sábado, 6 de abril de 2013

Nube de Sol.

En ese preciso instante, cuando lo vio frente a ella, se cansó de pensar tanto en él. No se acordaba de la última vez que lo vio, pero lo tenía siempre, siempre entre las paredes de su cerebro. Alguna vez había confundido su nuca en la calle con otras tantas, aunque sabía que la suya era la única ideal; de tanto buscar sin encontrar, a veces inventaba.
Pero estaba harta. Hartísima. Reaccionó y no podía ya aguantarlo más. Decidió apagar su imagen, quedarse sólo con su olor, si el amor lo permitía. 
Hablaron poco más de dos minutos, pero ella se quedó en stand by por mucho más tiempo. Él le hablaba, seguro que le estaba contando algo, ella sólo pensaba que era aquella persona que le había hecho sonreír tanto tiempo, que ahora no se empeñaba en mudarse de su cabeza. Hacía mucho que no le veía, aunque no sabía cuánto. Parecía mentira verlo en tamaño real, fuera de su mente, fuera de su piel. A veces había llegado a pensar que todo había sido una invención, que aquel rincón de sonrisas, de manos y de pieles no era real, que él jamás existió fuera de ella. Pero ahora lo tenía delante. Se había escapado de dentro de su vida y había salido de ella -de dentro de su vida, en realidad, ya hacía tiempo que el real se había escapado.
Se miraron superfluamente, ella casi no dijo nada, tan sólo un bien... nada convincente y más chorradas sobre la carrera, que él ya sabía porque confiaba, sobretodo, en aquella responsabilidad resabiada de la que ella tanto se quejaba.
Ya no corría el tiempo, ahora sólo corría él. Se apresuró en darle dos besos contrariados en las mejillas -formalismos...- y salir corriendo. Ella le vio irse e intentó no hacerle caso al dolor. No podía contestar tantas preguntas... Se tiró de una montaña rusa sola, y ahora todo era una gran montaña rusa sin musas, con condenas casi-voluntarias y recapacitaciones en noches en vela. Primaveras que no llegaban nunca e idealizaciones de las nucas ajenas, y ella, allí, en medio, como soporte de todo aquello, más bien. 
Pero ya estaba todo hecho, se había hartado. 
Empezó a caminar y sacó del bolsillo del pantalón un papel doblado y redoblado. Era pequeño y estaban apuntadas algunas cosas, pero a lo  mejor servía. Buscó en la riñonera un bolígrafo y probó suerte buscando otro trocito de papel, pero no lo encontró. No llevaba caminando ni un minuto cuando encontró el escenario perfecto. No había nadie, tan sólo él; de nuevo, dentro de su cuerpo. 
Se sentó en la acera, era una calle muy estrecha, pensó que era de esas calles que servían de servicio público en las noches de borrachera, pero le dio igual. Lo necesitaba, y no había nadie que pudiese rescatarla de allí. Se quedó algún tiempo mirando la pared de enfrente, con miles de graffittis sin ningún sentido, no de esos que ella entiende arte, tampoco de esos con mensaje o con reivindicaciones, sólo letras y pruebas de colores extraños. Los trazos se iban mezclando en su cabeza, y apoyó los codos en sus rodillas. Echó la cabeza hacia atrás y la posó sobre la otra pared, supuso que también llena de trazos sin arte. Cerró los ojos y le vio. Ahora sí era él de verdad. Tenía aquella sonrisa, aquellas manos, aquel olor y hasta aquella nuca, aunque desde ese ángulo no podía verla. Todo debía ser una imaginación. 
Pasó allí mucho tiempo imaginándole de nuevo, recordando, inventando. Sus manos, su boca... Su nuca, sus hombros, su cuello. El trocito de piel sin barba que quedaba a cada lado del labio inferior. Sus caricias, aquellas manos en su propia cintura. Se imaginó -o recordó, pero no lo recuerda- besando aquella piel y sintiendo aquel olor con su propia nariz, con su propia piel, con la realidad acariciándole el pelo. En aquel callejón no corría el aire, pero sí sus pensamientos. Tenía aun los ojos cerrados, sólo sentía lo que había en su mente y ni siquiera reparó en un perro que pasó por delante de sus piernas. Pasó así más de cuarenta y cinco minutos. En algún momento despertó, sintió que había vuelto a verle. La piel se le erizó aún más que la imaginación, ahora, algún tiempo después de haberle visto, no en el momento en que realmente estaba allí. Estaba erizada ella, su piel, su alma, su cerebro,  y despertó. Miró el papel en su mano. Lo desdobló y, sin siquiera leer lo que ponía escribió; TODO SIGUE IGUAL QUE AYER.
El mismo tiempo que perder. 
Y aquí se está cayendo el cielo y no tengo a dónde ir,
me duermo en cada esquina, están hechas para mí.
Estopa.

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