viernes, 13 de septiembre de 2019

¿Viernes?

Soñaba con ese movimiento desde hacía meses. Todos los meses que habían pasado desde que hizo el movimiento contrario. 
Quería deshacer el camino. Desandarse. Y había llegado el momento. Emprendió, sin embargo, un andar diferente. Le llevaba al mismo lugar. O no, tal vez no. Era el mismo lugar, pero había cambiado. Estaba envuelto en un hado diferente, en un hado de... locura, de especulación, de... Lluvia. Casas que están en la montaña. La playa al frente. Y yo. Aquí. Andando en lugar de desandando, a la misma isla perdida, amada, blanca, soñada. La isla bonita. Que siempre trae y también se lleva. 
Te permite, pero a la vez no. 
Y así, a pesar de que soñaba con el movimiento desde hacía meses, se me antojó de muchas maneras en la piel. 
Sentí añoranza. De relaciones que tracé en la gran isla, la Roqueta mayor, mi hogar. De personas que me cuidan; algunos silban por los pasillos de mi piel, otros vuelan en los recovecos de mis noches estrelladas, y hasta algunas roban sonrisas en camas inventadas. 
También se apoderó de mí la culpabilidad. De personas que se han convertido en completamente mías, en dependientes, en pequeñas mamás que casi son pequeñas hijas, en algún momento adultas, poderosas mujeres que mandaban, hacían y deshacían a su antojo. La tristeza acompaña de manera serena esta culpabilidad. 
Sentí Pena, de un sábado que hace un año fue viernes, de un miércoles que fue martes, de mis dos árboles, que fueron en mi piel y desaparecieron de la tierra. Y de estas fechas, sola, bajo la tormenta. 
La ilusión me hizo presa de una manera brutal, astuta, necesaria. Me trae el recuerdo de la vocación, la memoria de las aulas, las ganas de seguir, de empezar, de estar, y sobre todo de ser. 
Algo de miedo, pero eso es tan necesario... Nada contingente. 
Tantas y tantas emociones se agolpaban en mis intestinos, en mis pestañas, también bajo mis ojos. Tantos sentimientos, contrarios, amables o no. La piel erizada. Mis fieles compañeros peludos junto a mí. O esperándome en jaulas hechas del mar. Tranquilos, estamos juntos. 
Y el escenario principal siempre TOO MUCH, siempre una humanidad de plástico, en una naturaleza real. Esta vez lluvia que empapa los cristales del coche de un padre que, aunque gruñón de naturaleza, padre generoso. Lluvia que moja sobre mojado, que desafía los límites de mi conducción, de la conexión gps que me lleva a mi nuevo trabajo... y hasta de mi pobre puntualidad. 

Pero estoy serena. Me ayudo a ello, me fascino y me cumplo las expectativas, o lo intento sin demasiada presión. Saco de mi teléfono a niñas preciosas que no saben quererme bien, y mi corazón intenso sigue trabajando para mí. Es la hora. Dos personas gigantes me ayudan aquí, me dejan el espacio, la calma y su hogar. La bondad existe, en ellos. 
Seguimos en el viaje. Andando de nuevo, aprendiendo siempre, con la luna llena dándome la cara, de nuevo. 

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