viernes, 1 de junio de 2012

El compromiso con las palabras.


Orígenes, pescaíto’ frito y cariño, mucho cariño. Cruz Blanca, Escorxador, confianza. Paseo, barrios de pescadores, filosofía griega, cotilleos y deseo. Besos, caricias, miradas… muchas miradas. Sin verte ella te sentía y sin que la vieras pensaba en ti. Tenía tu cuerpo debajo del suyo; lo amaba, lo disfrutaba y, quizá, lo temía –aunque, en realidad, sólo un poquito. Estaba viviendo una de las experiencias que necesitaba, que quería, que añoraba  sentir, y, ahora, la estaba viviendo. De vez en cuando se le escapaba una de sus expresiones, de aquellas que tú considerabas bonitas, tiernas, quizá. Se le escapaban porque estaba tranquila, a gusto, contenta, incluso feliz. Era feliz, también por el cariño, por  la confianza… Por tu suave piel y quizá también por la suya. Su cuerpo respondía incesantemente, de una manera que a ti, por lo que dices, te parecía muy sexy. Se movía, cabrita, como sentía que debía moverse y, poco a poco, dejaba el juicio para los abogados, y sentía, sin más. Un ápice de dolor recorrió su cuerpo estremecido, de vez en cuando, pero… Tú, dejándola salir, no saliste. La dejaste salir de aquella niña que, bajo la armadura, parecía no tener este tipo de sensaciones (aunque escribiera sobre ellas constantemente). Sintió lejos la soledad, y muy, muy cerca, de nuevo, tu aliento, tu mirada, aunque no podía mirarla. Tus manos la hicieron perder, aunque sólo un poquito- de momento- el control, pedirte que le regalaras aquel momento, pedirte, ahora ya, que no parases. Agradece, agradece de una manera casi mecánica ya, el regalo. La oportunidad de llenar el suelo de tu habitación de sus prendas… Tu cara de besos y tu cuerpo, tal vez, de placer. A ella le queda mucho por mejorar, también por pedir mejoras, por querer, por amar, por desear, por sentir… A ella le queda mucho por ver, por conocer, de ti. Además, ella, que hoy no puede sino pensar en ti (no en la tensión que quizá ahora tú estás sintiendo, sino en la tensión que los dos liberasteis ayer), tiembla, aunque sólo de vez en cuando, estremece su piel  con espasmos causados por escalofríos; los que tú causaste anoche, los que causaste antes de irte en aquel bus. Los que, inocente e inconsciente, causaste dormido, observado por su verde mirada,  tu tenue y cálida piel a la luz de la roca de sal… A la luz, no obstante, de ti mismo, de tu luz, de tu forma de amar, de tu forma de querer, de tu forma de reprimirte cuando te sale un posesivo… De tu forma, y también de tu materia. De ti.  Embelesada, ilusionada, cada vez menos temorosa, aunque aún no sabe por qué, encantada, flipada, encariñada y, a ratos, enamorada. Te quiere, si tiene en cuenta que querer no implica propiedad ni ningún compromiso más allá del cariño. Te quiere, si sabe, como Buber y Spinoza, que querer no implica el amor del otro, sino el suyo propio; que pronunciando estas palabras no se compromete contigo, sino con el hecho de quererte. Te quiere, por lo tanto. Te quiere, y mucho. Te quiere… Te quiero. 

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