Qué buen regalo de cumpleaños has
tenido esta vez, Papá Andrés.
Ha llegado a verte -¡Y no es sólo
una visita!- una de las personas que mejor te conocieron, una de las personas
que estaba ya ahí cuando tú naciste. Y eso cada vez va a ser más y más difícil…
Por eso creo que tú mejor que
nadie entenderás que mi carta de este año, no vaya dirigida sólo a ti, sino
también a tu nuevo acompañante allá, tu hermano, el mayor. El tito Paco. El
tito Paco de la Aleja.
Hace más o menos un año, yo salía
llorosa y temblorosa de una iglesia muy urbana. Muy nuestra, pues no recuerdo
muchas más iglesias en las que haya vivido tantas emociones. Yo salía, llorosa,
emocionada, temblando y con un nudo gigante en la garganta después de haber
leído una carta que escribí tal día como hoy, aunque hace ya tres años.
Iba sin mirar a los lados, sabía
que mucha gente estaba esperando que me acercara, tal vez, o que les dirigiese
una palabra, una caricia, algo que nos uniera más de lo que aquella pérdida
había conseguido. Pero no podía, sólo podía mirar al frente, apretar los
labios, tensarme entera y seguir adelante. Y de repente, una mano, me paró.
Una mano cogió la mía, y no pude
hacer más que pararme, junto a ti, tito Paco.
Recuerdo perfectamente tu mirada en aquel momento, y tus palabras; qué
regalo más bonito, hija, hay que ver qué palabras, qué manera.
Mis ojos dejaron salir todo lo
que habían guardado hasta entonces. No pude decir nada más. Me tocaste la cara,
tus ojos, mayores, se derretían también. Yo te vi a ti, papá Andrés en su cara.
Le acaricié con el reverso de la mano, mis nudillos suaves pasearon por sus
arrugas profundas. Y me pareció verte a ti. Y es que en parte te estaba viendo
a ti. Todos erais muy parecidos, algunos casi iguales. Pero es que vosotros
dos… Vosotros dos no os alejasteis nunca el uno del otro. Vuestras mujeres, tan
diferentes, se amaron durante tantos años, que aún hoy existen reminiscencias
de esa manera tan peculiar de diferenciarse.
Una era pizpireta, con el pelo
rizado, blanco completo en el invierno de su vida. Siempre sonriente, siempre
siempre cariñosa. En nuestras celebraciones, la primera en llegar. Con su olla
de puchero, de berza, de lo que fuese. Con sus típicas frases y su manera
acelerada de hablar. La de broncas sonrientes que era capaz de echarle a la
otra… Estoy segura de que a pesar de todo, de todos los sinsabores que le
regaló una época tan oscura, os habéis reencontrado envueltos en el amor de
siempre, envueltos en alegres noticias de haber creado una familia tan numerosa
-y cada vez más-, tan enraizada, tan familia.
La otra es, aún sigue siendo en
la existencia. Pero era mucho más de lo que hoy nos muestra. Era todo lo
contrario a la pizpireta que se alejó hace unos años. Ella era gruñona, con
muchísimo carácter. Reñía a hijos y nietos por partes iguales, y a veces hasta
a maridos. También rodeada siempre de ollas, en el otoño de su camino aceptaba
encantada las comidas de su comadre. Cuántas veces tuvo que ayudarla de joven,
cuántas lágrimas se secaron juntas, cuántas carcajadas les produjeron sus
compartidas vidas íntimas… Eso sólo lo saben ellas. Y ella, que pide al cielo
encontrarse ya con todas aquellas personas perdidas, y aún desde aquí le
estiramos. Aún no, aún no. Qué dolor para ella quedarse todavía aquí, sintiendo
todas las pérdidas en la piel, y en la memoria.
Queridos Papá Andrés y Tito Paco…
Qué tristeza me da en los ojos saber que jamás volveré a escuchar vuestras
enseñanzas del campo, de los animales o de tanto y tanto trabajar. Pero qué
reconfortante saber que no sufrís… Y pensar, imaginar, creer con los ojos
cerraditos que estáis juntos ya para siempre, que el tito Paco no tendrá que
sufrir más pérdidas de hermanos.
Aunque me duela pensar que la
última vez que te besé, tito, fue entre mezcla de nuestras lágrimas por la
pérdida de él, también me enorgullece saber que llevo vuestra sangre, vuestro
ímpetu, vuestro apellido. Y saberos íntegros, humildes, capaces de pedir perdón
mil millones de veces si con eso la vida sigue en la familia. Ojalá vuelva a
veros en sueños, en fotos, en vídeos, en imágenes… Ojalá pudiera volver a
sentiros, aunque sólo fuese una vez más, en la piel. Feliz cumpleaños, papá Andrés. Adiós, tito Paco.
Sois lo que habéis sido, y por
eso sois tan grandes.
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