domingo, 12 de julio de 2009

Brillante libertad

Un cuerpo brilla en la playa.
El agua del mar baña su piel incitando al sol a besarla, y su brillo deslumbra en nuestros ojos, y el brillo se hace brillo en ellos... Nuestra mirada no puede ni quiere desviarse del cuerpo, y éste, ignorante de su brillo y del brillo ocasionado en nuestros ojos por su propio brillo, se mueve, nada en un mar brillante, salado, alegre, de una transparencia azul que asusta, y sigue atrayendo miradas y contagiando su brillo a éstas.
El brillo de tus ojos, causado a su vez por el brillo, es salvajemente ignorado por ti, por los demás e incluso por el dueño de ese cuerpo brillante.
Termina el día de playa, es tarde, el cuerpo brillante y su cerebro se van; poco a poco has dejado de mirar, has dejado de interesarte por él, tu mirada ya no se sentía tan atrozmente atraída, pero su brillo permanece en tu mirada, al igual que al principio, y sigue siendo salvajemente ignorado por ti...
Realmente, cuando llegas a casa, recuerdas o no el cuerpo, la playa, el agua, el sol... pero ni siquiera te has llegado a dar cuenta de lo que estabas mirando, de lo que llamaba a tu mirada, del brillo.
La sensación queda ahí, el cuerpo brillante, tus ojos brillantes recordarán siempre la tranquilidad y la "libertad" del mar, de la arena fina, del agua salada y limpia, y el cuerpo brillante, ignorante de ser engendrador del brillo y la felicidad de tu mirada, al igual que tú y tus ojos, junto a tu brillante cuerpo, son ignorantes de engendrar brillo en otros ojos y cuerpos...

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