martes, 10 de abril de 2012

Confianza.

Paso sin miedo mis dedos por tu piel, aunque parece imposible hacerlo tan tranquilamente. Era especial por muchas cosas, pero no sé si estaba contenta. Es una persona que te atrapa, con esa magia que tiene en su voz, con esa mirada cada vez que te quiere, cada vez que te mira. Tiene tantos matices, tanta personalidad, tanta fragilidad, que es precisamente lo que le da la propia fortaleza, el poder. Tiene en su voz esa poesía que tiene en sus manos, y era ya mi consentido. Era y es, y será, pase lo que pase. Ojos negros, manos tersas y algún que otro gesto oscilante entre lo femenino y lo masculino (de lo frágil emerge lo fuerte, de lo masculino emerge lo femenino [Hable con ella]). Me transmitía energía, luego pasó a transmitirme la tranquilidad de sentirme apoyada, la amistad encarnada, la personalidad coqueta, la dureza de estar ahí día a día... Se reflejaban diariamente mi mirada en sus oscuros ojos, buscando la comprensión, el cariño, la opinión (casi) siempre compartida.
No tiene más importancia que la que le queramos dar, pero quizá debe ser importante por el simple hecho de haber demostrado de una manera tan bonita y divertida a la vez, nuestra amistad. Que la indefinición abre un limbo de posibilidades, que las etiquetas hace años que volaron de nuestras vidas, que las relaciones no tienen por qué tener límites, y que todo se va forjando poco a poco, día tras día. Que qué más da si nadie sabe lo que somos, si ni tú ni yo podemos dar una definición, si hay días en los que te comería a besos y días en los que sigues siendo la persona a la que le cuento mis deseos sexuales... Que hay relación, aunque indefinida. Quizá, si tuviera que ponerle un nombre a esta relación, desde el primer día (que no desde el otro día), ese nombre sería, sin duda, confianza.

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