sábado, 26 de mayo de 2012

El fuego quema.

Ella no quería hacerle daño a nadie. No quería que nadie tuviese ningún tipo de problema, y menos, evidentemente, relacionado con ella. Jugó, como niña, como niños; jugaron. Pero, aunque lo deseaba, lo soñaba y hasta lo escribía, siempre tuvo muy claro que no se daría en la vida real. A veces ella ponía en jaque a su compañero, entre la espada y la pared, casi obligándole a decir que algún día pasaría, obligando a alimentar su propio sueño, su propio deseo, sus propias musas. Ella quería conocer más, y seguir jugando, que dejara de ser un juego estúpido, quizá... o simplemente que fuese un juego real. Pero nunca hubo más que palabras. Nunca hubo más que la inocencia de una niña que dejaba de serlo, y la tentación de algo que se sabía prohibido. Nada más que tentación. Nada más que el juego. Palabras, sin más. Remordimientos, porcentajes y también miedo. 
Cuando el juego cayó, cuando la tentación se volvió discusión y castigo, el miedo evolucionó a un miedo real, al miedo de perder a aquella persona que era realmente la importante en su vida... Cayeron todos. Los jugadores y el árbitro. El  árbitro había descubierto las trampas, había sacado tarjeta roja y había amenazado con  el propio miedo. Ella tenía miedo por él, y por el árbitro; no quería hacer daño a nadie. Se le había... Se les había ido de las manos, habían renunciado a la realidad, pero no a todo lo prohibido. Habían decidido que jamás pasaría, sin embargo, habían continuado jugando... Como niños, jugando con fuego. 
Ella pediría perdón mil veces, a él, al árbitro... a ella misma. Se les había ido de las manos y, si él no fue capaz de hacerlo -aunque ella no tenía el deber de hacerlo, realmente- podría haber puesto los límites que en su día él puso, en persona. Seguía pidiendo perdón y sintiéndose mal, por haber traicionado al árbitro, por no haber parado, por traicionar, quizá, a su concepto de mujer, aunque quizá no a sí misma. 
Ella pediría y pidió perdón a él, que los recibió alegando que el culpable era él, que era un juego estúpido.
Un juego estúpido que a ella la hacía soñar, aunque sólo eso. Ahora, además de pedir perdón, quizá a ella le dolía que sólo fuese un juego estúpido, aunque lo supo, aunque lo aceptó... Aunque entró en él. Creyó haberse decepcionado a sí misma, sin embargo, realmente había hecho todo lo contrario. Hizo todo lo contrario porque siguió en cada momento lo que su cuerpo, el corazón de su mente le dijo, lo que sentía en cada momento y, aunque las consecuencias no hayan sido las que ella hubiese querido, quizá sea mejor así... Siempre que el árbitro perdone la falta grave, siempre que el jugador sepa arreglar las cosas, siempre que, ella, pueda seguir disfrutando de todo lo demás, intentando no herir a nadie. Ella... Siguiendo instintos, escribiendo sobre ellos y, a la vez, sintiéndose mal por ello. Escondiéndolos, publicándolos al mismo tiempo, sintiendo  y negando... Jugando, y poniendo límites... Sintiendo, intentando no frenar la inercia... Intentando no hacerle daño a nadie, y, sin embargo, hoy... lo ha hecho.
Lo siente... Y lo rompe todo en mil pedazos.
Lo siente... Mucho. Pide perdón, lo pide, lo espera... La negación del rencor. 

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