martes, 15 de octubre de 2019

15/10/2019


Qué buen regalo de cumpleaños has tenido esta vez, Papá Andrés.
Ha llegado a verte -¡Y no es sólo una visita!- una de las personas que mejor te conocieron, una de las personas que estaba ya ahí cuando tú naciste. Y eso cada vez va a ser más y más difícil…
Por eso creo que tú mejor que nadie entenderás que mi carta de este año, no vaya dirigida sólo a ti, sino también a tu nuevo acompañante allá, tu hermano, el mayor. El tito Paco. El tito Paco de la Aleja.
Hace más o menos un año, yo salía llorosa y temblorosa de una iglesia muy urbana. Muy nuestra, pues no recuerdo muchas más iglesias en las que haya vivido tantas emociones. Yo salía, llorosa, emocionada, temblando y con un nudo gigante en la garganta después de haber leído una carta que escribí tal día como hoy, aunque hace ya tres años.
Iba sin mirar a los lados, sabía que mucha gente estaba esperando que me acercara, tal vez, o que les dirigiese una palabra, una caricia, algo que nos uniera más de lo que aquella pérdida había conseguido. Pero no podía, sólo podía mirar al frente, apretar los labios, tensarme entera y seguir adelante. Y de repente, una mano, me paró.
Una mano cogió la mía, y no pude hacer más que pararme, junto a ti, tito Paco.  Recuerdo perfectamente tu mirada en aquel momento, y tus palabras; qué regalo más bonito, hija, hay que ver qué palabras, qué manera.
Mis ojos dejaron salir todo lo que habían guardado hasta entonces. No pude decir nada más. Me tocaste la cara, tus ojos, mayores, se derretían también. Yo te vi a ti, papá Andrés en su cara. Le acaricié con el reverso de la mano, mis nudillos suaves pasearon por sus arrugas profundas. Y me pareció verte a ti. Y es que en parte te estaba viendo a ti. Todos erais muy parecidos, algunos casi iguales. Pero es que vosotros dos… Vosotros dos no os alejasteis nunca el uno del otro. Vuestras mujeres, tan diferentes, se amaron durante tantos años, que aún hoy existen reminiscencias de esa manera tan peculiar de diferenciarse.
Una era pizpireta, con el pelo rizado, blanco completo en el invierno de su vida. Siempre sonriente, siempre siempre cariñosa. En nuestras celebraciones, la primera en llegar. Con su olla de puchero, de berza, de lo que fuese. Con sus típicas frases y su manera acelerada de hablar. La de broncas sonrientes que era capaz de echarle a la otra… Estoy segura de que a pesar de todo, de todos los sinsabores que le regaló una época tan oscura, os habéis reencontrado envueltos en el amor de siempre, envueltos en alegres noticias de haber creado una familia tan numerosa -y cada vez más-, tan enraizada, tan familia.
La otra es, aún sigue siendo en la existencia. Pero era mucho más de lo que hoy nos muestra. Era todo lo contrario a la pizpireta que se alejó hace unos años. Ella era gruñona, con muchísimo carácter. Reñía a hijos y nietos por partes iguales, y a veces hasta a maridos. También rodeada siempre de ollas, en el otoño de su camino aceptaba encantada las comidas de su comadre. Cuántas veces tuvo que ayudarla de joven, cuántas lágrimas se secaron juntas, cuántas carcajadas les produjeron sus compartidas vidas íntimas… Eso sólo lo saben ellas. Y ella, que pide al cielo encontrarse ya con todas aquellas personas perdidas, y aún desde aquí le estiramos. Aún no, aún no. Qué dolor para ella quedarse todavía aquí, sintiendo todas las pérdidas en la piel, y en la memoria.
Queridos Papá Andrés y Tito Paco… Qué tristeza me da en los ojos saber que jamás volveré a escuchar vuestras enseñanzas del campo, de los animales o de tanto y tanto trabajar. Pero qué reconfortante saber que no sufrís… Y pensar, imaginar, creer con los ojos cerraditos que estáis juntos ya para siempre, que el tito Paco no tendrá que sufrir más pérdidas de hermanos.
Aunque me duela pensar que la última vez que te besé, tito, fue entre mezcla de nuestras lágrimas por la pérdida de él, también me enorgullece saber que llevo vuestra sangre, vuestro ímpetu, vuestro apellido. Y saberos íntegros, humildes, capaces de pedir perdón mil millones de veces si con eso la vida sigue en la familia. Ojalá vuelva a veros en sueños, en fotos, en vídeos, en imágenes… Ojalá pudiera volver a sentiros, aunque sólo fuese una vez más, en la piel. Feliz cumpleaños, papá Andrés. Adiós, tito Paco. 

Sois lo que habéis sido, y por eso sois tan grandes.

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