domingo, 11 de noviembre de 2012

Y te volví a soñar

No sé dónde estoy. Están aquí conmigo muchos de mis amigos. Estamos celebrando una fiesta, no sé ni por qué ni dónde, sólo sé que estamos aquí. De repente se abre la puerta y apareces tú. Supongo que yo ya estaba sonriendo, pero al verte, se me iluminó la cara -al menos eso me dijo Arró-. Te sonreí desde donde estaba y tú me devolviste la sonrisa, esta vez ya revestida de tu propia manera -tan infantil- de sonreír. Alguien debió dar cuerda a mi corazón, porque sentí cómo se aceleraba a medida que te acercabas a mí. No sé si me saludaste o directamente te instalaste en mi mente. Arró reía. Ella no entendía a veces cómo era capaz de enamorarme, de apasionarme por gente tan distinta entre sí. Alguna vez me había dicho que lo único que había en común entre toda esa gente (incluida ella) era yo. Tal vez tenía razón. Si en aquella fiesta miraba a mi alrededor, todos sonreían, no sé muy bien por qué, sin tener gustos comunes, actividades cercanas o incluso estilos parecidos. ¿Qué más daba? Todos y cada uno de ellos podían ser especiales. Cuando Arró me dijo aquello pensé que quizá la fiesta era mía. No lo sabía.
El tiempo se me hizo patente cuando desperté después de haber estado media eternidad perdida en aquella sonrisa. Volví a mirarte y creí haberte dicho algo, pero no sé si tú me oíste. En realidad era lo de menos. Habíamos hablado ya durante mucho tiempo, y aunque ahora parecía que la relación había cambiado de tercio, esto podría ser importante por mucho tiempo. No sé qué música sonaba, pero yo bailaba. Noro estaba a veces detrás de mí, bailando conmigo como algunas veces; le miraba la cara sonriente, mientras yo también sonreía. Paré de bailar para ir contigo. Te tenía cerca, pero sentía que no lo suficiente. Ella seguía riéndose de mi manera de hacer la vida. Quizá sí es algo cómica... Pero a mí me trae más felicidad que cualquier otra forma. Te miré, y tú parecías mucho más tímido de lo que me habías parecido antes, ¡y eso que siempre te había pensado tímido! Estabas sentado en alguna silla en algún lugar de la fiesta, con algo en la mano, supuse que un vaso. Me senté a tu lado y te acaricié la mano. No te oía. Sonreí, porque me volviste a encantar. Alguien tan grande, tan robusto, tan heavy -por llamarlo de alguna manera-, y tan tierno a la vez. Acabé perdida, como siempre, en aquel mar de manos adultas y de sonrisas infantiles. Me miraste a los ojos, pensé si seguirías viéndolos grises; reí. A veces pensaba que sólo los veías grises porque tu subconsciente no quería compararme con ella. Quizá es así, pero qué más da. 

Algo debimos hablar, pero no sé si no lo recuerdo o yo ya no estaba allí. Me cogiste de la mano y me sentaste sobre tus piernas. La vergüenza empapaba mis gestos, tú lo sabías y te encantaba. Poco después de haberme tranquilizado lo suficiente como para poder volver a mirarte a los ojos, me besaste. Mientras lo hacías, recordé que me encantaban tus besos, enloquecí de recuerdos y de sueños. Por un instante, sentí desvelar un secreto, amante de los latidos de tu corazón. Y es que cada vez los sentía más en mi cuerpo, más vibrante, más real, más vivo, más vivaz (Hume).  En algún momento tú debiste entrar en el juego de mi locura, porque de repente -tú y tus de repente- soltaste mi mano para coger mi cintura y mi nuca. Yo me sentí extraña, pero encantada. Encantada, de cuento; encantada, de magia. Te abracé, creo. Creo también que oí aquella frase tuya que me has robado (qué mona). Bajé de ti. Tus ojos se clavaron de nuevo en mi espalda. Me ruborizo cada vez que lo hacen, y lo hacen cada vez que pueden. Fui a coger agua, no sé si porque el encantamiento me mareaba un poco o porque tenía mucho calor... Quizá por las dos cosas. Viniste tras de mí. Ya en la barra -¿dónde leches estamos?- te volviste a acercar, esta vez por detrás de mi figura, y me cogiste la cintura. Uy, qué mareo y qué calor tengo. Me giraste hacia ti nuevamente, y no supe mirarte sin que me embriagase tu ternura. Del cielo debió caer alguna estrella en ese preciso momento. Volvimos a besarnos y a mí se me cayó el agua; necesitaba esa mano para tocarte. Me cogiste con tu mano el alma, y me condujiste suave, pero decidido -como siempre- a algún lugar. 


Pulsa mis latidos, arma del silencio, roza mi cariño, siente lo que siento. 
Borra mi memoria, bebe mi ternura, ámame despacio hasta la locura.
Luis Pastor. 

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