viernes, 14 de diciembre de 2012

Miedo.

El miedo invade mis manos. Es una sensación nueva porque, aunque en mi vida siempre ha sido recurrente el miedo, esto es mucho más importante. Es importante porque importante es él. Él. Parte de mi origen, de mi ascendencia, de mi vida, de mi mundo, de mi cielo, que siempre ha sido conformado por el iris de corazón. Hay muchas palabras que me recuerdan a él. Muchísimas. Muchas de esas palabras me remiten a mi infancia, a mi niñez, a mí misma, pero a él. El campo, las parras, su sonrisa, su cielo azul, su amor por esa viejita morena que le ha sacado siempre de quicio, pero que le ha vuelto loco para toda la vida. Sus manos. Trabajadoras, llenas de callos, pero que saben dar una caricia en cada suspiro. Sus manos, que son complemento de su modo de vida. El campo, de nuevo. La parra, de nuevo. La máquina de azufre, los perros. Los abejorros que me perseguían mientras él reía, esta niña es de mantequilla. Y qué miedo me da perderle. Qué miedo me da que todo esto y todo lo demás también pase a recordarme tan sólo un recuerdo. 
He oído a su hija suspirar y el corazón me ha dado un vuelco. Algo pasa. Venga, no es tan grave, pero... ¡Qué miedo me da tan sólo pensarlo! No puedo pensarlo, de hecho, sin que mi labio inferior empiece a temblar, como cuando era una niña y algo me daba muchísima pena. Él volvía a sonreír diciendo que era de mantequilla. Su risa... Aquella manera tan sutil de cogerle la cara a mamá Juana cuando habla con ella. Siempre. Aunque ella le esté gritando. Siempre en su mano, callosa, siempre, una caricia de amor. Amor. Amor, por ese pelo canoso (el poco que le queda -y ahora sonríe-), por ese cielo en el alma que envuelve sus pupilas, por esas manos  trabajadas y trabajadoras, por ese abrazo con olor a protección. Y tengo miedo. De no volver a sentirlo, o de dejar algún día de sentirlo, simplemente. Porque, aunque no es una tontería, quiero pensar que no es tan grave como para estar escribiendo esto, pero es que no puedo hacerlo. No sé si va a pasar algo o mañana podré hablar con él intentar que se ría, aunque sólo sea un poquito. Pero el simple hecho de pensar que algún día no habrá ninguna posibilidad de sentirle de nuevo, sea cuando sea... Me vuelve tan susceptible que tiembla mi mente sin pensarlo, y se me cae todo el mundo (ése que, en parte está conformado poro él) sobre el corazón. 
Le he echado de menos muchas veces, desde hace ya bastantes años. Pero la posibilidad sigue estando ahí. Y ahora me veo obligada a sentir que la posibilidad no es suficiente, que hace tiempo que necesito un abrazo suyo, y que jamás podré saber cuál será el último. Y tengo miedo. Tengo miedo, mucho miedo. Y no puedo dormir, porque no sé qué pasa con el miedo, ni con él, ni con su corazón... Y le adoro, y tengo miedo. 

Y le quiero, y tengo miedo, mucho miedo... 

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