sábado, 7 de septiembre de 2019

Monstruos

En la madrugá' cómo me sabes a sal, silbando entre los pasillos de mi cuerpo, saboreando siempre con tus labios cada minuto de la noche.
¿Descansamos? y volvemos a la guerra. 
Una guerra que se lucha con la piel, con tu pelo, con mis rizos. Tus gestos son la primera misiva, mi manera de ruborizarme, llena de deseo, el contraataque. 
En muy poco tiempo, las manos tocan algo más que la dermis, en poco tiempo nos atravesamos, en poco, muy poco, siento que me elevo entera, desde el dedito pequeño de mi pie izquierdo hasta mi pelo, rizado siempre -y con razón-. Desde ese dedito hasta mi pelo, pero con varias paradas en el trayecto. 
Oh, dios... Henchida, toda yo espera expectante aquello que me dijiste merecer. Y te siento salvaje la mano en mi nuca, tu pelo revuelto, Dimoni, o dinosaurio, o yeti, o quién sabe... Tú. 

Brutal cuando estoy sobre ti, Jerónimo y yo bien acompasados, y, de repente, como si llegaras de cualquier otro lugar del universo, abres tus inmensos ojos de bosque... y me miras. Gozar. Me miras gozar. 
Es un goce, un gozo y un placer tenerte tan tan tan... ¿Cerca?
No sé cuándo ni desde dónde llegaste... Adoro terminar la guerra entre tus brazos, grande, real, propio. Amo encontrarte acurrucado y con frío, y que segundos después agradezcas mi calor con más calor.
Me encanta, me encanta poder ser yo en cada momento, del día y de la noche. Y me encanta, siendo yo, encantarte. 

Gracias, Llucma. 

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