martes, 19 de noviembre de 2013

Ya no es ella, ahora...

Tenía el pelo rizado y le llegaba hasta la cadera. Unos dieciocho años, la cabeza bien puesta en las nubes y la sonrisa atrapada en su piel. Estudiaba sin ganas para poder estudiar lo que sus ganas pedían a gritos. El griego se le daba muy mal y sólo era capaz de aprender las declinaciones y las conjugaciones con una cancioncita un tanto ridícula. Ella no tenía sentido del ridículo, no lo sabía, pero hacía el ridículo muy a menudo. Tal vez, si lo hubiese sabido, tampoco le habría importado. Sus mejores amigos sólo estaban en el recuerdo y alguno que otro volvía en algún patio perdido, pero parecía que ni así era capaz de salir de allí. 
Escribía de vez en cuando, pidiendo perdón por ello. Ya no escribiré más, ya no escribiré más. No lo leas, qué más da... No... Por favor... Más censura y más sentimientos de culpabilidad sólo por algo que hacemos todos, tal vez de diferente manera, pero que todos hacemos. Ella lo reflejaba en letras, otros lo hacen en miradas, pero todos, todos, hasta el más vil de los villanos, sentimos. Es un plural mayestático, no os creáis que el vil villano sea yo... 
Su manera de caminar era ridícula, lo supo a los 21 años, aunque ella ya suponía algo desde antes. Conocía mucha gente, pero muy pocas personas le llenaban. Tal vez sí le hubiesen llenado si no hubiese tenido llena la cabeza de amores que no tenían sentido. Bueno, todos los amores tienen un sentido, el de amar, pero aquel amor tal vez no podía llamarse así, puesto que estaba teñido de posesión... y de más cosas que descubriría odiosas cuando le creciesen las ganas de vivir. 
Le crecieron, voló, dejó la estabilidad supuesta, escribió y vivió. Un día, se dio cuenta de que la estabilidad no estaba hecha para ella. Que quería, que besaba, que en momentos puntuales podía dejar de ser una niña buena para ser un demonio confiado, que a veces podía confiar en su piel, que de vez en cuando perdía la razón por la pasión de alguien que estaba fuera de sus límites, pero que no quería aquello.
A veces intentaba explicárselo a sus amigas. Aún cree que no le entendieron. Con dieciocho años camuflaba su amor por el mundo en amor por una sola persona, pero explotó. Explotó y enterró el amor único, exclusivo, posesivo y sinsentido. A partir de ahí, sin buscarlo, entró en relaciones que ni empiezan ni acaban, que marchitan y dan vida, que van y vienen, se retuercen y se erizan, aún más. También sigue mordiendo, y sigue poniéndose roja cuando alguien le habla de ello. La gente malentendía su amor, cambiaba las letras y le llamaba promiscuidad. Sólo ella sabía que no había nada de eso. Pero nadie lo entendió. Superó millones de traumas que no sabía que tenía, como cada persona que encontró en su camino y, casi siempre, fue feliz. 
Intentó explicar, también, qué significaba aquello de me gustas, y lo hizo con me encantas,  conoció a hombres con sonrisas de niño, a niñas con cerebro de mujeres y sonrisas de otro mundo, a grandes que le regalaban sus manos en cada encuentro, a amigas que, a pesar de volver del recuerdo, volvían para siempre, a confianzas con rastas ahora ya imaginadas... Y al mundo vivo, de nuevo.  A los amarillos, a las relaciones yo-tú, a las pieles que erizaban su piel... Y sin buscarlo, sigue encontrando, aunque se le llene la lengua de malentendidos y aunque baile pensando en encuentros perdidos... 
Ahora, cuando menos se busca, se ha encontrado frente a su cara alguien que le es muy familiar y que le interpela con la mayor fuerza del mundo. Alguien que le sonríe y que le pregunta si consiguió lo que quería... Y ya ella no recuerda lo que quería, sólo que no tiene objetivos, que la felicidad se consigue siendo y que el deseo es maravilloso... Cierra los ojos y se piensa, y ya, no es ella... Ahora, soy yo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario