sábado, 2 de febrero de 2013

Elegancia hecha sal.

Está detrás de mí.  De vez en cuando me giro, la miro, sonrío, le cuento cualquier cosa, y sigo pasando productos. Suena el scánner mil veces, millones de veces, y su sonrisa resplandece en algunos recovecos del trabajo.
Hoy no estaba muy bien, su sonrisa no brillaba lo suficiente como para ser realmente ella. Bueno, en realidad supongo que sigue siendo ella aunque no brille su sonrisa, pero se me hace difícil de asimilar. Hoy no estaba bien. A veces, hasta las personas más brillantes dejan que su brillo devenga opaco por unos u otros motivos. Es así, no se puede ser siempre feliz. Aunque cuando se está con ella parece que es fácil llegar a la alegría absoluta, ella también se entristece. Se entristece, le duele  la vida, siente molestia en los ovarios y hasta tiene miedo a algunos pájaros -entre ellos, a los golondrinos-. Seguro que en la intimidad también llora, abraza algo que no le responde los abrazos y piensa en los pros y en los contras de sus decisiones. Y decide. Decide, ratifica, sentencia. Decide, y sigue viviendo. Por ella, por su pequeña niña, por Mallorca, por Cádiz, por la vida. Y volverá a ser feliz, pronto, muy pronto, en cuanto se dé cuenta de que su sonrisa nace de su propia alegría, que no necesita de nadie para deslumbrar al mundo... 
El mundo. La alegría. Su sonrisa. Su pelo... La elegancia hecha sal. Elegante, compañera, amiga y también mujer. Mujer que lucha y decide, que sonríe  y llora, que sabe a sal. Sabe a sal, porque sonríe siempre, y es elegancia, porque brilla aún más sobre el negro del presente, sobre el negro de su pelo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario