sábado, 27 de octubre de 2012

Noches de cristal

A veces no esperas lo que puedes sentir. De vez en cuando lo que sientes en la piel y en los huesos es ya una repetición de algo. Sin embargo, aún quedan sorpresas en la vida. 
Así fue aquella noche. Yo estaba enferma de cariño, y él de incendios frustrados en ordenadores. Aquello fue la transición de la pulcra amistad al ardiente y deseoso afecto posterior. Volvíamos a hablar desde aquel medio "plastificado", y quizá yo te contaba mi decadente día desde aquella especie de tira y afloja que habíamos ya creado. Cuando yo tiraba, aflojabas tú, a veces tirábamos los dos. La cuerda que representaba el simple juego, la poca importancia de un simple juego estaba a punto de romperse.
Yo -decaída por aquel día, pero contenta por ti, por aquellas sonrisas- cada vez jugaba más, con menos control; me encanta jugar con vosotros. Tú hablabas indiferentemente de ruedas y de Eros; yo estaba a punto de irme a la cama -aquella cama...-. En el último segundo llegaste por primera vez a tu punto de no retorno, mostrándome así también tus extremos [ay... ese punto de no retorno, que vuelve, aún así, acariciando las caricias propias de cada sonrisa]. 
Bueno, pues venga, vamos a cambiar de medio. Has salido de la pantalla y te tengo frente a mí, sentado en el sofá, mirándome en una mezcla de embelesamiento y ¿miedo? quizá. 
Me fascinas. No paro de hablarte; creo que no podría hacerlo, tú tampoco me lo permitirías. En algún momento sonreías, tímido pero animado,  y me dejabas ver en directo tu caída de ojos y tu gesto genial de gatito dibujado. Pude morir de ternura, de hecho, tal vez lo hice.  
Te abracé, 'al menos'. Sentí perderme entre aquellos brazos y aquel torso. La dulzura que inspiraba aquel abrazo sobrevolaba ya siempre en mi piel. 
De repente -muy de repente!- te acercaste tanto que dejé de verte. Fue más que interesante perder tus ojos y recibir tus labios. Tus manos recorrían ya en sueños la espalda atortugada, pero ahora, según creí, no estaba soñando. Aquellas manos, casi infinitas, la recibieron con suspiros,  casi con el alma en los labios... Besándome a mí, encendidos, inflamados ellos y, por momentos, también yo. Tiene que ver con el tema de la vida. Es vida.

Navegaban -ahora sí- tus manos por la piel de mi habitación en una cama revuelta de nervios, de vellos erizados y de melenas animales. Estaba muy cerca de ti, no podía estar a más de un centímetro de tu piel; Notaba en mis latidos el ritmo incesante de tu respiración, acelerada, desbocada, encendiéndote a ti, paso a paso, incendiando aquellas sábanas, embriagadas de locura y sexo. Sexo suave, pero sin control; Controlado, pero muy duramente. Lo instintivo se apoderaba a cada segundo de nuestros cuerpos, de nuestra piel, también de nuestra mente; no de nuestra moral. Se materializaba en todo esto un vínculo forjad por  meses. Y meses de confidencias, de conocimiento recíproco, de lectura, de escrituras, de eros y philia barajado  por cada una de nuestras teclas, de nuestros dedos. Y yo sentía tu genialidad y me aprovechaba, jugando, de ello. Me separaba de ti, me volvía a acercar, mi espalda te tocaba y tú no eras capaz de aguantarlo sin participar de ello. Me temblaban en algún momento las piernas, me movía buscando tu suspiro, tu límite, tu desequilibrio entre lo racional y tu cuerpo. Mezcla única y perfecta entre lo apolíneo y lo dionisíaco; bello, perfecto, fuera de cntrol, ebrio de fuerza instintiva... Música. Son dos dioses, son dos fuerzas, son dos momentos; es un péndulo, en algún momento, que viene y va, de uno a otro; armonía o esclavitud constante, pero recíproca, de un cuerpo hacia el otro.
Después, tal vez mi cuerpo decidió posarse sobre ti, desnuda ya, tocando con mi piel tus manos. Abrazo cada uno de tus latidos con mis suspiros. Vuelvo a volverme loca. Hay cosas que no se tienen que decir, porque se saben, pero las dices; me encantas, preciosa. Uff... y tú a mí, mucho, demasiado... Suficiente para estar hoy aquí, superando desnuda complejos insuperables, amando cada segundo sin saber muy bien qué queremos. 
Leo tu piel en braïlle y tu lengua lee mezclando mi pasión y mi placer. Me pierdo en mí misma, desaparece mi mundo fijo, real, y gravito en un universo tan sólo conformado por la suavidad de tu boca y de tus manos. 
Va, bésame. No se puede tasar la vida; Se vive. Ven, bésame, ahora ya está. Perdón, lo siento, pero... Ufff, muchas gracias. Me encantas, ahora más que nunca y... Bueno, me voy. Será mejor así. Adelante. Qué mona. Lo siento. Gracias. Piénsalo. No era el momento, pero... Jo, es que me gustas mucho. Yo también lo siento. Pero es que me encantas. Y tú a mí, no lo dudes... Guapo... Preciosa... Manos, espalda... Cuerpos, nosotros... 

No hay comentarios:

Publicar un comentario