lunes, 23 de julio de 2012

Voces, gestos y escalofríos.

Esta noche, ésta, en la que se había ido a dormir y había tenido que volver a encender el ordenador -esta vez para escribir- había sido una de las más espeeciales de su vida. Eso era algo difícil de decir, importante para ella, para su pensamiento, para su vida. Había pasado por grandes momentos muy especiales en esa corta vida. Había estado situada como protagonista absoluta en la presentación de un libro, configurado por sus propias manos. Había sido amada, abrazada, besada, nombrada y renombrada... Había leído, escrito, oído una y otra vez todo lo especial para ella. Había conocido gente espectacular, fascinante, maravillosa, y se enamoraba día a día (diez veces por semana) de todo y de todos, viviendo y haciendo de la vida el arte. Sin embargo, aquella situación, una vez más, le había sacado el alma de la piel.

Se encontró de repente, después de algunos minutos que pasaron en pocos segundos, con una voz en su oído. Una voz que, aunque grabada, conocía bien. Una canción, una letra; una voz. La voz era la suya, esta vez más viva y real (vivaz, que diría Hume), la canción, la letra... Era aquella letra que tantas veces había hecho tan suya. La letra que tantos relatos había suscitado... Aquella letra con la que comenzó, el día de su 20 cumpleaños, aquel mágico relato. Esfera del tiempo que marca la vida. Espacio, momento que no tiene fin. Domingo de un año que inicia la huida. Distancia de un siglo que está por venir. Domingo de un año que inicia la vida... Domingo, hoy, esta noche, que se había antojado, que se había enmarcado en su vida como el día en que el autor de fracción de un segundo (caricia de un beso) le había cantado a ella (a ella!!) aquella magnífica canción, con aquella magnífica letra, causando aquella magnífica sensación, al oído. A ella, vuelve a repetirse. No pudo ser más mágico. Ella, su canción, él, y lo que ella había hecho de la canción. También Guerra, y un pastor pequeño, el eterno profesor y el de las manos bonitas. Todos estaban allí. Todos cantaban, a su manera, de una  u otra forma, lo más especial de su vida. Reloj del espacio, agujas de arena. Segundos de agua, esfera de mar. Te busco en la risa, te encuentro en la pena. Espejo, reflejo de mi soledad.  Agujas de arena, y el tiempo que no existe, con los ojos verdes, dibujando en la imaginación horas que se desvanecen en segundos, y segundos que parecen eternos. Segundos de agua, abrazos en segundos, abrazos de agua. Abrazos de agua en su vida, cuando conoció al eterno sonriente, que le descubrió a la tan especial voz que hoy le cantaba al oído. Buscándole en la risa, siempre le encontró en la pena, cuando más lo necesitaba; su voz, allí estaba. Soledad infinita, cuando la sientes en tu piel... Soledad, en el tiempo inexistente. Caricia de un beso, fracción de un segundo.  Y ni el beso más suave podría, en aquel instante  al menos, superar aquella suavidad, aquella sensibilidad cantada, aquella voz de destellos, aquel personaje salido de Extremadura para alegrar -y, también, a veces, melancolizar- a la gente, aquella complicidad entre el pastor y la guerra, entre la guerra y el pastor, entre el pastor en guerra y la guerra pastoril. Entre ellos, con el pastorcito ensimismado, enclaustrado en sí mismo, disfrutando cada uno y todos ellos de las miradas, de sus propios gestos y de las sonrisas del público -De ella, de ellos-. 

Nada podría igualarlo, al menos, en aquel instante, al menos, hoy, esta noche, en la que mi aquella poesía había sido escuchada por mis propios oídos de tan cerca, casi quemándome con aquella voz demasiado suave para este mundo, demasiado sensible para el entendimiento humano... Demasiado, para mí, para mi cerebro, para estas manos que hoy, esta noche, escriben, de nuevo, bajo el efecto de las fracciones de segundo, de las hojas que vuelan, de las mariposas de noviembre y, ahora ya, hasta de hablar en braïlle. 
Gracias; a Luis Pastor, a  Lourdes Guerra, a Pedro Pastor Guerra y, por supuesto, siempre, a la mirada verde.  Gracias... y enhorabuena, por ser como sois. 

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