domingo, 12 de enero de 2014

Arrocito de lágrima.

Hace ya algunos años que llegó, y hoy, se ha ido.
Abrió la puerta de aquella clase de tercero de ESO, seria, con una mueca de fastidio, muy morena, con el pelo corto, pelirrojo, de punta y un flequillo hacia el lado derecho. Nos la presentaron como 'Rocío'. Yo me sentaba en la parte de las ventanas, como siempre. Delante de mí se sentaba un chico colombiano con una sonrisa espectacular, plateada. Varias mesas más allá se sentaban niñas hestéricas, chicos que hablaban de las pestañas de los burros, chicas medio rubias que hoy son extrañas en mi mundo. También había un chico marroquí con nombre de fruta y un dominicano que discutía sin saberlo con alguien que tal vez le quería. 
Ella abrió la puerta y parecía que debíamos agradecerle por estar allí con nosotros. En la primera clase la sentaron junto al dominicano, que también tenía un nombre especial. No se cayeron bien. No es extraño. Había que saber llevarla. 
No sé cómo, pero yo supe hacerlo. En el cambio de clase le pregunté. ¿Cómo te llamas? ¿De dónde vienes? ¿Has repetido? ¿Te quieres sentar con nosotros? Desde aquella frase no se fue jamás... Hasta hoy. 

Empezamos sentándonos juntas, pero hemos vivido mucho más de lo que mi piel, hoy, es capaz de recordar. Juntas nos  comimos el mundo y, algunas veces, nos empachamos de él. Otras veces el mundo se nos quedó grande y no supimos llevarlo. Hemos dormido en camas separadas mientras, con las luces apagadas, conocíamos poco a poco el amor por otras personas. También nos hemos quedado dormidas, llorando, en la misma cama. Alguna vez también nos hemos mentido y muchas nos hemos enfadado. Nos disfrazamos de Super Mario Bross  y de Luigi, y nos sonreímos en la distancia cuando vemos que nos separa una calle de distancia. Cuando la felicidad ha tocado nuestra puerta, una llamada ha informado de ello a la otra. Y, casi siempre, cuando lo que ha llamado ha sido la tristeza, ni siquiera ha hecho falta. 

Un día me di cuenta de que, si echaba la vista atrás, ella siempre formaba parte de mis recuerdos, y a partir de ahora, ya no sé si será así. Los recuerdos que tengo hasta hoy son también suyos, pero hoy empieza su nueva vida, y lo hace muy lejos de aquí. Ella es diferente. Es difícil, sí. A veces no te tiene en cuenta y a veces simplemente es feliz sin hacerlo, pero eso ya no importa. Le dije cuando quise que la quería, y también le expliqué que no me gustaba su manera de llevar nuestra amistad. Pero, ¿qué más da? La amistad es una relación... Un vínculo. Y las relaciones... ya se sabe, ¿no? Ni empiezan ni acaban. 

Todos los que compartían espacio con nosotros en ese curso de 2005 se han ido perdiendo por el camino, unos antes, otros después... Pero nosotros, jamás. Nuestros motes ya no son sólo nuestros, nuestros abrazos crean malos entendidos en trenes, y nuestros bailes en discotecas, pero eso nos da igual. Quinientos millones de reproches, de vez en cuando, no podrán superar nunca a quinientos mil millones de abrazos, de momentos únicos, de sonrisas... De tatuajes hechos y deshechos, de pieles acariciadas y de lágrimas rodantes. Nunca podré(mos) borrar aquellos primeros patios, pero tampoco aquel primer pantalón de David, ni aquella sonrisa al vernos después de algunos meses. Su hijo es, en una pequeña porción -ya se sabe: el espacio entre las paletas-, también mío, y espero que jamás se olviden de mí. Porque ahora ya no están a diez calles, ahora ya no me podrán llamar si necesitan algo, ahora, la Chanchi, se queda tan tan lejos de la Arró con Pollo que no sabe ni situarla en el mapa. 
Chanchi se pierde un poco ahora, sin nadie que le haga fotos con más chanchis y sin nadie que le empuje a hacer aquellas locuras que sola no hará. Nadie será la que le enseñe la parte dura de los problemas y la crudeza de su amiga se quedará eclipsada por su miel, ahora. Él ya no me besará la nariz cuando me vea, y no lo hará mil veces, casi engañado por mis 'otro y ya está', no iremos a la playa en el Chicharri y no le llevaré castillos de plástico, para crear castillos de arena. 

Pero hoy va a ser feliz, y va a recibir una letra por cada sonrisa, y será no sólo dichosa, sino también se sentirá viva por ello. Y él, poco a poco, sabrá conocer el mundo con otra sonrisa, aunque ahora más solitaria, sin sus tíos y abuelos, sin la chanchi-que-está-loca y sin su Marc. 

Pero siempre, siempre, siempre, estaremos-estarán, aquí. Y siempre, siempre, siempre, formarán parte de esto. Porque sin ellos mi locura es más cuerda. 

Gracias.

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