sábado, 29 de agosto de 2009

el deseo a la Sonrisa traviesa que marca el destino

Tú me miras, explicando no sé qué cosas, señalando una pantalla de ordenador, mientras yo navego, naufrago, me hundo, me ahogo en el inmenso mar de tus ojos oscuros... No te das ni cuenta de que en mis ojos, ahogados ya en los tuyos, se esconde la primaria llama del deseo, una llamita furtiva, que, no llama la atención en principio, pero que me hace soñar (y no sólo dormida) con tu cara, con tu cuerpo, con tu lengua, con tu sonrisa, con tus palabras.
Y poco a poco me voy dando cuenta de que estoy viva, que no sólo sirvo para pensar o hablar (cosa que, sin saber, hago muy a menudo), sino también para sentir carnalmente, para arder en deseos de verte a mi lado, para imaginarme entre tus brazos mientras me miras con esos ojos, ingenuos, una vez más, de mi deseo.
Y te cuento algo, aunque a veces ni siquiera te enteres o te olvides al ratito, y empiezas con media sonrisa, mirándome a los ojos, pero tus ojos no aguantan, van, vienen, vuelven... y siempre de arriba a abajo, tus pupilas navegan por mi cuerpo inocentemente, casi sin darse cuenta de lo que hacen. Y yo, que dejo de pensar en lo que te estoy contando, convierto mi relato en un cutre chiste o chisme que nada más valdría que para contar una breve e insignificante anécdota.
De vez en cuando (y cada vez menos), me regalas una de esas bonitas y traviesas sonrisas que sólo tú sabes darme, que me hacen sonreír a mí, y pensar: en el fondo, por muy mayor que sea, es un niño. Tiene una sonrisa alegre, payasa, aniñada, que sólo provoca más risa...
Y, en cambio, esos ojos tan adultos, tan pervertidos, tan ingenuos a mí, tan sexuales...
No sé qué me pasa cuando estoy contigo, me atontas...

No hay comentarios:

Publicar un comentario