jueves, 6 de diciembre de 2012

Aprendiendo a aprender aprendimos.

De nuevo, en la noche, sola, noto tu/vuestra ausencia, y no entiendo por qué. De nuevo veo algo que me emociona la mirada en lágrimas, te/os necesito aquí. Oprimo fuerte una tortuga de peluche contra mi pecho -iba a escribir abrazo, pero no era la palabra adecuada; la tortuga no me devolvió nada-. El peluche huele a mí. Lo odio. Me odio. Yo quiero olerte a ti, oler a ti. Me pasáis, ahora, por la mente, uno a uno, uno tras otro:
-Labios carnosos, contraste. Me enseñaste que se puede pasar de la felicidad al dolor en sólo unos no-orgasmos de diferencia. Te entrenaste conmigo, como si yo fuese tu sparring personal, para alguna lucha encarnada. Te amé, te lo di todo y nada, y, en realidad, te amaré siempre. Jamás podré olvidar mis traumas, ni tus caricias, tus manos, aquel lunar... El daño que me produjo tu cuerpo, la posesión que intentaban mostrarme tus manos. Aquellas manos. 
- Niño de versos y contras. Niño-bolitas, niño violín; niño. Me dejaste ver entre caricias que en la vida no siempre se pierde, y que ganar no es más que una convención.  No perdí más que la tristeza en dos días a tu  lado, y me enseñaste que se besa el alma sin llegar a la piel. También aprendí a tirarlo todo en la vuelta a la distancia; montones de palabras, gestos y  besos volcados al mar desde mi avión. Dijiste que habías de huir de sentimentalismos, de mí. Huiste y yo  nunca te busqué, pero me hechizaste.
- Ojos de cielo. Llegaste después, y estuviste siempre. Con once años me enseñaste que, aunque hablemos idiomas distintos nos entendemos como nadie. Que el amor infantil, puro, es el mejor de todos, sin celos, sin resquemores, sin reproches... Tan sólo dos niños que se quieren. Después aprendí de tu sabiduría que, a pesar de las lágrimas, nunca es tarde para despertar y amar el mundo con la mayor ternura posible. Que el bosque y el cielo hacen una mezcla perfecta. Que da igual si la luz está encendida, mientras nosotros sepamos vernos los recuerdos reflejados en las caricias. Aprendí a besar sonrisas y a provocar los besos. A entrelazar las manos y a echar de menos, siempre... Desde los trece años, y aquí sigo. 
-Ultranivelado. Ufff... Le enseñaste a mi cerebro a hacerse el amor a sí mismo Me descubriste un mundo de erotismo, deseo, de Mary. Te deseé tanto que me dieron igual los anillos y los besos; te deseo. Amaba cada centímetro de tu piel a mi lado y me consuelo pensando que nunca se sabe lo que puede pasar, que la vida es larga y jamás se cierra una puerta. Jamás se cierra una puerta, y si lleva a ti, menos. 
-El hombre con sonrisa de niño. Aún me enseñas cosas, y ya te fuiste. Primero aprendimos juntos que el placer no tiene dueño, que amarse no es poseer, que poseer no es cierto, que los proyectos más bonitos son aquellos en los que los te quiero significan te quiero, en este momento, aquí y ahora. Me enseñaste que los traumas radican en la mente, no en el cuerpo, y que esta mente se abre sólo con cariño y dedicación. Más adelante me enseñaste que, de un día para otro, la gente puede volar hacia París. Aprendí de nuevo que sólo puedo poseer olores en la medida en que mi mente puede recordarlos. Jamás pondré una barrera, las relaciones no empiezan  ni terminan; nos eligen. Sin objetivos, pero sin barreras. Ahora vuelvo a entenderlo todo.
-Mi dibujito animado. Me regalaste la ternura hecha gesto. Te quise mucho, muchísimo, a mi lado, en mi rincón, susurrando algo sobre la prohibición de la oscuridad. Aprendí que la moral está por encima del cuerpo, y que la amistad está por encima del sexo. Que la fidelidad tampoco es física, sino mental, y que se ama con cada poro del corazón. Te acabas de ir, y en algún momento pensé en no dejarte volver, pero todo ha sido demasiado especial como para dejarlo en un cajón -y no se cierran puertas-. De todos modos, siempre serás mi dibujito animado freak, al que le cuento algún día mis días al llegar a casa...

Y he aprendido también de esta tortuga de colores, y de todas las demás, que me han enseñado que, cuando necesito llorar, no sólo os necesito a vosotros (y al resto de personas que me hacen más preciosa la existencia), sino también todos estos recuerdos. Que vosotros marcháis, vais y venís, a algunos os  digo hasta otra y a otros os cierro la puerta a cal y canto; pero que todas aquellas sonrisas que disfruté, que sentí, que expresé y que también recibí, junto con los besos dados o anhelados, las bromas, las pieles erizadas, las miradas cómplices, los olores, las caricias, los deseos, los besos en el hueco de la mandíbula, en la nuca o incluso en aquel trocito de piel entre la barba y el labio, también  pueden surgir de una noche llena de lágrimas. Que estas lágrimas, así, por todo esto y mucho más, se convierten una tras una en recuerdos y en más sonrisas, en escalofríos. En positividad. En qué bonita es la vida, en gracias y en quizá haga una lista de ésto. 
Qué bonita es la vida, 
Gracias,
Ésto es lo más parecido a una lista que puedo hacer. 

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