martes, 7 de diciembre de 2010

olores.

Huele a desesperación, pero también a esperanza.
Aún recuerdo ese primer olor, al darte dos besos, la primera vez que te vi. Pasaste por detrás de mí, tocando mi cintura de la manera más suave y más protectora posible, y erizaste mi piel. Tus caricias han cambiado de olor muchas veces, tantas veces como has cambiado tú. Recuerdo un último olor a vainilla que me hipnotizaba (y me hipnotiza) cada vez que me acercaba a ti últimamente. Cada olor ha significado algo en esta relación. Olía a mar cuando empezamos a salir, y a ordenadores cuando nos conocimos, así como a miradas furtivas cuando te vi por primera vez. El alcohol siempre ha impregnado mi vida (gran paradoja), y también a eso ha olido nuestra relación alguna vez (pocas, afortunadamente). Ha olido muchas veces a desesperación y ha olido otras tantas a hierba fresca, recién cortada, a girasoles... Un olor invade mi recuerdo ahora; un olor rojo, lleno de culpa, de resentimiento, de dolor, de miedo, de lágrimas... de animal herido y de suegra pidiendo perdón. Un olor que no olvidaré en mi vida y que, con sólo pensar en ello, me viene, no sólo a la mente, sino también a la nariz. Un olor que nació a causa de una embriaguez y que embriagó mi vida, y la tiñó de miedo, de sangre, de dolor...
Pero a ese olor siguieron muchos otros; a pañales sucios, a niñas jugando, a traiciones "messengeras" perdonadas, a nuevas etapas...
Olí también por primera vez el placer, e hice que tú olieras mi placer. He olido miradas de desconfianza, de odio, de rabia, y de los mismos ojos he olido miradas de placer, de enamoramiento, de culpa y de comprensión. Sigo oliendo que nada está acabado mientras lo voy acabando, y huelo que podré ser feliz algún día. Realmente hace tanto tiempo que no huelo nada relacionado con esa palabra; felicidad. Y a mí la vida me sigue oliendo a dolor, a sangre, a venas y a desconfianza, y a miedo. Y quiero olerme a mí misma, y olerte a ti, pero no tú, a ti no te quiero en mi vida... Al otro. Al mío. Al que sabía como acariciarme la cintura, al que me besaba con esta ternura y erizaba mi piel. Al del olor a vainilla. Al que lloraba si me veía llorar. Al mío. Al que le gustaba que cumpliera mis sueños sin importarle nada, incluso luchaba por ello. Al que respetaba mis opiniones y le gustaba que saliera con otras personas, para luego contarle lo que había hecho. Al que no dudaba de mí. Al que me quería sólo por lo que soy, y no por lo que una mujer (cualquiera de ellas) podría darle. Al que me enamoró con una sonrisa fotografiada. A éste, y sólo a éste, le echo de menos como si mi vida dependiese sólo de ello. Y, mientras, me río a carcajadas frente a un supermercado... y luego, sigo oliendo, aunque ya no sea a ti.
Percaté el olor de un cariño suspicaz que me acariciaba levemente, y seguí oliendo durante cuatro años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario