viernes, 15 de julio de 2011

Viejas emociones.

Te miro y me miro a mí misma, y veo que estoy sonriendo de aquella manera. No quiero magnificar nada, después de lo que me dijo la rubita, pero es cierto que tiendo a hacerlo. Te enseño tortugas y colecciones de miniaturas de instrumentos mientras tú me tocas cosas freaks al piano. Había olvidado completamente todas estas emociones, sensaciones, por llamarlas de alguna manera, sin intención de precondicionarlas. Lo de siempre, en realidad, pero habían perdido el siempre. Habían perdido mi implicación y habían perdido mi sonrisa. Me encantas, pienso. Pero no soy capaz de decirlo y ni siquiera soy capaz de creerlo; hacía mucho que no lo pensaba, pequeño.


Me emociono como cuando me emocionaba. Me excito como cuando alguien sabía hacerlo y me ruborizo como cuando alguien me halagaba. Me halaga y soy incapaz de creerlo, pero me ruborizo, mostrándole mi voz, mis hombros y mis tortugas, pensando hasta dónde seré capaz de llegar, creando en mi cabeza situaciones irreales, que jamás existirán, seguramente.

Pero mi riqueza reside ahí. Reside en saber hacerlo por mí misma, sin necesidad de nadie, aunque se malpiensen, aunque me critiquen y aunque crean que me enamoro de todo el mundo, que tan sólo soy una hippie moderna que escribe sobre gente a la que le gustaría tirarse, o a la que ya se ha tirado. Esto es lo que soy, señores. Hace dos días que he conocido a esta persona y, realmente, no dejo de pensar en ello hasta que lo escribo. Y lo he escrito. ¿y qué? Podría no haberlo publicado, como muchas otras cosas, pero hoy, precisamente hoy, he sentido la necesidad de hacerlo, porque hoy me da exactamente igual lo que opinéis sobre mis escritos.
Por supuesto, y siempre... El blog es vuestro, evidentemente (por eso es público, chicos).

No hay comentarios:

Publicar un comentario