Orígenes, pescaíto’ frito y
cariño, mucho cariño. Cruz Blanca, Escorxador, confianza. Paseo, barrios de
pescadores, filosofía griega, cotilleos y deseo. Besos, caricias, miradas…
muchas miradas. Sin verte ella te sentía y sin que la vieras pensaba en ti.
Tenía tu cuerpo debajo del suyo; lo amaba, lo disfrutaba y, quizá, lo temía
–aunque, en realidad, sólo un poquito. Estaba viviendo una de las experiencias
que necesitaba, que quería, que añoraba
sentir, y, ahora, la estaba viviendo. De vez en cuando se le escapaba
una de sus expresiones, de aquellas que tú considerabas bonitas, tiernas,
quizá. Se le escapaban porque estaba tranquila, a gusto, contenta, incluso
feliz. Era feliz, también por el cariño, por
la confianza… Por tu suave piel y quizá también por la suya. Su cuerpo
respondía incesantemente, de una manera que a ti, por lo que dices, te parecía
muy sexy. Se movía, cabrita, como sentía que debía moverse y, poco a poco,
dejaba el juicio para los abogados, y sentía, sin más. Un ápice de dolor
recorrió su cuerpo estremecido, de vez en cuando, pero… Tú, dejándola salir, no saliste. La dejaste
salir de aquella niña que, bajo la armadura, parecía no tener este tipo de
sensaciones (aunque escribiera sobre ellas constantemente). Sintió lejos la
soledad, y muy, muy cerca, de nuevo, tu aliento, tu mirada, aunque no podía
mirarla. Tus manos la hicieron perder, aunque sólo un poquito- de momento- el
control, pedirte que le regalaras aquel momento, pedirte, ahora ya, que no
parases. Agradece, agradece de una manera casi mecánica ya, el regalo. La
oportunidad de llenar el suelo de tu habitación de sus prendas… Tu cara de
besos y tu cuerpo, tal vez, de placer. A ella le queda mucho por mejorar,
también por pedir mejoras, por querer, por amar, por desear, por sentir… A ella
le queda mucho por ver, por conocer, de ti. Además, ella, que hoy no puede sino
pensar en ti (no en la tensión que quizá ahora tú estás sintiendo, sino en la
tensión que los dos liberasteis ayer), tiembla, aunque sólo de vez en cuando,
estremece su piel con espasmos causados
por escalofríos; los que tú causaste anoche, los que causaste antes de irte en
aquel bus. Los que, inocente e inconsciente, causaste dormido, observado por su
verde mirada, tu tenue y cálida piel a
la luz de la roca de sal… A la luz, no obstante, de ti mismo, de tu luz, de tu
forma de amar, de tu forma de querer, de tu forma de reprimirte cuando te sale
un posesivo… De tu forma, y también de tu materia. De ti. Embelesada, ilusionada, cada vez menos
temorosa, aunque aún no sabe por qué, encantada, flipada, encariñada y, a ratos, enamorada. Te quiere, si tiene en
cuenta que querer no implica propiedad ni ningún compromiso más allá del
cariño. Te quiere, si sabe, como Buber y Spinoza, que querer no implica el amor
del otro, sino el suyo propio; que pronunciando estas palabras no se compromete
contigo, sino con el hecho de quererte. Te quiere, por lo tanto. Te quiere, y
mucho. Te quiere… Te quiero.
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