sábado, 14 de enero de 2012

Piedras.


Piedras sobre las que hago reposar mis recuerdos. Soy una de aquellas personas que se llena la boca diciendo que lo material no importa, sin embargo hoy no puedo sonreír por el mero hecho de que unas piedras van a ser destruidas. Claro, influye que para mí no son sólo piedras; son las piedras sobre las que descansan mi primera infancia, aquella familia de la que ya sólo queda el apellido y unas sonrisas forzadas de vez en cuando. Sobre ellas descansan también mi manera de llorar cuando mi hermano (por aquel entonces un niño más) me hacía daño, y mi rabia en aquel escalón, exigiendo a todo el mundo que no riese más (aquella marimandona de entre uno y tres años de edad). El último día que estuve allí, mientras inspeccionaba las marcas hechas por los obreros que van a tirar abajo algo más que piedras, pensaba que quizá no lo volviese a ver tal cual era, tal cual lo recuerdo... Tal cual es, aún en este instante, por poco tiempo.
Realmente mis recuerdos no tienen nada que ver con estas piedras, pues seguirán ahí, conmigo, pero a veces, estando en el escenario recordado, tiene más viveza lo que sientes... Y puedes incluso volver a sentir, junto con aquella brisa que nos acariciaba siempre en la azotea, la caricia suave del tiempo, de la infancia, del sentimiento fraternal que sentían todos aquellos primos, que se abrazaban una y otra vez, inconscientes de que esto pasaría.
No son más que piedras que me hacen recordar y sentir, pero piedras que un día construyó él, el más maravilloso de los hombres. Hoy, aquellos azules ojos que, ávidos, se apresuraban en construir una casita donde poder criar a sus hijos, lloran desconsolados por la pérdida de aquella casa que consiguió construir, por la pérdida de su huerto, de su pozo, de sus hierbabuenas y de su zaguán. Por la pérdida de parte de su vida, de lo que esperaba que fuera parte de la vida de toda su descendencia...
Pero no pasa nada, viejito lindo, sé que es tan duro para ti que ni siquiera podemos imaginarlo, pero... Créeme, no pasa nada. Una etapa se cierra, otra se abre. Siempre me has enseñado a buscar lo que me haga feliz y, si eso no puede ser, siempre nos queda el deseo, como buen spinozista... bien, papá Andrés, es hora de alimentar nuestra felicidad de deseo, de añoranza, de buenos recuerdos y de amor hacia el trabajo bien hecho.
Va a ser duro, pero tiene que ser así...

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