sábado, 18 de mayo de 2013

Un año de invenciones

Se abrazaron, ella sintió el mar dentro. Se erizó toda ella, su inteligencia, su sentimiento, su piel. Él estaba saturado de tanta confesión, tal vez de tanta confianza. Sonreía, ella, al contarlo, aunque moría, a veces, al recordarlo, por dentro. Él la admiraba, al menos aquel día. Pasearon, se abrazaron más veces. Se sentaron en un césped lleno de tortugas de piedras, intentó besarle, le abrazó. Miraron la vida con otros ojos, el tiempo mejoraba. Había luz. Él necesitaba la luz, se lo dijo varias veces. Ella, veía luz en sus ojos y parpadeaba escondiendo la suya, no podía más. 
Miró sus manos muchas veces, las convirtió en un parque de atracciones. Aquellas manos. Aquellas, las únicas, las manos. Aquel nombre que le hizo estremecer después de tantos meses, tantas veces, tantos suspiros, tantos espasmos, tantas letras. Fue el principio de una historia que acabó, pero que escribiré tantas y tantas veces...


Tus manos...  de las que me enamoré el primer día, hace ya algunos años, mientras te miraba de reojo en la biblioteca (que, a veces, sigue oliendo a ti). Al principio te miraba de reojo, como a uno más de mis enamoramientos conceptuales. Algunas veces me  sigue dando rabia que ese concepto sea el que haya acabado con el juego de tus manos en mi espalda. Te encontraba por los pasillos; yo creo que ni siquiera eras consciente de ello. Evidentemente, yo tampoco. Muy lentamente te fuiste metiendo en mis sueños. Una vez me apartaste el pelo de la cara; Es que no se te ve la vida, con el pelo tapándote los ojos... En aquel despacho, el del uno de los padres de África. Venía del gimnasio, llegaba tarde, tú me esperabas, yo no sabía. Aún no me ponía nerviosa tu olor. Aún no sabía, tal vez, identificarlo como tuyo. Como tan tuyo. Pero estabas allí. Inventaba besos contra la pared, pero aún no me daba cuenta. Arró ya sabía algo de ti, sin siquiera haberte soñado aún. Algo más adelante, mientras mi pelo iba creciendo, mi primo gemelo jugó con mi personalidad en el mundo de las teclas... Y te encontré jugando a ti, allí. Decidimos -o no- jugar juntos. Nos gustábamos, creo. Fueron muchas horas... ¡A saber cuántas! Que no, que no... Que no... que entre tú y yo no... Que vale, que bien, que no pasa nada... Me enamoraré diez veces por semana. Y...
Ya está. Ahora ya está. Disfruté muchísimo del deseo, del juego, de la vida, de tus manos, de tu nuca, de tu olor... Y hoy me atormentan. Una aventurilla. Sí. A veces las aventurillas dejan rastro. Y manos que duelen, orgasmos colgados en el cielo, pieles que sólo se pueden leer en braille, lunares que ya no pueden volverse a contar, nombres perfectos para la escritura... A veces seguir andando de puntillas para no romperlo termina por romper la vida, aunque en los suspiros siga resonando tu nombre. Después aprendí que el amor no es el mismo para nadie, que yo amo diferente, que tú también lo haces. Que no puedo convencerte, así lo viviste tú. Pero tampoco puedes convencerme a mí. Que yo amo diferente, que tal vez termine rectificando... De momento sólo sigo escribiendo. De momento tus manos siguen aquí, aunque no estés tú.
Algunos viernes por la mañana aún me despierto y pienso que eran nuestras mañanas, aquellas de chocolate y albaricoque, aquellas de sábanas blancas revueltas en escalofríos. Aquellas, las mías en ti. Algunos viernes por la noche reinvento la historia, la reescribo, la reedito y la reamo. La reinvento, porque no estoy segura de si todo fue una invención. No estoy segura de si el año pasado existió realmente o es un batiburrillo que mi mente ha elaborado con tu piel. De si tenías razón y tú no eres una fantasía. 
Un día, te dije, o imaginé decirte que no me parecía una tontería recordar las fechas... señaladas... Aunque me parecía muy mal exigirlo...

Hace un año, justo un año, en aquel césped que parece inexistente, en aquella facultad que me sigue haciendo temblar cuando contiene tu belleza, en aquel mundo que creé, que creamos, caminamos llenos de luz hacia el juego de las aventuras... Y rocé por primera vez en tus manos, el mundo vivo. 

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