viernes, 8 de julio de 2011

Caminos... ¿separados?



Un abrazo me transporta a otro mundo y, en ese momento, pienso en una mano izquierda que escribe letras redondas, las mismas letras de siempre, que tanto extrañaba. De repente me viene a la cabeza todas aquellas similitudes que un día le comparé; las dos... tan parecidas y tan diferentes... No lo pienses, parece que ya da igual. Él me pone como ejemplo de "mejor amiga" y después, viendo mi sonrisa, me dice, riendo, que no es el caso, que tan sólo era un ejemplo. Sonrío y siento tanta felicidad que por un segundo se me olvida que estoy mal por otra "amistad de las mejores". No supe en qué momento decidimos ir a recordarle que aún estábamos allí, aunque de distinta manera, pero allí. Era un calzada de tres carrilesque se bifurcó, de una manera extraña; dos hacia un lado, juntos, intermitentemente juntos, y el otro hacia el lado contrario; solo, voluntariamente solo, pero agradeciendo cuando volvíamos a por ella.


Bajo su letra redondita, escribí la inscripción de aquella relación; la nuestra (1998-?), y recordé que, poniendo un signo de interrogación, la relación quedaba aún inacabada, aún sin finalizar. Muchos años. Son muchos años, pensé. La miré, con una camiseta larga, su pelo (ahora castaño y con flequillo), su nariz, sus ojos, sus manos... Era ella. Seguía siendo ella. Seguía siendo aquella que se ponía celosa de toda nueva amistad que llegaba a mi vida, que cumplía años y hacía fotos, que lloraba y reía a mi lado hasta las seis de la mañana. Aquella que se enamoraba de todos los que yo detestaba, la que me abrazaba poco, pero lo hacía. La que abandonó la vida real por la vida virtual y la que fue infeliz hasta hace relativamente poco. Ella compartió conmigo amores y desamores, profesores y profesoras "especiales" que nos hacían la vida más llevadera... Ella... Porque yo ya no podía hacer nada más y lo hacía, por ella, porque era ella...


Llega el momento de irse, de volver al mundo real, de abandonar los recuerdos para seguir con la rutina, veraniega, pero rutina. Llega el momento de que los carriles se bifurquen de nuevo, sabiendo que siempre, aunque tan sólo se muestre de vez en cuando, vamos a estar ahí.


Ahora yo me voy con él, ascensor abajo, y nos miramos, y hablamos. Él. Que ya no sé si sigue siedo él; ha cambiado mucho. Bueno, como todos, supongo. Sí. Claro que sigue siendo él. Sigue siendo él porque sigue emocionándome con cada abrazo, porque me sigue haciendo sonreir cuando nos encontramos en situaciones aún extrañas para los dos. Porque me sorprendo pensando en cómo le habrá ido el día, o si habrá discutido con la chica que le gusta. Sí. Es él porque nunca ha dejado de abrazarme cada vez que me ve, ni cada vez que me voy. Porque, aún sin saber si yo soy para él lo que él es para mí, sigue siendo más de lo que podría explicar. Recuerdo que lo definíamos como "bueno, pero soso". Cierto. Después de tantos años (Ahora pienso que nuestra relación debió comenzar por el 2002 o así), podría seguir describiéndote así, aunque lo de soso sea tan sólo una característica pública, y tan sólo de vez en cuando.


Bajamos del ascensor; vamos a casa. Juntos. Me deja en el portal, me abraza de nuevo, me besa y me pellizca, y le miro con rencor. Sonríe, dice algo así como "ya nos decimos cosas", y se va.


Entro en casa. Estoy cansada y no tengo sueño. Pienso en cuántas partes tendrá mi vida... Dos, mínimo; ellos dos. Muchas más, sí. Pero ellos dos son dos partes, y por el mero hecho de ser dos partes de mi vida, ya son dos partes importantes.


Juntos sois un recuerdo muy grato, de aquel tiempo en el que casi nada perturbaba nuestra supuesta felicidad.


Por separado sois la tristeza de haberlo perdido, la tristeza de echarte de menos, pero la esperanza de tenerte siempre aquí, Phoebe, y la alegría de haber compartido contigo todo lo que he compartido, y lo que me queda, Niño visera.




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