viernes, 10 de febrero de 2012

El frío, la manta, lo público y la democracia.

El frío, la manta, lo público y la democracia.
J. Jesús Camargo
Acompañar a mi hija y dejarla cerca de la puerta del instituto, en estas frías mañanas de febrero, de recortes, desahucios, y corazones resquebrajados, y sin trabajo, (soy profesor de instituto en el paro), me deleita, enorgullece, y emociona (a veces con recuerdos que destellan en mis ojos) el hecho de poder llevar a mi hija al espacio público, al espacio de libertad donde personas, la mayoría con vocación innata, enseñan a mi hija a aprender, a saber, a llorar, a reír, a sufrir, a amar la libertad, las palabras, la ciencia, a pensar…como ya hicieron conmigo, fraguando y cimentando aquel que en un futuro, que se escarcha en presente entre mis manos ya, dibujaría el intento de un mundo mejor para sus hijos.
Pero no puedo evitar al despedirme de mi hija constatar que lleva consigo algo que nunca llevé yo jamás: una manta. En el instituto de educación secundaria de Santanyí, Mallorca, no hay calefacción, no funciona un baño (y no hay dinero para que se arregle a corto plazo), no hay folios, no hay agua corriente…es absolutamente vergonzoso e indignante. Se deben más de 30.000 euros al instituto desde la Conselleria de educación y no parece que se vaya a sufragar la deuda a corto plazo. El invierno recrudece. En Mallorca acarician las mañanas de blanco.
Detrás de los impagos, de los recortes (hachazos ya), se esconde la materialización de la ideología neoliberal que impera en el mundo. Una ideología que ya empezó a esbozarse en las decisiones de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid. Despidos de trabajadores públicos, recortes en la escuela pública, aumento de presupuesto a la concertada…
Así, el papel de la administración pública a la hora de garantizar las necesidades básicas, es decir las de Educación y Sanidad, se limita, se congela y dejando los servicios públicos ya al borde del abismo. Violando así derechos básicos y fundamentales de los seres humanos, es decir los Derechos Humanos que encontramos en la Declaración de los DDHH de 1948, en sus artículos 22 y 26. Es decir, el derecho a una educación y a una Sanidad no gratuitas, porque las pagamos solidariamente entre todos a través de nuestros impuestos (¿o quizás deberíamos también nosotros dejar de pagar nuestros impuestos como la administración deja de pagar lo que le es debido?), sino universales y dignas. El precio, por tanto, del sistema neoliberal lo están pagando los ciudadanos y ciudadanas, y en este caso nuestros hijos e hijas.
Si permitimos que los espacios públicos se devalúen, y se degradan frente a nuestra mirada que implora nada, narcotizados y anestesiados. Corremos el riesgo, con consecuencias terribles a medio y largo plazo, de perder el sentido de ser conscientes de la importancia de que los intereses, las necesidades y los sueños en común deben estar por encima de los intereses individuales y el beneficio particular. Porque la privatización de lo público, o el camino hacia ella, nos llevará a la privatización de nuestras mentes y conciencias.
No podemos permitir que nos engañen los paladines del pensamiento único, el de los recortes y la austeridad. Que no nos engañen con las supuestas virtudes de la desregulación, la bajada de impuestos a los que más tienen, o el Estado mínimo como el ideal político a perseguir.
Necesitamos de manera urgente, antes de que sea demasiado tarde, de una acción colectiva para luchar por una tributación progresiva para que sea posible la financiación de la Seguridad social, del servicio público, es decir de la Sanidad y la Educación.
No podemos admitir la reducción paulatina del presupuesto para la Educación pública que se está llevando a cabo en todas las partidas de todas las comunidades autónomas del Estado. Cuando paradójicamente aumenta, a su vez, el presupuesto para las escuelas concertadas, sobre todo de forma más aguda y denigrante en la comunidad de Madrid.
Debemos ser conscientes de que los servicios públicos son los que nos llevarán a garantizar el pleno ejercicio de los derechos básicos de todos los ciudadanos y ciudadanas, y así avanzar sin cesar hacia una sociedad solidaria, empática y tolerante con el Otro.
Los gobernantes deben ser conscientes de que encarnan el servicio público, porque como Aristóteles nos recordaba, sólo hace casi veinticuatro siglos, que un gobierno que ejerce sólo por su interés es despótico, y el que ejerce en interés de sus gobernados es el de los seres humanos libres.
Así, también, como nos recuerdo el maestro Emilio Lledó, nos es preciso recordar que «la defensa de lo público hace vivir a la democracia», porque debemos recordar que degradar lo público nos hace insolidarios, individualistas, pretenciosos y avariciosos, pero también pone en peligro la democracia, que como Aranguren sentenciaba, es frágil, siempre está por hacer, es una conquista diaria, una labor infinita que diría Kant, y precisa de ciudadanos y ciudadanas libres. Porque la democracia es mucho más que votar cada cuatro años. Y el verdadero sustento de una sociedad es la educación, la ciencia, la ética, y la cultura, que son, como señalaba Edward W. Said «el único camino hacia la reconciliación» entre los seres humanos. Y este camino lo dibujan cada mañana en escuelas e institutos los maestros y los profesores que alumbran el futuro con su sensibilidad, su inteligencia, y su sabe hacer.
No podemos permitir que nos operen nuestros cerebros con recortes y austeridad. Ahora bien lo hacen con anestesia, haciéndonos ver que lo único que prima es lo económico. Y una sociedad que se centra tanto en lo económico estamos creando ciudadanos para el futuro que sólo pensarán en realizar actos, estudios, o acciones por el simple hecho de ganar dinero, obsesionados con el simple hecho del beneficio económico, olvidando la necesidad de realizarse como personas. Así que hay que hacer un llamamiento a la acción porque, como Hannah Arendt nos recordaba, una vida sin discurso ni acción está literalmente muerta para el mundo. Y la solución pasa inevitablemente por la educación libre y laica, y en condiciones dignas, y ella supone el verdadero camino hacia el progreso de la democracia.
No nos callemos, no restemos en silencio, porque la apatía y la indiferencia suponen complicidad para con el desmantelamiento del Estado de Bienestar que se está llevando a cabo desde las administraciones. ¿Cuánto sufrimiento social estamos dispuestos a tolerar antes de que sea demasiado tarde? Por tanto, necesitamos de la acción, del discurso, de la lucha, de la insurrección y de la revolución, para desarrollar una apertura real hacia el futuro.

Chuchi Camargo.
Siempre; gracias.

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