lunes, 7 de noviembre de 2016

Mudanza

En una caja miles de ilusiones y en miles de bolsas, ropa, recuerdos, un anillo de coco que creímos perdido, una sonrisa, un día de aquellos en que nos abrazábamos fuerte, las mañanas, las veces que me he quejado de que me chupes la cara, y también las discusiones, las malas caras, los días en que, después de la tormenta, la calma venía en forma de vergüenza de nosotros mismos. En una caja de colores puse todos aquellos mensajes que me mandaste casi cada día, desde hace dos años, preguntando qué quiero para cenar o para comer (dependiendo del turno, del trabajo, de las prácticas, de los repasos..). En esa misma caja guardé tu cara iluminada cuando llegaba, tu sonrisa increíble mientras, los días de libre, decías "hoy estás aquí". 
En una cajita más pequeña, de color azul, tus anillos, tus collares, los colores de Jamaica y el blanco y azul de nuestra Guate, también guardé el color de Mallorca en el reencuentro, tus miradas bonitas cuando los leones llamaban de nuevo a nuestro mundo. 
En una de las bolsas que hiciste tú, metiste todos los bolsos y mochilas que me acompañaban y ayudaban trasportando mi día a día, a veces en tren. En el bolsillo pequeño de la mochila de colores  (por la que pagué 70 quetzales y un par de sonrisas), encontré también una caricia, al lado de un olor, una camiseta olvidada por ti, tu presencia olorífica. Tú llevas también una maleta llena de soledades y compromisos, responsabilidades y cosas que querías decir, pero que finalmente nunca dijiste. 
Llevas una maleta llena a rebentar de todo aquello que conseguiste aquí, pero también de huecos que representan todo aquello que perdiste. Nos conocimos muy lejos de aquí, y aquella noche tú te llevaste la luna, y yo las cortinas de colores mientras suspiraba. 
Dejamos flotando en el aire, de aquí a Barcelona, mar adentro hasta llegar a ti, los motivos, los tequieros, las equivocaciones, la ilusión que a veces se marchita. Dejé ahí la convicción de que no hay un lugar mejor que tus brazos, para que las lágrimas no me acompañen siempre. 
No sabíamos  muy bien qué queríamos, pero todos sabíamos que necesitábamos huír. Y a veces nos imaginamos otras vidas, y sonreíamos y decíamos que era necesario llevarla a cabo para luego renacer. Renacer cada uno, consigo mismo, y luego... volver a huir, juntos. 
Todas estas cajas, Estrella, Noelia, Penélope, Shica, Mary, yo, nos sujetamos el corazón cada vez que llamas. Después de haber tocado fondo, necesitaba que ocurriese, y tú... también. 
 Pero nunca pensamos que sería tan duro meter toda una vida en cajas, bolsas y más cajas. Y es que en las mudanza siempre se rompe algo, y algo siempre se pierde. Pero no se rompió el vínculo aún,  y no se perdieron las palabras amables y las ganas de besar a contrareloj. 
Guardo debajo de la almohada tus pupilas dilatadas mientras el sexo te eriza la piel y te convierte en animal, de nuevo. No voy a sacarlo de ahí hasta que vuelvas, y volverás. 
También tú guardaste mis hormonas en una cajita morada sin compasión, acariciándolas cuando caen las estrellas, y me llamas con la voz rota. He guardado las ganas de beberte y mis ojos cerrados perdiendo el equilibro. Guarda tú, vida, el poder hacerlo todo, el poder seguir, el viento entre las ventanas de nuestro primer hogar, la playa de Chewecha, aunque se haya hecho tarde, mi amor.
En el pelo aún llevo tu última caricia y en mis oídos el susurro entre lágrimas, mientras un señor decía que debías irte. Adiós, León. 

Sonrío y espero, 
te quiero.

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