miércoles, 12 de octubre de 2011

Abril 2011.

Y aquél poeta que, mientras poseía sexualmente a su pareja, mientras era acariciado, pensaba en el modo en que podría ser expresado, tan personal como fascinantemente, en un papel, para recordarlo siempre.

10.04.2011

Acaricio tu pelo y siento tus latidos, y tus escalofríos espasmódicos. Me pides que te acaricie la espalda, y lo hago, sintiendo como tu piel se eriza sobre la mía. Después de resoplar un par de veces, me dices que ha llegado mi momento, y me subes la camiseta para acariciarme esa leve curva que lleva desde mi cuello hasta el final de mi columna vertebral. Me acaricias suavemente con la yema de los dedos y me pides permiso para desabrocharme el sujetador. Lo haces. Te digo que tengas cuidado, pues me conozco y mi sexualidad está muy cerca de esa zona. Medio jugando, medio atraído posas tus labios sobre mi espalda, y tu mano derecha acaricia mis costillas por debajo de mi ropa. Te dije que parases, pero no me hiciste caso, y yo me dejé llevar. Noté tu cálido aliento en mi oído y me giré, con tu mano aún rodeándome la espalda, en mi cintura. Me besaste. Y fue el primero de muchos. Nos besábamos como si no hubiese mañana y yo, ahora poseída por el deseo, acariciaba tu espalda furtivamente, mientras tú buscabas un hueco entre mis piernas. Aún vestidos, me acariciabas todas las partes de mi cuerpo que yo te dejaba acariciar, y, poco a poco, me ibas erizando la piel, a la vez que ibas acercándote más y más a mi sexo. Introdujiste tu mano en mi pantalón, vibrante, y buscaste hasta que encontraste mis gemidos, mis temblores placenteros y mis “Manu…”. Tu boca rodaba por todo mi cuerpo y me desnudaste. Me subiste un poco más en el sillón de tu coche y empezaste a lamer mi sexo como si te fuese la vida en ello. Introducías tus dedos en mi vagina, que los recibía placentera, mientras yo, dubitativa, escandalizada, no paraba de sentir orgasmos y de emitir sonidos rítmicos que parecían desconcertarte, pero seguías. Te desnudaste completamente y me abriste las piernas. Te pregunté si tenías preservativos y agachaste la cabeza en señal de derrota. “Joder…”, “te lo dije”. Me pides que no te deje así y, cuando pienso que vas a parar de torturarme tan placenteramente, para que yo “no te deje así, haga algo”, te introduces totalmente dentro de mí, mientras te digo que pares, y tú, dándome cada vez más fuerte y haciéndome gritar, me dices: “¿de verdad quieres que pare?”. Y ni siquiera sé contestar… Sigo sintiendo tanto placer y te araño la espalda mientras te muerdo el brazo. Sales.

Te veo respirar tan agitadamente que me recuerdas a un animal. Siento que respiro como tú, me besas. Separas tus labios de los míos y te vas a tu asiento, y, muriéndote de calor, empiezas a buscar tu ropa.

-oye, esto a nadie, eh!

-lo mismo te digo.





No hay comentarios:

Publicar un comentario