martes, 13 de diciembre de 2011

Olores y suspiros.

Llevo ángel encima, y me recuerda a aquella manera tan andaluza de hablar (Qué áhe' tiene'!). Llega, nos mira, hace un gesto con el brazo y nos pregunta si nos miramos "lo guapas que estamos". Le miro y recuerdo, por un sólo instante, por qué estuve mil veces embelesada por sus gestos, por sus ojos. Le abrazo torpemente, sin esperarle, sonriendo como si no hubiera mañana. Cojo mis bártulos y me posiciono a su lado, en la última de las filas habitadas. No sé qué dice de que no hace falta que me siente con él. No es que haga falta, querido profe, es que me alegras el día. Es simplemente que siento tu respiración (porque respiras, como todo ser vivo), que me giro a la derecha y te veo ahí, cogiendo apuntes, a mi lado, como si la barrera hubiese desaparecido, como si ahora tú y yo fuésemos iguales, sin ver tu emoción al explicar, pero viendo tu sonrisa al emocionarte con algo que ves precioso. Es simplemente que de vez en cuando echas una miradita a mis apuntes, y yo a los tuyos, y dibujo corazones que vienen de parte de otra de las nuestras, y sonríes. Sonríes como aquellas veces que sonreías cantando perdoooona, y me pides "bloggitos" y poemas. A veces parece que la situación cambió, que desapareció, más bien, aquella situación en la que yo me enamoraba conceptualmente de ti todos los días, en la que parpadeaba y, como por arte de magia, había pasado una hora mirándote, examinando tus gestos, tus ojos... estudiando filosofía. Y mi sensación, sin embargo, no es de pérdida, sino de ganancia; no he perdido al profesor, he ganado al compañero. No perdí al inspirador de textos; he ganado un lector (e inspirador, como podéis ver) de ellos. No perdí a alguien que estaba a un nivel superior, sino que gané a un igual. Tampoco he perdido aquel brillo en sus ojos, sino que puedo recordarlo, ganando, además, el brillo que deja la amistad. Tal vez esté diciendo demasiado y él no lo considere amistad, pero yo, aquella niña que vestía de colorines y que se enamoraba de su emoción al explicar Kant, te siento como algo más que un exprofesor/compañero de metafísica. Hoy, además, la metafísica es más especial de lo que ya era porque tú estás a mi lado, porque me das la oportunidad de compartir contigo anotaciones en "puntos de libros" inventados, corazones dibujados y redibujados en apuntes... Frases de Margarit para recordar siempre y "tiempos inexistentes" que aún me hacen escribir tu nombre al margen de una cita aristotélica, o de un fragmento de Hermann Hesse. Tu nombre... Tu apodo... Aquel nombre que me hizo tanta gracia al principio, y que hoy, sin más, define algo tan importante, tan mío... Que forma parte de todo esto, de mi admiración, de mi amor, de mi amistad, de mi confianza (casi) ciega, de mis ojos achicándose al verte -como diría África-, de mí...
Quizá, tal vez... Siempre todavía, los abrazos, los perdooona y tus ojos verdes no acaben nunca... Y yo, siempre yo (aunque la de antes y la de ahora quizá tengan muy poco en común) pueda seguir disfrutando de cada uno de estos destellos, de estos ápices de felicidad con los que alegras la vida a los que te rodean.
Tal vez haya aprendido a quererte, de un modo especial, como quien quiere a un padre, a un hermano, a un ídolo de su juventud... o tal vez, simplemente haya aprendido a quererte a ti.

Y, por siempre (siempre todavía), Gracias, con besos de melocotón, abrazos de agua, de tortugas, de razones de vivir, de eternos sustitutos y de eternas alumnas enamoradas conceptualmente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario