martes, 29 de enero de 2013

Iruam, Yram.

A Yram le dolía el alma cuando pensaba en él. Sabía que jamás dejaría de formar parte de su vida, ella estaba segura de ello. Había vivido dos años en un paréntesis absoluto (ella que siempre deja los paréntesis sin cerrar y suspende la vida... Ahora era él, aquel soñador extraño incapaz de ser feliz el que cerraba de un rayón agresivo aquel paréntesis. Después de dos años, le seguía cogiendo de imprevisto; 

Querido, estimado.  Iruam. Supongo que ya ni siquiera debes reconocer mi letra. Hasta hace un par de días pensaba que la reconocerías siempre. Qué juguetona es la vida, eh... 
Te estoy escribiendo, aunque no sé si te enviaré esta carta, porque me gustaría que supieras que lo único que quiero es que seas feliz. 
Rompimos lo nuestro de múltiples maneras, haciéndonos daño en lo más profundo de nuestra felicidad, y los dos fuimos culpables de todo el dolor. Yo me sentía lo peor del mundo cuando lloraba y tú me dejabas allí, tirada en aquella cama de sábanas coloreadas. Tú seguro que también te sentiste así cuando te diste realmente cuenta de lo que estaba pasando. No sé si te has llegado a dar cuenta en algún momento. No te mentí jamás, me gustaría que no lo dudases nunca. Cada vez que te dije Te Quiero fue porque lo sentí. Cada vez que te besé fue porque moría de ganas por hacerlo. Cada vez que conté tus lunares fue porque estaba fascinada por el color de tu piel. Aunque a veces, cada vez que me dejase amar no fuese por voluntad propia, jamás te mentí. Siempre fui sincera cuando te prometí mil veces que nunca estuve con nadie más que contigo, aunque eso no importa ni importó nada. Siempre dije la verdad cuando te pedía un amor eterno -de esos en los que ya no me veo-. Siempre, siempre, cuando al decirte que te amaba me respondías sonriendo fui la persona más feliz del mundo. Nunca fingí un orgasmo, pero sí algunas sonrisas. Lloré también de una manera amarga cuando decidiste que ya no merecía una caricia real. Yo intenté siempre que no decayese tu vida, que tu vida tuviera sentido, fuera el que fuera. Intenté que no te me desangraras aquel día 23, cuando yo sólo era aún más niña, cuando no sabía que la sangre olía y me podía poner los pelos de punta. Luego me ocupé de ti como lo haría una persona adulta, responsable, casi deudora, madre. Y en un momento la vida me hizo entender que todo era un error. Que el error había nacido con el primer "quiero volver contigo" después de las amenazas. Yo lo había alimentado con miedos y con culpas, con miradas acomplejadas y con lloros a la noche pensando que era la peor persona del mundo. Fue un error, pero no puedo arrepentirme. No fue un error jamás estar contigo. Fue un error permitirme permitirte mis lágrimas. Aún estoy en proceso de perdonármelo. No es nada fácil, te lo aseguro.
Tranquilo, a ti no he tenido que perdonarte nada. De hecho, aún me descubro escribiendo sobre ti con el cuaderno bocabajo, porque eso aún no puede escribirse. Aún no puedo recordar lo bonito, por el miedo  a volver a caer. Aún hay una foto tuya en el salón de mi casa, aún hay unas niñas que me sonríen en mis sueños. Y, bueno, tampoco voy a borrarte. Ni voy a hacerlo ni quiero hacerlo, por supuesto. Pero sí me gustaría llevar una vida sana. Y contigo ya no puedo... 
Sólo quiero que sepas que me encantaría que fueses feliz. Que mi mirada verde no te atormentara en las miradas negras, que su piercing no te recuerde al mío, que mis besos no aparezcan más en tu mente. Que seas feliz de verdad, que sepas sonreír sin tener en cuenta tu pasado, que seas consciente de él, pero que lo eches a un lado. Que me quieras como te intento querer yo a ti, en aquel recoveco de mi corazón con telarañas en el que escribo tu nombre al revés para que, aunque el mundo lo reconozca, yo no tenga que verme obligada a reconocerlo. Ya no te quiero, claro que no. Sí, espera, sí te quiero. Mucho. Por lo que fuiste y por lo que eres, pero tiene que empezar a ser un amor realmente sano. No interferir en tu vida y que tu vida no llegue a ahogarme de nuevo. Sólo quiero que seas feliz. En realidad me conformaría con que fueses la mitad de feliz de lo que yo intenté hacerte. No pude conseguirlo. No me pesa, para nada. Abrí un sinfín de puertas y sólo atranqué una, aún cerrada, para siempre. Porque nos equivocamos, pero la alegría nos sabe devolver la propia vida. 
Y quiero que sepas que no te guardo ningún rencor, que tan sólo te guardo a ti. Que te cuides, mucho, porque yo dejé de hacerlo para cuidarme a mí. Espero que hayas aprendido que nadie debe hacerlo, que debes sonreír por ti mismo, que nadie sustituye a nadie en la vida, que tus venas no tienen que depender de nadie más que de ti. De verdad, esa es una de las lecciones principales. También espero que no cometas más los fallos que yo tuve que sufrir, ni con ella ni con ninguna, porque todas tienen sonrisas preciosas, y porque no creo que fueses capaz de seguir viviendo sabiéndolo de nuevo. Creo que no me queda nada más por decirte. Que te amé, como a nadie. Y recordarlo idealizado pero imposible se va a convertir en una máxima de mi vida, seguramente. Pero no fue todo tan perfecto, si lo hubiese sido, yo no estaría escribiendo esta carta. Pero es así. Te prometo que no te deseo ningún daño, todo lo contrario. Sé feliz, sonríe mucho, besa lento, siempre, haz el amor con consentimiento y disfruta de las pieles, SÉ FELIZ. ¡Yo voy a seguir intentándolo! 
Un abrazo eterno,
Yram. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario