miércoles, 10 de agosto de 2011

Susurros de cremón.


El frío de su pincel eriza la piel de ella de tan alegre manera que no parece real. Ha cogido un avión (después de haber intentado imprimir una hoja valorada en 41.65€) para sentir pinceles sobre su piel. Llama minutos antes de verle la cara, y escucha su voz, que le dice que siga a la masa, como ya ella está haciendo. De repente le ve; es él, no cabe duda...
-Hola!!
-Hola!! ¿qué tal?
Ella empieza a contarle la odisea del aeropuerto, riendo mientras se queja de lo "ladrones que son", y mientras mira disimuladamente su pelo, su boca y su lunar. Buscan un baño que no encuentran. Encuentran quizá, un metro que no buscan, y miradas y conversaciones que quizá esperaban, pero que los ruboriza. Ya en el escenario principal, coge sus herramientas, y trabaja, siendo fotografiado desde múltiples ángulos, e idealizado como el primer día (aquel).
Ella, tumbada bocabajo, relajada totalmente (casi totalmente), siente como el pincel acaricia su piel, suave y fríamente, dibujando y desdibujando manchas que forman tortugas, y tortugas formadas por manchas. Respira hondo porque sabe que es una experiencia única, como más adelante le recordará él, y recuerda las ganas que tenía de llegar. Qué fácil ha sido. Lo hemos decidido, y aquí estamos... Se lo dice; quién nos iba a decir hace dos semanas... y él, pintando, sonríe. Tienes razón. Ella cierra los ojos y siente. No sabe qué está dibujando y ni siquiera quiere imaginarlo, sólo disfrutarlo. Sabe que le va a gustar, pero es lo que menos le importa. Está allí, a kilómetros y kilómetros de su casa, en "casa", como diría él. Cierra los ojos y siente. Cierra los ojos y olvida, por un segundo, quién es y qué hace allí. Cierra los ojos y disfruta del momento; de ése momento. Y es en ese momento en el que ella, ahora totalmente relajada, se da cuenta de que es capaz de volar, de una vez por todas, aunque no físicamente (aún no, poco a poco), pero sí emocionalmente.
Él le hace fotos. Hace fotos a su verdosa creación y, suavemente, la pone contra la pared; estira los brazos hacia arriba. Estira los brazos y, como un acto reflejo, abre las piernas, desnudas, y oye decir: joder...
Ella sonríe, con la cara entre los brazos, mientras oye el obturador de la cámara, y se estremece.
Salen de la habitación de la luz blanca que, en realidad, no es más que un baño; él, con la cámara en la mano y su pensamiento en ella, y ella, pensando si, por fin, será capaz de volar, esta vez, también físicamente...

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