadie que le rodee podría ser feliz si cambiase sus me encantas y sus abrazos de agua, sus mariposas de luz y sus siempre todavía. 
Porque es tan especial que ve la especialidad en cualquier persona que pasa por su alrededor, incluso en aquella alumna de ojos exclamativos, aquella Sherezade pequeñaja. Y todo lo especial que él percibe, que nota, no lo sería si no fuese por su mirada, por su brillo verde y su achicamiento al ver la vida, al oler el sol y al oír sonrisas. Se duele cuando se encuentra solo, y piensa en compuertas cerradas, en finales de felicidades que jamás acabarán. 
Jamás acabarán, porque seguirán ahí y aquí siempre -quién sabe si también seguirán sucediendo en la realidad, en otras aulas y otras miradas contigo como protagonista!- en él y en ella, en ellos y en ellas; en su experiencia al conocerlos, en la experiencia de sus alumnos al llegar a sus manos.
Una oscura noche fría que hubo de parar en una cuneta para leer una dedicatoria, una foto entre alumnas sonrientes, una cena de cuarto de ESO y una profesora que es alma gemela. Un compañero que engorda mientras ve cómo él hace feliz a la humanidad. Una felicidad en abrazos, de agua, y también de seco sol, sin sonrisas. De lejos, unos labios que, sonrientes, dejan entrever la bondad excesiva de alguien que se olvida de pensar en sí mismo. Regala jazmín a gente que no se lo merece y merece jazmines que nadie le regala.  Y llora, ríe, piensa, cría y ama... Y hace feliz. Ahora, y siempre, en sus mares de ternura. 

En las playas del te quiero
el cariño descansaba. 
Luis Pastor. 

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